Hoy tenemos la distinción de presentar cinco poemas seleccionados por este reportero de la obra Laberinto del cuerpo, de Miguel Aguilar Carrillo, coeditada en 2006 por el Instituto de Cultura del Municipio de Querétaro y Azafrán y Cinabrio Ediciones, la prestigiosa editorial radicada entonces en la ciudad de Guanajuato y que fuera dirigida por el muy connotado polígrafo y artista multidisciplinario Benjamín Valdivia, de orígen hidrocálido pero avecindado desde hace décadas en esta ciudad de Guanajuato capital.
Sobre el autor, se nos advierte en su entrada en la Enciclopedia de la Literatura en México: “Nació en la Ciudad de México, el 20 de octubre de 1954. Poeta. Estudió Química en la UNAM. Egresado de la Escuela de Escritores de Querétaro de la SOGEM. Coordinador del taller literario y director de la escuela queretana de la SOGEM. Ha colaborado para Crónica Municipal, Diario de Querétaro, Direte y Nuevo Milenio. Ha sido becario del Centro de Estudios Cervantinos con el proyecto “Pasión por el Quijote” y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Querétaro en dos ocasiones con los proyectos. Fundador y director de la editorial Calygramma. Forma parte del consejo editorial de la revista Separata. Premio Universitario de Poesía UAQ 1998. V Premio de Poesía Desiderio García Silva por La cosa en sí, en 2009. Premio del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2011 por el poemario La cosa en sí es lo que importa. Premio Estatal de Cultura 2018, otorgado por la Secretaría de Cultura de Querétaro. Parte de su obra se encuentra incluída en la antología Esos que no hablan pero están: antología de poetas de Querétaro nacidos entre 1940 y 1969.”
Sobre el libro, la contraportada nos indica: “Las tres secciones que componen este volumen (‘Al centro del cuerpo, del espacio blanco’, ‘Lantana’ y ‘Raíz del cuerpo’) se amoldan a un solo asunto: la sensación del amor, tanto en sus movimientos anímicos como en sus acontecimientos materiales. Son poemas llevados a lo fundamental: estar vivo junto a los demás. Esa atracción, contradictoria y casi imposible, convierte la experiencia del mundo en un imán y en un relámpago […]”
No resta más que agradecer a tan fino poeta por el honor de permitirnos reproducir estos poemas.

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GERMEN O VIENTO alado y sobre todo
camino sin espinas;
vertiente o rosedal o nube
para vuelo o abismo o partidura
en la piel son la consigna.
Ahí la flaca risa,
el labio horizontal desteje
su macha azul,
el pergamino sin palabras
para que el viento hable
y comente con propiedad
la soltura de los ecos.
*
NADA CABE entre tus ojos como tampoco la certeza
y el aliento y mantener así
el cuerpo en vilo en la noche y sus alforjas
una vez concluida la jornada.
Nada cabe en la mirada. Seca. Desconcertante
baja los párpados en el destino de sus figuras
que chocan sin resguardo. Nada cabe cuando los ritmos
avizoran el paisaje de la sabiduría.
La faz entrometida rasga un suspiro
en la región del hipotálamo,
maromea el encontrarse desbastada, embozada
en el tazón de los corajes. Todo cabe
en las noches sin luna cuando el sueño
y sus compinches se pervierten
en oración sin el prestigio de las nubes.
Cabe en el juicio de la historia, en el zaguán
porque los ojos y la noche guardan meridianos
para marcar las alas del deseo.
*
SE ADELGAZA tu figura por las noches.
Se acomoda al cuenco de las manos
para poder guardarte en las horas ocultas.
Se adelgaza y se ensancha al primer desvío
de luz celosa conformando superficies para el albor
que inicia el juego.
Se vuelve agua, brizna; se vuelve fuego
y se acomoda para surtir de claridad
lo que carece de nombre.
Se adelgaza. Se yergue alta ola, piedra ritual, escama
en el silencio, arco tensado en espera
del grito. Se vuelve paso, sombra, ceniza
al transcurrir siempre constante en el periplo.
Se convierte en espera, hastío, contemplación,
pátina de la epidermis, hasta la noche
plena, hasta el cuenco
sagrado de las manos. Y asirte,
desbrozarte, volverte flecha de luz,
horizontal, cegada.
*
EN LAS MANOS llevabas una rota canción de aves
para poder uncirla al yugo de las mías
y uniendo sus pedazos formar mi voz ya sin penumbras.
Una alforja sin sed, una palapa
cuyo mástil enarbola sólo tu emanación sin prisas.
Sostenías una ofrenda amarilla
de gorriones, frutal y decidida, objeto
puro, correspondiente.
*
TEMPLO SIN DIOS es la palabra que te nombra
cuando la luz no se ocupa del lugar
presente en la ranura de tus letras;
cuando la luz olvida su trabajo
de profanar las sombras urdidas en la piel o
albergue solitario; rincón sin mancha
sin más dolor que grietas análogas a gritos.
Por eso establecer la alianza
con la albura del humo, con su vuelo votivo
requiere astillas pequeñísimas
tan simples y alargadas
como el silencio primordial del eremita
y punzar poder despacio, y dentro de la piel
de la palabra, la chispa que despierte la luz.
Excelente trabajo, maestro. Felicidades y un abrazo