Pocos imaginan que una forma digna de ganarse el dinero de cada día sea la de ser bailarín callejero, pudiendo ganar en unas horas lo que un obrero en dos o tres jornadas completas de ocho horas, como muchos guanajuatenses que trabajar en el Corredor Industrial y deben aún perder el tiempo en desplazarse de ida. Sin embargo, esta fue una de las actividades lucrativas callejeras que más reditúan a los jóvenes que no podían o no querían acceder a otro empleo. Esto empezó a suceder cuando el rap comercial empezó a impactar en la cultura de los jóvenes de barrio. En este sentido “I got the power” de Snap, tema lanzado en 1993, se convirtió en un himno generacional, al grado de que algún cholo extremista de un barrio cercano a la Calzada de Guadalupe de la ciudad de Guanajuato, se hizo tatuar, y muy mal, la palabra SNAP, así con mayúsculas, en la frente.
Y es que bailar profesionalmente algunas de las danzas urbanas que estos jóvenes practicaban requiere no solo talento, sino disciplina y arduo esfuerzo en forma de horas entrenamiento que significan también mantener una condición saludable hasta lo posible, lo que sin duda es apreciado por los transeúntes. En este sentido, uno los últimos líderes que todavía entrenaba jóvenes de su edad o menores, todavía en la primera década de los 2000’s, fue Marco Torres Yebra (ahora de 44 años), quien iba a practicar su break dance al Jardín del Cantador para no perder la habilidad. Como vio que se le acercaban a verlo, se hizo un acuerdo tácito: para ver cómo bailaba y recibir lecciones de él, tenían que llevarle un tributo; generalmente un “panalito” de mezcal de un litro o un six de cerveza. Si alguien un día no podía llevar nada, los “despachaba” con energía. Luego de la aparente muerte de este arte, tuvo que entrar el negocio de los guías de turista.
Esos jóvenes solían bailar principalmente break dance, uno de los bailes relacionados al hip hop, haciendo trucos como pararse de cabeza, pararse en una sola mano y otras acrobacias espectaculares propias de la disciplina. Y para exhibir su trabajo acudían a semáforos concurridos o a glorietas en donde se aseguraban ser vistos por una gran cantidad de automovilistas. Por ejemplo, está en caso de Ricardo (ahora de 41 año) o Richard, ex miembro de la pandilla “Los pañales”, quienes concurrían también por la Calzada de Guadalupe, quien hasta 2019 aprovechaba los altos en la glorieta Santa Fe para hacer unos pases magistrales, ya que él llegó a participar, al igual que Marco (de hecho, llegaron a ser tanto amigos como rivales) de encuentros y batallas de la disciplina, solo o e grupo, obteniendo admiración y reconocimiento al ser uno de los mejores del estado de Guanajuato. Bailaba a pesar del solazo y el calor, y como uno de sus mayores trucos era “el tornillo”, es decir, girar de cabeza, eventualmente perdió cabello en la parte involucrada. Cuando sus amigos le decían que “ya estaba perdiendo pelo”, él se defendía: “es por bailar, no es alopecia”. Ricardo o Richard ahora se dedica a la albañilería o es ayudante donde pueda y a veces vaga por días perdiéndose en el uso de alcohol y drogas.
Este fenómeno de ganar dinero así se dio paralelamente principalmente en las ciudades fronterizas, pero también en varias del interior de la República. De este modo, los jóvenes obtenían no sólo su subsistencia y la de sus hijos, sino que en muchos casos ayudaban así a sus familias. Llegaban a sus lugares de trabajo después del mediodía, cuando el tráfico vehicular está más movido, y se supone que ya deberían almorzado bien para tener suficiente energía, cuando el sol más duro ha declinado, bailan por unos cuantos minutos mientras el semáforo estaba en rojo, para luego recoger cooperaciones voluntarias; esto hasta que el sol estaba ya por ocultarse.
En días recientes, para la realización de esta nota, no se localizó ni se encontró referencias sobre algún bailarín callejero de break dance que obtenga así sus ingresos.
(El crédito de la imagen de portada es de Menfoque.com.)