Entre las novedades de Ediciones La Rana del Instituto Estatal de la Cultura, está en libro de prosas La ola rara, de Lucía Noriega Hernández, también docente en la carrera de Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato, casa de estudios que participó como coeditora de este libro. A propósito de ello, les compartimos dos fragmentos del libro, algunas frases y el texto de contraportada del libro, para que puedan conocerlo mejor.
Los cuadernos que aquí se comparten dan noticia del ansia humana de sortear con el subterfugio de la palabra la reclusión de la mismidad y el vacío. En la desnudez de la sinceridad, pero también desde una propuesta de suerte de ficción preliminar, la voluntad espoleada ensaya sus modos de relacionarse con el espejismo del mundo. En este umbral, son posibles la confesión que se retracta en contradicción, todas las posibilidades del deseo erigiéndose desde el caos (la erótica de la escritura, “el más diáfano de todos los espejos”, principalmente), la reflexión contemplativa que sondea sus propias y posibles profundidades (incluso en la divagación gozosa como placebo), la condición de extranjería, la interrogación por el significado que cohesione los fragmentos dispersos en una permanencia. Pero sobre todas las cosas, la búsqueda siempre ansiada del prodigio y el asombro cotidianos que trasforman la opacidad y la intemperie de los días en prosa de hebras finas, en las que el pensamiento reluce como una semilla germinal que hará posible la comunión, el diálogo. Aunque también el silencio al que finalmente todo remite.
“El amor es una cosa tremenda que no sé si exista; a lo mejor solo nos pasamos la vida confundiéndolo con otras cosas: la ternura, el deseo, el miedo a la soledad, la pasión, el sexo, la posibilidad, el recuerdo.”
“¿No es horroroso que a nivel micromolecular no hayamos tocadonunca nada, a nadie, en realidad? Estos cuerpos nos mienten, son falsos. Y aún así resulta que la materia tiene tanta nostalgia de símisma que encontró la manera de crearse esa ilusión: sentimos a pesar de que en realidad no sentimos. Pre-sentimos, a lo más. Poreso existe necesariamente la muerte: porque hay hoyos infinitos que nos atraviesan. Porque no somos seres compactos, continuos, sin fisuras. Porque estamos hechos de pedazos y lo que es únicamente fragmentos tiende siempre a fragmentarse más. La materia lucha débilmente contra el caos, pero sólo logra ordenarse el tiempo suficiente para un suspiro, efímero, frágil; lo suficiente para conocer el horror y el asombro de algunos instantes sin ilación entre sí, y luego vuelve a disolverse indiferente en la nada. Muere. Y tiene que empezar de nuevo. Nuestra soledad es lade la materia.”
“La vida está hecha de insignificancias.”
“Soy como un tronco hueco en el que el mundo resuena.”
“Los nombres son como lápidas esculpidas.”
“A lo mejor vivir es como escribir; al principio cuesta trabajo peroconforme avanzas se va volviendo casi automático, incluso disfrutable. Qué tal y ya estando ahí acabar sea lo más fácil de todo. Eso es algo que me gustaría creer.”
“Siempre es posible inventar nuevas formas de la neurosis.”
“El estar es como un sueño.”
“Uno no posee nada completamente propio, ni siquiera su miseria.También esa viene de más atrás, de quién sabe dónde.”
“A buena hora puedo entender que cuando se está vivo ya se ha ganado todo: el cielo, el infierno, la sonrisa, la cuenca vacía. Nada se pierde con vivir. al contrario.”
23 de abril de 2018
Vengo hasta aquí, arrastrándome sobre la panza como animalito herido.
Vengo para enterarme qué es lo que todavía puedo decir, todavía puedo
escribir, todavía puedo pensar. Por poco que sea es siempre un consuelo.
afuera el mundo convulsiona en espectaculares espasmos, ruge, como fiera
que se niega a morir. El mundo sufre, la gente sufre, los arrecifes sufren,
las orquídeas, los grandes felinos, los pepinos de mar, los rinocerontes, las
abejas, las tortugas. Las niñas y niños, sobre todo, las ancianas solas. afuera
la nube de estupidez se posa sobre las alas, las cabezas, las hojas de los
árboles, la superficie del agua, las hojas de los libros, la arena del desierto.
Yo vengo huyendo de esa nube. Vengo acá, donde todo al menos está
todavía vacío y se lo puede llenar con cualquier cosa: puedo dibujar plantas
o libélulas o tazas de café, o rostros, ojos, brazos, bocas, uñas, miembros,
animalitos. Lo que mejor me sale son las palabras. Pero.
Las palabras son una forma más del silencio. Y el silencio aniquila, lo
de adentro y lo de afuera, lo bueno y lo malo. Porque vengo huyendo
del mundo vengo aquí y no me encuentro. o estoy afuera o no estoy en
ningún lado. aquí sólo está mi silencio. ¿cómo hablar del afuera? cómo
hacer que el mundo se deslice también en esta escritura. Tender lazos,
claro, pero cuáles y, más importante: para qué. Para empezar a dibujarme
completa. No sólo mi silencio, también mi estruendo, mi furia, allí donde
soy falible, donde soy parte de la materia que el mundo engulle a diario.
Tengo un dolor recurrente que va desde la coronilla hasta la punta de
los dedos del pie derecho. El dolor se debe a la tensión, a la asimetría en
el uso de los lados del cuerpo, de los hemisferios cerebrales: el derecho
hace clic y escribe sobre la hoja, toma notas, remueve la cazuela, acaricia
el sexo, señala, lleva la taza a la boca, hace girar la llave; el izquierdo es
sólo de apoyo. La tensión que se acumula del lado derecho me ha dejado
un parche sin cabello en la nuca.
Oscilo siempre entre mi necesidad de afecto y mi amor por la soledad.
Yo soy yo cuando estoy sola. Lo que más me gustaría es poder ser siempre
la que soy, como si nadie mirara. En todo caso, aquí, ahora, soy razonablemente
feliz, aunque haya siempre algo que se quiebra, algo que se escapa.
Hace mucho que no tenía esta sensación: algo va a suceder. (Yo no lo
sé de cierto, lo supongo.)
Supongo que, grosso modo, me gustaría ser algo así como una escritora
(puesto que no pude ser dibujante ni caligrafista ni nadadora ni buceadora
ni origamista profesional). Todo lo que tengo para dar es silencio.