Hoy tenemos otro de los divertidísimos cuentos, “Un domingo en Guanajuato”, de Juan José Prado Viramontes (Guanajuato, Gto.; 1950), quien es es maestro de Artes Escénicas en la Universidad de Guanajuato. Fundador del grupo teatral Batracio y del grupo de teatro A Capa y Espada. Ha sido colaborador del semanario Chopper. Autor de más de 60 obras de teatro (comedias en su sólo acto, pastorelas, sociodramas y obras para niños) y cuentos. Fue maestro de teatro en el INAPAM a partir de 2004; y director del grupo teatral de la organización altruista para jóvenes de escasos recursos Brillantes Caminantes desde 2012. Poemas humorísticos suyos aparecen en Literatura Guanajuatense 09 (H. Ayuntamiento de Guanajuato, 2009). Actualmente es Coordinador del Capítulo Guanajuato de la Red Estatal de Tertulias Literarias Guanajuato “José Luis Calderón Vela”. Cabe señalar que el cuento que a continuación les presentamos fue adaptado en forma de cortometraje por el director Roberto García de Manzano, quien es también autor de guion. La dirección de Cámaras corrió a cargo de Luis Alberto López Partida. Producción de EGP Films., con locaciones completamente en la ciudad de Guanajuato. Grabado en 2013 y estrenado para internet ese mismo año el 2 de septiembre. Se recomienda mucho disfrutar primero la lectura atenta del cuento cómico y luego acudir a su adaptación en video, sin dejar, en ningún caso, de obviar alguno de los diferentes lenguajes artísticos.
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UN DOMINGO EN GUANAJUATO
(Basado en hechos de la vida real.)
Eran las doce del día y la camioneta, después de un rápido viaje por la provincia, hacía su arribo a la hermosísima ciudad de Guanajuato, bueno, eso les habían contado unos amigos. Les quedaba todavía unos días de sus vacaciones y pensaban pasárselos en ésta.
—Niños, despiértense, ya estamos llegando –dijo el papá muy contento de estar entrando a la ciudad–. Miren los túneles.
Y todos entre dormidos y sorprendidos veían con admiración esos grandes agujeros tallados en la roca que atravesaban de lado a lado los cerros, siguieron su camino y, al poco rato, como en cuento de hadas, al salir de uno de los túneles la ciudad apareció y les mostró parte de su belleza.
—¿Por qué se ve tan claro? –dijo el niño.
—Porque aquí no hay smog como en el D.F. –contestó Doña Silvia, que también
estaba admirada del paisaje.
—Creí que nunca nos ibas a traer a esta ciudad –añadió la señora sacando una cámara de video y preparándose a tomar algunas vistas.
—Papá –preguntó el niño–, ¿por qué esos coches traen una vaca encima? –indicándole un carro que al salir del túnel se había encontrado con una vaca pastando a mitad de la carretera, y ahora la traía encima del cofre.
— Es que… este… esta ciudad es… ¡como en la India! y las vacas han de ser sagradas.
Explicó confuso el papá, no entendiendo por qué iba una vaca arriba de un auto, mientras la señora le tomaba video al carro y a la vaca. Luego llegaron a un entronque; estaba ahí un letrero con indicaciones. No supieron para dónde irse, ya que ningún nombre les era familiar: “A la Presa de la Olla”.
—¿Quién sería esa mujer? ¿Y qué habría hecho para estar presa y en una olla? Quién sabe.
Y se decidieron por la derecha.
—¿Estás seguro de que por aquí es, Juan? –le preguntó la señora.
—No sé, nunca he venido a Guanajuato. Bueno, vine hace como treinta años, pero ya no se parece nadita a como era antes. Creo que entré por otro lado; antes no había esta entrada –contestó Juan.
—Como que todo se ve nuevo, ¿no? –observó la mamá.
—¿No que Guanajuato es una ciudad Donde el tiempo se detuvo y que no ha cambiado nada en siglos? –dijo Marisol, la linda jovencita de 17 años.
—Mis amigos vienen todos los años al Cervantino y dicen que se divierten mucho.
—Pues tus amigos son una bola de borrachos, y nomás vienen al Cervantino a tomar y al reventón, ni reservaciones traen. ¿Ni creas que te voy a dejar venir con ellos? Hasta se vienen de aventón por no gastar –dijo la mamá a la chica.
—¡Miren ese monumento! –gritó el papá entusiasmado al llegar al conjunto escultórico de Cervantes y sus personajes.
—Papa, tengo ganas de hacer chis –dijo el niño.
— ‘Orita vas, en el primer hotel que encontremos –respondió el papá.
—¡Cómo! ¿No tenemos reservaciones? –rugió la señora, en el momento en que entraban en un túnel.
—Nnn…no, pero Guanajuato no es como Acapulco, aquí si encuentras hoteles y baratos –comentó don Juan muy seguro de sí.
De pronto el tránsito se detuvo y quedaron justo atrás de un camión urbano, que emitía tanto humo por el escape, que parecía que se iba quemando. Después de 5 minutos, tuvieron que subir los cristales porque ya empezaban a ahogarse.
—¿No que no había smog, mamá? –dijo la jovencita.
La señora volteo con los ojos llorosos, y le contesto apenada.
—Bueno lo que pasa es que en el túnel se concentra el humo de todos los coches y es por eso que…
La explicación fue interrumpida por el niño que insistió.
—Mamá tengo ganas de hacer pipí.
El papá molesto le gritó.
—¡Que te esperes!, ya mero llegamos al hotel.
Marisol un poco irónica dijo
—¿A cuál hotel?
Hubo un silencio en el cual sólo se escuchaban los motores de los autos que aún seguían prendidos, ya que la mayoría los habían apagado.
Después de 40 minutos encerrados en el túnel, los carros empezaron a caminar, todos los que ahí estaban inmediatamente prendieron los autos y empezaron a rodar cuesta abajo, vieron poco a poco el final del túnel como esa luz brillante que dicen se ve cuando uno se muere. Memo sudaba y se aferraba al asiento y cruzaba las piernas para evitar orinarse. Finalmente salieron a la luz; un agente de tránsito se hacía “bolas” tratando de darle el pase a 570 carros que querían estacionarse en el parque Embajadoras.
—Mira Juan ahí está un hotel, párate para que Memo vaya a un baño –dijo Doña Silvia.
— ‘Orita me estaciono y vamos.
Pero el río de autos los empujaba sin darles oportunidad de pararse en ningún lado. Quisieron preguntarle al oficial de tránsito, pero en ese momento fueron tragados por una ola de humo de cinco autobuses urbanos, que marchaban lentamente uno tras del otro y ni un lugarcito para estacionarse. Marisol dijo
—Miren aquí también hay metro.
—No seas babosa, son autobuses, pero van casi pegados uno tras otro.
Le contestó el niño mientras los autos iban siguiendo al de adelante hacia… algún lado.
—¡Por allí! Pá, mira, ese letrero dice que por ahí se va al centro.
Y siguiendo a una fila de carros se metieron por la calle de San Sebastián. 20 minutos después estaban quién sabe cómo en una calle llena de autos por el barrio de Pastita.
—¿Y aquí qué? –dijo la señora molesta.
—¡Pues yo que sé! –le gritó don Juan desesperado, mientras se daba vuelta.
—Es la primera vez que vengo en un chorro de años. Antes no había coches, y ahora como que todos traen carro.
—Papá me estoy meando.
Insistió el niño que ya se había hecho un nudo en el… pantalón.
—¡Ay Mamaaá!, Memo, ya se orinó y mojó el asiento. ¡Fuchila! –grito la chica.
La señora buscó un trapo para secar los orines. Entre dientes, musitaba algunas palabras de regaño.
—Muchacho tan cochino, mira nada más que chorreadero. Si tan sólo pudieras pararte en algún lado. ¡Por Dios Juan!, párate en algún lado.
Suplicaban la Señora y la chica, mientras secaban el asiento.
—¡Eso trato! ¿Creen que estoy dándoles un paseo por toda la ciudad, nomás por gusto?, si no hay un maldito lugar dónde pararse.
Y el auto siguió a los demás autos en una absurda peregrinación de carros que, uno tras otro, iban como si fuera el juego de “seguir al líder”. Llegaron a la Calle de Belaunzarán y ahí vieron un letrero que decía, al Centro, y justo en el momento en que iban a seguir ese camino, apareció un agente de tránsito y los desvió por otro túnel, y cuales típicos turistas desorientados siguieron las indicaciones del agente. En las siguientes horas la familia anduvo por el barrio de San Luisito, llegaron a Cata, ahí se devolvieron por la Hacienda de Luna, pasaron por un lugar que se veía muy viejo y que irónicamente se llamaba Barrio Nuevo, luego llegaron a la carretera panorámica, luego pasaron por Mellado, Rayas y después siguiendo la carretera Panorámica, en un paraje solitario, cerca de unos grandes murallones, en medio de un matorral se bajaron todos a hacer del baño. Apenas estaban comenzando, cuando una jauría de perros les persiguió hasta su auto.
—Malditos perros, hicieron que me orinara el pantalón –dijo molesto don Juan.
—Yo me arañé todas las piernas con un matorral lleno de espinas –comentó Doña Silvia, quitándose unas espinas que traía clavadas en las piernas.
Una hora más y quien sabe cómo, pero por poquito y llegan al Mineral del Cubo, pero como había una especie de fiesta, por ese motivo los regresaron y después de media hora estaban otra vez en la carretera panorámica.
—Mamá, me estoy asando –dijo Marisol con voz reseca y sudando hasta por las orejas. La señora iba a contestarle algo, pero el sueño que le daba el calor la llevaba como en trance. El papá y el niño llevaban la mirada vidriosa, al recorrer otra vez la carretera panorámica pero ahora de regreso. Don Juan veía cómo un carro delante de él, con placas de Quintana Roo, se subía a la banqueta y se bajaban desesperados unos niños, que buscaban un lugar para hacer sus necesidades y por arte de magia un patrullero en moto les levantaba una infracción. ¿De dónde había aparecido? ¿Cómo los había visto? ¿Cómo irían a pagar esa multa? Quién sabe. Luego de alguna manera regresaron otra vez al parque Embajadoras.
—Papá, creo que por aquí entramos hace como tres horas, ¿no?
—No –contesto el papá con la boca seca–. Fue hace cuatro horas.
Y siguió la de autos que en procesión pasaban nuevamente por el Parque Embajadoras. Entraron a la calle Belaunzarán y ahí los desviaron rumbo a Cata otra vez. Pero ahora se metieron por ciertas calles laterales ahí mismo en la calle subterránea, que les llevaron en seis ocasiones a diferentes lugares pero siempre acababan en el parque Embajadoras. Repasaron todos los estacionamientos de la ciudad y curiosamente todos tenían un letrerito que decía Cupo lleno. A eso de las cinco de la tarde, siguiendo las señales de tránsito, llegaron extrañamente a la Calzada de Guadalupe, empezaron a descender por la calle, pero a mitad de ésta se dieron cuenta que iban en sentido contrario por una peregrinación que iba subiendo, así que tuvieron que regresarse en reversa, la gente les puso flores en el capacete y al llegar al templo ahí les indicaron cómo llegar al centro, bajaron por una serie de callejones, cuando le dijeron que tenían que ir por el callejón llamado Sepultura se imaginaron que ahí iban a quedar enterrados, al descender por los callejones en cada recoveco parecía que iban a embarrar el carro.
—¿Estás seguro que por aquí es Juan? –le preguntó aterrorizada la señora.
—Claro que estoy seguro, por aquí paso diario.
Le contestó irónico, después de un rato de bajar por varias callejuelas Donde sus espejos rozaban las estrechas paredes. Por fin llegaron al callejón de Carcamanes, saliendo finalmente por el Templo de la Compañía de Jesús.
—Nunca me imaginé que así fuera Guanajuato. Es un laberinto.
Y por fin, apareció una calle principal.
—¡Vaya! Creo que finalmente estamos en el centro –dijo contento don Juan.
Todos bajaron los cristales y se asomaron para ver que había de novedoso en ese mágico lugar llamado El Centro. Cuando por fin estaban pasando por la Basílica, un entierro que iba saliendo del templo los atrapó, y como aún traían las flores en el techo de la anterior peregrinación en la calzada de Guadalupe, los que iban acompañando al muertito, le pusieron un par de coronas de flores en el techo y tuvieron que irse a 3 km por hora siguiendo a una larga fila de dolientes que llevaban una banda de música. Al pasar por el mercado, aprovechando que la camioneta se detuvo por la lentitud en que iba la fila, un par de señoras gordas les tocaron en la puerta y se subieron en ella.
—¿Nos pueden echar un rait? Es que ya nos cansamos, nos vinimos desde la Valenciana a pie porque los camiones no subían quien sabe por qué, así que hace como tres horas que andamos camine y camine. Ustedes, como traen coche, ni se cansan, pero una sí, ya traigo todas las piernas hinchadas –dijo una señora toda sudorosa.
—Yo también, comadre, ya ve cómo tengo la pierna con mis varicis, pero todo sea por acompañar a don Catarino.
Nuevamente preguntó la señora sudorosa –¿Ustedes son parientes o amigos de don Cata?
Doña Silvia se le quedó viendo a su esposo y Marisol dijo muy triste.
—Era mi tío.
Memo se le quedó viendo y le dijo –¿Don Cata era tu tío?
Marisol, tapándole la boca aseveró con la cabeza. Luego, al llegar al Puente de Tepetapa, la señora gorda dijo
—Aquí nos bajamos porque no sé qué se les cayó en el asiento que ya me mojé toda.
—Sí, huele medio raro –dijo la otra oliéndose la mano.
—Ha de ser el refresco que tiró Memo hace rato –dijo Juan y ambas señoras se bajaron.
—Qué bueno que ya secaron el asiento esas señoras –comentó Memo.
Los cuatro soltaron la carcajada y tomaron la primera desviación que encontraron. Después de entrar a la calle Subterránea nuevamente y de media hora de recorrer la ciudad siguiendo los señalamientos llegaron a Pastita otra vez. El calor intenso y el sopor que provocaba el movimiento del carro provocaban que todos fueran ya semidormidos.
—Miren, por aquí pasamos cuando llegamos –dijo Marisol.
Don Juan y Silvia, con los ojos llorosos de desesperación, iban pensando que hubiera sido mejor quedarse a ver la reseña de los homicidios de las muertas de Juárez que haber ido a pasear a provincia y en especial a esta ciudad horrorosa que no contaba con un sólo lugar para estacionarse.
Sin saber ni cómo ni cuándo, y después de otros 50 minutos de andar siguiendo a una fila de camiones urbanos, cuando empezaba a anochecer, finalmente estaban saliendo de Guanajuato camino a Dolores Hidalgo por la sierra de Santa Rosa.
—¿Vamos a ir a Dolores Hidalgo papá? –preguntó Memo.
—¿A qué vamos para allá? Ya es bien tarde –dijo doña Silvia, enojada.
—Pues por eso. Porque ya es muy tarde, vamos a descansar esta noche y mañana nos vamos para México.
Apenas llevaban 30 minutos de haber salido de Guanajuato, cuando el combustible se les acabó. Durante dos horas estuvieron haciendo señas para que les dieran gasolina. Un camionero con cara de sicario se detuvo y les pasó un poco.
—No me iba a parar porque su carro da miedo, con esas flores en el techo; parece carrosa fúnebre, y eso es mala suerte –dijo el hombre con voz ronca.
Don Juan aprovechó para quitar las flores que traían. Como maldición, la gasolina se les acabó nuevamente, así que tuvieron que empujar el auto cinco kilómetros hasta la primera gasolinera de Dolores Hidalgo. Doña Silvia y Memo quedaron dormidos del cansancio en el asiento de atrás. Mientras llenaban el tanque del carro de gasolina, Marisol se le acercó a su papá y le dijo
—Ha de ser bonito Guanajuato, ¿verdad? Ojalá y algún día podamos venir.
***
El cortometraje tiene una duración de 29′:26”
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