Este día, en su sección literaria favorita relativa al acontecer de las letras y los libros en Guanajuato, les tenemos como primicia una muestra como adelanto del libro de prosas Las cartas que nunca mandé de Laura Dolores Muñoz Jiménez, de próxima aparición y el que constituye el primer libro escrito de la joven autora. Sentimentalidad, inocencia, ternura, los lugares a los que los afectos siempre vuelven como asesinos al escenario de sus crímenes, se dan la mano de un modo lindo muy cercano a las sensibilidades populares, asombrosamente, de muchas culturas del mundo. Frases en las que se reconoce ya el púber y de las que el viejo no puede desentenderse tan sólo por haber vivido y por ello amado si acaso fue alguna vez humano. Nostalgia y melancolía son otras notas en este concierto de descubrimientos y catálogos del romanticismo rosa (que ha sido el color estrechamente asociado con las características que el Romanticismo como estética literaria adoptó en nuestra Hispanoamérica, llegando de modo muy tardío de Europa y dominando todo el panorama de las letras en Español en los países americanos a lo largo de todo el siglo XIX; y cuyos ecos se manifiestan aún en los boleros rancheros de Pedro Infante, las baladas derrotistas de José Alfredo Jiménez, la música decadente cantada por José José o el pop bailable para adolescentes en que México pautó la vanguardia en idioma español a justo en los últimos años del siglo pasado. Color que, como sabemos, asociado al corazón, luce mejor siempre sobre un fondo de sombras. Amor y tristeza pueden, en el fondo de un corredor oscuro donde dos no podrían mirarse ni reconocerse, ser tomados como sinónimos. No obstante, prevalecen en Laura los tonos positivos y esperanzadores, que entienden la entrega del alma como plenitud.
La autora nació en Celaya en 2002; no obstante su familia radicaba entonces ya en Tarimoro, ambos municipios de Guanajuato. Estudió Enseñanza del Español en la Universidad de Guanajuato. Actualmente trabaja en la Casa de la Cultura de Tarimoro dando clases de ballet, pues además es bailarina desde hace diez años. También es docente de Artes en una escuela secundaria particular. Heredó el gusto por la escritura por parte de su abuelito que dejó este mundo hace poco tiempo. La escritura y la danza se han convertido en ella, más que en pasatiempo, en pasiones y motores de vida. Le deseamos todo el éxito editorial a la novel escritora.
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El pajarito que voló
Estaba tendiendo ropa en la parte de arriba de mi casa, en donde siento que casi toco el cielo. Mientras reacomodaba una sábana, observé en la esquina de la casa de al lado, en la puntita, donde pareciera que el edificio termina, un pajarito que posaba de manera singular. Me percaté que estaba ahí por su canto vibrante, pero a la vez tierno. Cuando me giré, el cantante ya había resonado unas cuantas veces. Yo, honestamente, tengo la costumbre de que, de la nada, le pregunto cosas a otras cosas o situaciones esperando una reacción y así, suponiendo que el destino es el que me está contestando, dependiendo de lo que las cosas hacen u ocurre en ese momento de mi pregunta. Ese día, cariño, no fue la excepción.
Como se esperaba, le pregunté por ti, con miedo de ver cómo actuaría el pajarillo y sabiendo que eso causaría mis noches de vela, una respuesta que yo no quería. Casualmente le pregunté si tú eres el amor de mi vida; si la respuesta era una negación, habría un silencio entre el ave y yo; pero, si era asertiva, éste tenía que cantar otra vez, no importaba cuántas veces, pero tenía que escucharlo una vez más. Me quedé atenta a cómo está girando sólo la cabeza y el pico, en un mismo organismo; de la nada, echó otro soplido y voló de inmediato. El maldito pájaro me respondió que sí. Yo sólo sé una cosa. Algo pasó en su sistema para que ese canto coincidiera con la respuesta que yo quería saber, o en este caso, escucharlo de un pajarito que me dijo que eras tú.
Dime que tú me lo mandaste; que tú antes que yo sabía que estaría ahí en ese preciso instante; que tú sabías que yo iba a preguntar eso; qué supiste la respuesta y lo mandaste a él porque puede llegar más rápido que tú a través del aire. Dime que no fuiste tú, sino que fue el destino respondiéndome. Dime que tú eres el pajarillo; que se fundieron en uno; que cambiaron de cuerpo, sólo para responderme, porque sabías que, si el sonido acertado venía de tu boca convertida en pico, yo estaría más segura y acertarías más.
Quema todo
Hoy entendí cuál y cómo sería el día más feliz de mi vida. Ese día que no te queden más ganas ni fuerzas para sostener el grito en tu garganta de decir mi nombre bajo las piedras, detrás de las casas, por todos los callejones, todos los hospitales, en los arcoíris y portones rojos. Hasta hoy que te vi, me dijiste entre silencios que mi día más feliz será cuando tú cruces la puerta, me busques con tus manos, me mires a los ojos y en el primer suspiro que me das me digas que ya cerraste todas las ventanas para sólo dejarme entrar a mí. Explícame que ya sanaron los curitas y las cicatrices ya no sangran; que sólo necesitas la paz que yo te doy. Dime que sólo ocupas un sillón con dos colchones para sentarnos tú y yo; que sólo ocupas un cuarto de cinco por cinco para meter nuestros corazones; que sólo ocupas el tanque lleno de gasolina para ir hasta donde nos lleve el sol y jamás regresar. Que estás listo para quererme como yo te quiero, que estás listo para entregarme lo que te queda, para acompañarme porque quieres y no porque lo necesitas. Que me quieres más que nadie y que soy importante para ti. Te pido que cuando te des cuenta de que soy yo me digas y, si no es así, sólo no me mires, no me busques, no me grites ni pienses. En ese momento no te acuerdes que yo vine a buscarte tantas veces sabiendo que no saldrías. Olvida todo, tira todo, borra todo, quítate todo lo que te pudo quedar de mi en tu organismo, para que no exista ninguna huella de todo el cariño que alguna vez yo te entregué.
Para él
Si pudiera regalarte una rosa por todas las veces que me has sacado una sonrisa, tendrías una floricultura en tus manos. Si pudiera darte un pedazo de cielo por cada vez que estuviste cuando te necesité, tendrías el firmamento completo. Para el hombre que hoy cumple años le deseo un poco de toda la felicidad que me ha dado. Porque con espada y sobrero, siendo jinete, escudero, maestro y artesano, ganadero y, en un tiempo bailarín, folclorista por pasión, la misma que hoy desbordo cada que ejecuto los pasos, transmitidos por ti, siempre ha sabido jugar con sus mejores cartas, siempre ha ganado cada una, y es por eso por lo que hoy estás aquí. Para demostrarle al destino que no puedo derribarte, que le faltaron más misiles para siquiera moverte.
Si pudiera detener el tiempo, te quitaría las heridas de tu pasado, las noches que te faltó cariño, un beso apretado y un amor no fingido. Si regresara el tiempo, te diría que no te rindas, que tú serás mi papá, y mi papá siempre ve para adelante. Si pudiera regresar el tiempo, te ayudaría con la gran carga de tus hombros, con todo lo que tuviste que apechar porque desde chiquito la vida supo que serias un guerrero. Tú me enseñaste a reír, a llorar y a cantar. Porque eres un paquete todo incluido, eres mi salvavidas y mi fiel amigo.
En mi sangre corre la tuya; compartimos apellido y sitio en este lugar; compartimos oxígeno y espacio vital. Sólo haz que el tiempo no corra, que yo siga necesitándote cuando no puedo volar. Gracias por enseñarme cómo manejar las cosas complicadas del camino, por tu entrega sin pago en efectivo, por ser mi guardián. Y si en la siguiente vida no me tocas como papá, volveré a nacer hasta caer en tus brazos otra vez. Quiero que de la mano me acompañes a conocer el mundo, vayas a todas mis presentaciones de baile y me veas en los grandes escenarios. Porque, ¿sabes una cosa?, en esos mejores escenarios primero te vi a ti que a mí. Tu saliste en mi visión aplaudiendo con mucha emoción por el espectáculo que hice. Porque, si me viste bailar en el duro cemento, estás obligado a participar en las primeras sillas donde estaré con el elenco.
Maldita humanidad que no tiene el gusto de conocerte: deberías estar en las portadas de las revistas, en televisión como protagonista, cantante en los grandes gremios y reconocido por todo aquel que sepa la mina de oro que eres. Pero no, mejor te quito tu vida de fama y te mandaron a ser mi papá, a cuidarte. Y prefiero que seas eso a que seas una estrella y el mundo sepa de ti; porque una vez que te vean no te van a soltar. Está bien así, aquí, conmigo siendo mi papá.
A plena luz del día
Probablemente sí quiero forrar todo lo que usé cuando tú estabas en escena. Cuando eras el favorito de mi público interior y pintabas corazones en las miradas accidentales.
Levantabas emociones inexplicables que solo daban sentido al momento de chocar nuestras manos.
Te quiero borrar sólo un poco. Te quiero borrar para no distraer el brillo que estoy comenzando a desbordar para que no me desconcentres en tus visitas a mi cama, tus venidas en los fragmentos donde me desconecto o que sólo estoy existiendo; quizá respirando un mini recuerdo tuyo, sin querer, y sin pensar en nada, ni siquiera en mí.
Es como si te atravesaras en mis colapsos no nocturnos, sino en los peores. En los colapsos a plena luz del día y mientras camino por la calle.
Los momentos que todavía tengo grabados en mi caset y se dan play por error. Apareces en mis colapsos cuando sonrío y recuerdo nuestra risa a flor de piel, tus ojos haciéndose chiquitos a causa de tus sonidos bucales.
Apareces en mis colapsos de la tarde, cuando acomodo mi ropa y reviso mi teléfono. Quisiera que sólo fueran nocturnos para que nadie me viera casi muerta. Quisiera que sólo me pasara en mi rinconcito que ninguno conoce, y que nadie te escuchara llegar, ni siquiera la intención de tus pasos hacia mi puerta. En los colapsos donde ni siquiera sospechen que viniste.
Quisiera que aparecieras en mis colapsos que duran un minuto y se me pasa cuando trago saliva, con un parpadeo y esos que no duelen tanto. De esos que tiene uno una vez a la semana y que se quedan en el sillón donde aún te lloro sin querer.