Les presentamos tres cuentos del narrador leonés Miguel Tolentino. Él ha publicado en los libros Disculpen el desorden (2012), Poquito porque es bendito (2013), ambas antologías de microrrelato y cuento breve. Textos suyos han aparecido en las revistas Fang, Dédalo y Alternativas. De igual modo obtuvo mención honorífica en el V concurso de cuento de la ciudad de León y en el XVI concurso de poesía libre de la ciudad de León. Practica con mucha pasión y vocación la docencia en la Universidad Tecnológica de León y en el Colegio Nightingale. En 2023, Ediciones La Rana publicó su libro de cuentos Príncipe, el perro de Dios.
OTRO
Abro los ojos.
Estoy recostado en la puerta de mi casa, por fuera. Un poli se acerca. Me levanto rápido, saco mis llaves e intento abrir. No puedo. El poli me toma por los hombros y me dice que me detenga, que no me resista
Intento voltearme
Me esposa, me dice que ya me lo había avisado. No podía dormir ahí afuera. Me sube a la patrulla.
Dentro va otro detenido y me saluda de manera muy familiar. Andaba echando trago con él y con otro amigo. Recuerdo de manera vaga que me dejaron a la puerta de mi casa porque estaba muy ebrio. Para fortuna nuestra, él conoce al poli y nos van a soltar, no sin antes darnos unas vueltas para despistar.
Me asomo a la ventanilla. Empieza a amanecer.
Le debo avisar a mi esposa para que no se preocupe, pero cuando saco el Cel lo noto diferente, es otro, no el mío. Trae números que no identifico. Le digo a mi cuate que ese teléfono no me pertenece. Él se ríe y exclama que sigo pedo. Me pide que revise las fotos. Las reviso. Traigo unas de la noche anterior con él y con el otro amigo; además, traigo otras con personas que no identifico. Sus rostros me parecen familiares. Es ahí cuando pienso que no soy Miguel Tolentino, que Miguel Tolentino es tan sólo un sueño recurrente.
Sonrío. Todo me parece absurdo e irreal. Imagino mundos paralelos. Empiezo a recordar cosas, del tal Patricio, que yo no poseo. Estoy en esas elucubraciones cuando mi cuate me da un codazo y me grita: ¡No te duermas!
Todo obnubilado le pregunto cómo me llamo.
Él se carcajea y le dice al poli:
—Pinche Patricio todavía anda pedo.
Lo último que escucho es:
—Ya se quedó dormido.
Despierto.
Le platico a mí mujer que tengo un sueño recurrente, donde no soy Miguel Tolentino.
Ella me mira extrañada y responde contrariada: es que tú no te llamas Miguel Tolentino.
UNA NUEVA HISTORIA
Quiero escribir mi historia, poder releerla, borronearla, pasarla a limpio, tipiarla en la compu, corregirle la ortografía, buscarle sinónimos, añadirle palabras rimbombantes, giros inesperados, onomatopeyas, donde haya más drama que comedia, con luces y sombras, murmullos de feria, contraluces, azules y cálidos, blancos y negros, ladridos de perros.
Historia que muerda, acaricie, rasgue, que bese y deje sabor a dulcitoecoco, que corte y lacere, cure y consuele, que huela a cerveza y mezcal, que sea amarga como el cacao, que tenga la sazón de jaibas en condimentadas aguas, aromática como bolitas de masa y chipil, espesa como molito de camarón.
Con ritmo de zandunga, bamba, huapango y son, ambientes llenos de árboles de ciruela y mango, guanabana y anona, que tenga abrazos gigantes como cabezas olmecas, intrigas aciagas y pegajosas como vientos del “Sur”, un relato donde el personaje principal sea dulce y muy macho, como los plátanos.
Quiero que mi historia tenga llegadas inesperadas, cual lluvia que anuncia el verano, que tenga lagrimones que revienten contra el suelo llenando el aire de petricor, con momentos tristes bajo la lluvia, que la música de fondo sea una petenera, con guitarras que se desgarren cuando canten, para dar el último adiós a la abuela y a la madre que me parió.
Una historia que tenga un intenso clímax de tormenta eléctrica, donde haya persecuciones bajo el sofocante rey tropical, un clímax de picante chileatole, que ampolle las manos en el cañaveral y que mezcle la sangre y el trapiche, que tenga rachas de amor y sexo que te peguen a 90 kilómetros por hora.
Una historia con un final que deje huellas como las pisadas en la arena de la playa. Donde haya amaneceres con olor a café, días amarillos y azules noches de insomnio, que tenga un final tibio y apacible como atardecer en el malecón. Quiero que mi historia tenga un final suave y plácido como el oleaje del mar.
PULCRO BÓLIDO
“Lo maravilloso de la infancia
es que cualquier cosa es en ella una maravilla”
Gilbert Keith Chesterton
No recuerdo como llegué a ella, pero un día la empecé a usar como un bólido de carreras. Runruneaba con ella por toda la casa. De a poco ese autódromo imaginario por el que la arrastraba, se encargó de romper la envoltura. No dejé de jugarla por la pérdida del empaque, que la hacía surcar súper veloz por el piso, tampoco por los constantes regaños y gritos de mi madre al manchar las paredes o por opacar y poner resbaladizo el suelo de la casa.
Me aparté de ella porque mi madre la usó para lavar ropa, no sin antes someterla a la tortura de cortarla y derretirla en una olla de peltre.
A partir de aquel día, siempre que mi madre hacía la despensa estaba muy pendiente de las barras de jabón. Aprovechaba a jugarlas antes de que cumplieran con su fatal destino. Quise sustituirla con otros artículos. Un libro de Clásicos de Grolier fue de los primeros prototipos. Sus relucientes tapas verdes y letras doradas lo hacían lucir formidable, pero a pesar de ser una edición pequeña, era muy grande para mis manos. Con las minicajas de cereal me sentía muy a gusto, pero solamente tenían buen agarre cuando eran nuevas, además mi madre no las compraba tan seguido. Lo mismo sucedía con los paquetines de galletas, con ellos solamente jugaba un rato durante la cena. Siempre sucumbía al antojo de su contenido.
De lo mejor que encontré fueron las latas de atún o las de media crema Nestlé. Se hubieran convertido en mis favoritas sustituyendo fácilmente a las barras de jabón, de no ser porque un día, intenté unos arrancones con ellas. Traté de que corrieran tan veloces, que en lugar de rodarlas las aventé hacia arriba. Una de ellas, en su loca carrera, fue a dar contra el vidrio de la ventana y la otra directamente contra la ceja izquierda de mi padre. De manera abrupta, me mostraron la bandera negra, fin de mi incipiente profesión como piloto de latas de carrera.
Al paso de los años abandoné mi afición, tal vez el suelo empezó a quedarme lejos. No recuerdo en qué momento terminé de jugar con ellas.
Las barras fueron olvidadas, quedaron empolvándose en ese cuarto frío de la memoria.
Cuando nació mi primer hijo, compré una y la puse en mi librero, para que me recuerde que existe una vida más simple, como cuando fui piloto de carreras.
Leer más de Miguel Tolentino en nuestro medio: “Príncipe, el perro de Dios’ de Miguel Tolentino: https://guanajuato.extraextra.mx/2024/09/16/principe-el-perro-de-dios-de-miguel-tolentino/