Celaya, Gto., a 21 de abril de 2025.– En un pequeño laboratorio del Campus Celaya Salvatierra de la Universidad de Guanajuato (UG), la ciencia florece con un propósito claro: proteger los cultivos del futuro. Lejos de los reflectores de los grandes centros tecnológicos, un equipo de estudiantes y profesores está generando conocimiento que podría cambiar la manera en que producimos alimentos en México.
Aquí, donde se imparte la Ingeniería en Biotecnología, la investigación se entrelaza con la vocación agrícola del Bajío. La Dra. Laura Mejía Teniente y su estudiante Raúl Antonio García Martínez trabajan codo a codo en un proyecto que busca reforzar el sistema inmunológico de las plantas, en especial del jitomate, uno de los cultivos más importantes del país. “Queremos ayudar a que las plantas se defiendan por sí mismas. Que puedan resistir enfermedades y adaptarse al entorno cambiante que provoca el cambio climático”, comenta la investigadora con entusiasmo.
El secreto detrás de esta idea está en los elicitores, moléculas naturales que actúan como mensajeras dentro de las plantas y que, al ser aplicadas, activan una respuesta de defensa similar a una vacuna. Esta estrategia no solo reduce la necesidad de agroquímicos, sino que promueve cultivos más sanos, resilientes y sostenibles.
Pero el trabajo no termina ahí. En otro laboratorio cercano, el Dr. Jesús Rubén Rodríguez Núñez y su equipo de estudiantes están desarrollando nanopartículas de quitosano, un polímero biodegradable que se obtiene de la cáscara de camarón. Estas partículas son diseñadas para transportar fragmentos de ADN de patógenos, los cuales posteriormente son utilizados para entrenar a las plantas y mejorar su resistencia. “Es una especie de terapia molecular vegetal, donde combinamos ciencia básica con aplicaciones agrícolas”, explica el Dr. Rodríguez.
El proyecto va más allá del laboratorio: implica una comprensión profunda del campo mexicano, de sus retos y de sus oportunidades. El jitomate, por ejemplo, no es solo una hortaliza más: representa más del 20% de la producción de hortalizas en el país y es el principal producto de exportación agrícola. Por eso, cualquier avance en su cultivo tiene un impacto directo en la economía y en la seguridad alimentaria.
Además, esta iniciativa también explora cómo mejorar el valor nutricional del jitomate. “Estamos estudiando cómo, al estimular las plantas, pueden producir más licopeno, un antioxidante natural muy beneficioso para la salud humana”, agrega la Dra. Mejía. Es un doble beneficio: mejores cultivos y alimentos más saludables.
Lo más destacado de este proyecto es su enfoque formativo. Los estudiantes no solo aprenden teoría, sino que participan activamente en todas las etapas de investigación: desde la extracción molecular hasta el análisis de resultados. “Aquí no venimos solo a tomar clases. Estamos haciendo ciencia que importa, que tiene aplicación real”, dice Raúl Antonio, con una sonrisa que refleja orgullo y convicción.
La sinergia entre el sector académico y el productivo ha permitido que muchos egresados se inserten con éxito en la industria agrícola, de alimentos y bioprocesos. “El Bajío necesita soluciones innovadoras, y nuestros estudiantes están listos para darlas”, afirma la profesora Mejía.
Este tipo de proyectos reflejan los valores de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, especialmente en objetivos como Hambre cero, Educación de calidad, Acción por el clima e Innovación. Pero sobre todo, reflejan el espíritu de una universidad pública que apuesta por el conocimiento como herramienta de transformación social.
Quienes quieran conocer más sobre este programa pueden visitar la página oficial: www.ugto.mx/licenciaturas/por-orden-alfabetico-i/ingenieria-en-biotecnologia. Porque en la Universidad de Guanajuato, el futuro del campo mexicano se cultiva desde las aulas y los laboratorios, con manos jóvenes, ideas frescas y ciencia con raíz en la tierra.