Ernesto Durán es un artista plástico nacido en 1979 en Guanajuato, Gto. Como es común en los casos es que se crea un estilo de vida relacionado a la expresión artística, empezó a manifestar su creatividad de manera pulsional y espontánea desde la infancia. Reconoce, sin embargo, cierta influencia de su abuelo, quien esculpía en migajón, modelaba yeso y plastilina y pintaba aficionadamente para disfrute personal y familiar. A los catorce años, esta necesidad de crear era ya más definida, llevándolo a manipular y experimentar con grafito y marcadores de agua y aceite. A los diecisiete años conoce a Salvador Ramírez, primo político de su mejor amigo de entonces. Salvador es “un artista en bruto sin embargo genial”, “un ser carbónico” que dibuja en carboncillo desde la marginalidad y cierta deficiencia corporal. Y es que a veces (y estas son palabras del artista) “la enfermedad habla a través de nosotros”: la enfermedad es también un principio de evolución. Durán tuvo, sin saberlo, a su primer maestro.
Si bien su formación ha sido principalmente autodidacta, reconoce la importancia de la guía de ciertos profesionales de quienes pudo aprender directa e indirectamente procedimientos y técnicas. Reconoce a Ricardo Motilla, escultor y arquitecto, como a uno de éstos, de quien asimiló importantes conocimientos siendo su ayudante hacia la mitad de la década de los noventa. Inquietado por los secretos de las artes plásticas, por un “ansia de certezas”, entra a la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guanajuato hacia finales del siglo pasado. Pero encuentra, en esos años, la enseñanza en ella deficiente. Sin embargo, recuerda haber aprendido allí al menos algo importante, de una maestra llamada Edna (no recuerda su apellido): a percibir el color en la pintura, “el sufrimiento de la luz en los cuerpos”.
Luego, ya fuera de la academia, vinieron los aprendizajes más importantes. Durán considera la obra de creación como una dialéctica entre técnica e intuición, más da sin embargo un valor capital a esta última. Para él, el artista tiene mucho de pulsional, de lírico, de pre-racional. Durante un tiempo estuvo particularmente interesado en la escultura, ya que, al ser tridimensional, la considera una representación mejor objetivada, o quizá mejor dicho: más realística. Hacia el 2006 aprende técnicas esculturales y sobre todo de joyería con Marco Antonio Mercado, artista celayense radicado en la ciudad de Puerto Vallarta, en donde tiene prestigio internacional como joyero. Durán aprende con él a producir figuras de estilo prehispánico en plata, ámbar y piedras preciosas y semipreciosas, a veces con incrustaciones de diamante, tanto en diseños únicos como en producidos en serie pero de manera artesanal. Abonando al tema de su interés por la escultura, la madera es su material favorito para este trabajo. Advierte entre ella y él una comunicación íntima cifrada en una naturaleza orgánica y perecedera. Los metales, por otro lado, tienen para él otra especie de poder sobre el artista, pues son de un interés desafiante: hacen al escultor trabajar más tenazmente. El artista, al dominar esas materias duras y frías, siente su propio poder sobre esa otra parte del mundo, y así, probablemente, sobre la dureza y frialdad de sí mismo: “Los minerales son la parte monolítica del ser”, dice durante nuestra entrevista Durán, en uno de esos momentos en los que, sin darse cuenta, se ha puesto serio. Así, también, se pone poético-filosófico y súbitamente expresa, para sintetizar su modo de entender el manejo consciente de los materiales que el artista, en su papel de demiurgo, hace: “La física es la poesía hecha acto” y “Lo poético es lo que verdaderamente existe: lo demás es una broma efímera”. Pero, en contraparte, su destreza radica en manejo de la piedra. Entre sus trabajos en la escultura encontramos también piezas hechas en terracota, resinas y bronce. Este último, un trabajo sumamente procesal (hay que construir los moldes, manejar altísimas temperaturas para fundir, esmerilar; y en todo ese proceso interviene también el manejo preciso de otros materiales que coadyuvan a la formación de la escultura, como el barro y las ceras), le hace pensar en el dios romano Vulcano, que en este contexto representa la superioridad del hombre que en su ingenio es capaz de dominar y modelar la materia bruta de la naturaleza.
Durante la primera década de este siglo, viviendo en Guadalajara, donde trabajó como anticuario y se dedicó también a la pintura y los retratos, desarrolla un interés por la poesía y la filosofía. Su gusto se decanta en ese sentido por los existencialistas. Sartre y Nietzsche son sus autores favoritos a este respecto. La afirmación del ser en el vacío. Posteriormente, sabrá que la vida no es posible sin cierto cinismo. Y que la vida verdadera supone siempre el cultivo de la individualidad. Con respecto a la poesía, para él es obvio que es también un trabajo plástico: una plástica verbal. Sin embargo, para él los materiales de la poesía no son solamente las palabras, es algo más allá de eso: “son el Topos Uranus”. En su modo de entender las cosas, éste se refiere no sólo al mundo platónico de los conceptos, sino también, y quizá sobre todo, a los arquetipo del inconsciente humano de la teoría de Jung. Sus experiencias en Guadalajara lo llevaron a juzgar que, si bien en Guadalajara en el ámbito del arte plástico sí hay gente con talento verdadero, hay, por otro lado, cierto estancamiento de este ambiente. Quizá esto fue lo que lo llevó a pulsar los terrenos de las letras, en una fuga hacia muy adentro de sí mismo: una especie de escape con la poesía, no sólo a los fundamentos del hombre, sino también al mundo de los delirios.
En 2006 viaja por un semestre a Barcelona, donde practica el arte callejero, al que vuelve su interés por el arte prehispánico mesoamericano. Su estancia en Barcelona es parte de una gira de la Escuela de Aerosolgrafía Mexicana, nacida en Coyoacán, ligada al muralismo por la forma de aplicación iniciada por Siqueiros a partir de la aeropintura, pero con nuevos procedimientos de carácter industrial. Sus producciones en calles barcelonesas incluyen representaciones de rostros endémicos, paisajes de la cosmología y símbolos de la astrología prehispánica, pirámides, flora y fauna etc. Trabaja con espátula líquida, trapo francés y esgrafiados. Sin saberlo quizá aún, este rescate de formas pictóricas antiguas mexicanas se volverá una especie de médula en su trayectoria.
A su regreso de Barcelona, en puerto Vallarta, pinta por encargo en hoteles (Viva la vida, Catedral, Emperador) murales interiores y exteriores con esta misma temática, y también relacionados con lo que se ha entendido como indigenismo. Trabaja también como retratista en el Malecón de Puerto Vallarta. Expone en Plaza Caracol, en el Malecón y en espacios privados durante eventos culturales. Vive entonces una época bohemia, ligada a la pulsión artesanal y artística de la playa vallartense: una época en la que gustaba de declamar poesía propia y de Xavier Villaurrutia, Jaime Sabines, Vicente Huidrobro, Homero Aridjis, Mario Benedetti y Octavio Paz en los camiones. Habilidad aprendida de su padre, quien fue declamador profesional. Fui así como lo conocí… Ha pintado también murales callejeros en Puerto Vallarta en el edificio Telmex y en las calles Hidalgo y Venezuela. La mayoría de las veces con el permiso oficial. Pero también bajo la forma del intervencionismo. Y es que el intervencionismo no se puede considerar una forma ilegal de arte. ¿Puede existir, existe el arte ilegal? Las expresiones espontáneas de los artistas que hacen su trabajo en la calle sintonizan el pulso vivo de la creatividad popular, son la respuesta a una politización nociva del arte y, a lo que es peor, a su comercialización enajenante. Son expresión auténtica de la voz del pueblo, un accionarse de la sociedad que contesta a la represión de las posibilidades de la humanidad por el capitalismo y el estado autoritario, contestación natural y positiva que se da mediante la autogestión y la insurgencia representada por un producto estético. Es significativo a este respecto que uno de sus murales “clandestinos”, pintado con el mismo color de la sangre, la representación de una familia náhuatl adornada de pictogramas de aves en vuelo, contenga un verso anónimo náhuatl: “Achtopan xochioua toyolo satelpani miiqui” (Antes morir el corazón florece)”.
En 2011 toma cursos de joyería contemporánea y arte en piedra en el museo Gene Byron de l ciudd de Gunjuto con, con un reconocido orfebre cuyo nombre sin embargo no recuerda, en los que reforzó conocimientos adquiridos con anterioridad referentes al manejo del latón, el cobre, la plata y el oro, y aprendió nuevas técnicas, de donde resultaron algunas piezas exclusivas para colecciones privadas.
Actualmente, radicando alternativamente en varias ciudades del país, su interés está centrado en expandir las posibilidades de este muralismo de tema autóctono ya experimentado por él. Tiene la idea de un proyecto bautizado por él como megamuralismo, porque, además de implicar el trabajo en grandes espacios públicos, agrupados bajo una dirección artístico-urbanística en forma de complejos murales de elementos estratégicamente espacializados, propone superar tanto el historicismo como el revisionismo histórico en los que se ha desenvuelto tradicionalmente el muralismo mexicano; propuesta que a la vez serviría de platillo de balanza con respecto a la tendencia cosmopolita de otras creaciones callejeras pictóricas de gran formato en diversas ciudades del mundo. Su intención es, siendo más precisos, imbricar lo local con lo global, para así expandir las posibilidades de lo primero: proyectar la identidad regional a niveles formales más amplios de lo que se ha hecho hasta ahora, pero sin caer en los reduccionismos de lo académico: el “megamuralismo” acogería en sí mismo a varias tendencias artísticas y visiones de mundo, siendo él mismo una creación viva e incesante, una categoría sin definición precisa, privilegiadamente poética, en la que valores y temas antiguos convivan con la sensibilidad global contemporánea. En este interés de expansión de las posibilidades, el muralismo de su interés dialogará con expresiones culturales en boga como la poesía de las últimas vanguardias, el grafiti y el grafismo. Esto proyecto así, elaboraría una trasformación de la relación objetivo-experiencial de los habitantes urbanos con su entorno arquitectónico en base a fundamentos de la psicogeografía.
A este último respecto, Durán ha tenido una experiencia valiosa recientemente. Colaboró con la Coordinación de Culturas Populares de CONARTE (Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León) en Monterrey, agrupado con el también muralista mexicano Fernando Ayala Cuéllar en el colectivo “El colibrí y la flor”, dando talleres de pintura mural a migrantes de origen otomí en colonias suburbanas de alto riesgo social. Sus pupilos iban de la niñez a la joven adultez. Para ello elaboró, junto con ellos y bajo asesoramiento especializado de un antropólogo, un manual de simbología otomí para uso grupal. La forma de enseñanza, si bien hacía uso de métodos tradicionales de la pedagogía del arte plástico, se orientaba principalmente a una relación tutora. Esta formación atendió también aspectos teóricos con la discusión de conceptos como representación, paisaje urbano, identidad, ecoarte (arte ecológico), cuyo interés era la superación de la noción de las barreras culturales y de los territorios simbólicos, para la afirmación positiva de la multiculturalidad. Observó que, a pesar de que este trabajo estimuló a jóvenes con talentos naturales, en gran parte inmersos en situación de adicciones, violencia social y familiar, marginación y pobreza, sirviendo como catarsis y vía de expresión de sus condiciones humanas en los murales producidos, a partir de un diagnóstico ulterior hecho por él mismo, teme que los problemas de ignorancia y apatía reactiva que encontró en ellos fueron de algún modo condicionantes para lograr resultados de más largo alcance. A pesar de esto, cree que hay una posibilidad detonante de cambio social, seguro y real, en la enseñanza artística de este tipo. También dio clases intensivas a la misma población, por su propia cuenta y medios, de grabado y serigrafía en el centro cultural “Spiral Radiante”, cuya producción fue exhibida y puesta en venta para beneficio común. Trámites actuales para disponer de más espacios urbanos para iniciar proyectos muralísticos de este tipo, a gran escala están en proceso.
En cuanto a lo individual, su interés incluye también la representación del cuerpo humano como objeto erótico y vehículo del espíritu cuyo origen está lo cósmico, línea heredada de lo renacentista. Más, en este trabajo, Durán hace uso de matices de carácter expresionista a través de los cuales la simetría ideal de lo clásico se trasgrede en busca de una dialéctica que resulta en singular sincretismo. En este tenor se desenvolvió durante años como retratista en pastel (trabajos de 40 cm. x 60 cm.) de transeúntes en el Jardín Unión, Plaza San Fernando y Plaza de la Paz, de la ciudad de Guanajuato, por las tardes.