Presentamos “Detectives literarios”, un cuento de Eduardo Javier Correa Flores. Él es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma Metropolitana. Cursó la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato, obteniendo el grado con la tesis Temporada de huracanes de Fernanda Melchor y el modelo disruptivo en la novela policial. Actualmente estudia el doctorado en Literatura Hispanoamericano en la Universidad de Guanajuato analizando los correlatos históricos de la política mexicana representados en la novela policiaca mexicana. Sus áreas de interés son la novela policial, la narconovela y la literatura de la violencia. Se autoidentifica como escritor ocasional. Ha participado en diversos programas de difusión de la lectura. En este cuento ensaya sus habilidades narrativas al estilo de los registros y modalidades discursivas en las cuales es experto como académico, usando como guiño metatextual la figura compleja de la filósofa estadounidense Judith Butler, quien también ha teorizado sobre la violencia política, la precariedad humana en contextos de guerra y los discursos políticos e institucionales generadores de violencia simbólica y opresores de la condición humana.
El autor
Un calor infernal se vertió sobre la ciudad esqueleto. La noche se antojaba lejana y con ella la llegada del frío que recubriría sus huesos, y sus escasos pellejos. Esa era una esperanza absurda, el frío escapó de los callejones, ni siquiera las noches refrescan. Un cigarro a la sombra del cráneo. Es seis de mayo. Son las tres de la tarde y me sorprende ver tantos seres humanos vagando próximos a las sombras de los edificios. Nadie debería vivir al calor de las tres de la tarde. Mis hábitos nocturnos casi me impiden que llegue hasta el corazón blanco de esta ciudad.
Es asombroso como un aire acondicionado nos puede hacer revivir. La espera por la noche se vuelve más certera con el frío de una pálida aula. Notas, rumores, sonar de lápices, teclados, alguien bebe agua. Silencio. La mujer de los lentes descubre el enigma de un texto ausente, una lectura, un momento de pausa, más silencio, aplausos.
Con los huesos clavado sobre la silla, voy sacando las notas de mi cabeza, una serie de preguntas me van corriendo por la testa. Una, dos, tres preguntas, cuatro, cinco, seis recuerdos y las notas mentales aparecen. Hago resonar la grabación una vez más. Pienso en ella escribiendo, en su lectura, un momento de catarsis. Una vez más el juego del perseguido y el perseguidor se manifiesta ante mis ojos. ¿quién es el sospechoso? ¿será el autor francés que se manifiesta, una vez más, con sus pensamientos largos como el cableado de la ciudad esqueleto? Me cuestiono mientras repaso los apuntes negros de la libreta azul.
Una idea se va mostrando en mi cabeza, la grabación me permite entrar con mayor fuerza en el enigma. La chica de lentes lanza un reclamo, que, si bien se siente personal, es uno que atraviesa con impacto casi todos los cuerpos. Una vez más la obligatoriedad por ser uno, o por la imposición de ser el que se nos ha pedido que seamos
¿Es que acaso mi esencia se funda por completo en la naturaleza de mi cuerpo? Me cuestiono, ¿Se puede escapar de esa obligatoriedad? Resuena en mi cabeza el árbol genealógico de la chica de lentes. Pienso que la autodeterminación que se ha vertido sobre los seres humanos es quizá nuestra última resistencia, nuestra mayor arma, ante el asedio del sistema que roe nuestros huesos y bebe de nuestra sangre, la única escapatoria es ser fiel a nosotros y leales con los que se paran a nuestro lado. Entre las notas un nombre aparece, Butler.
13 de mayo. El calor reseco de las agrietadas paredes me sofoca. El ventilador perdió la batalla. Callejón derecho, callejón derecho, avenida. La estatua de un ángel dorado hace resonar en silencio su trompeta ¿será esta la llamada del fin del mundo? ¿y este calor es el comienzo del apocalipsis? Nuevos seres, todos ellos vistos en el pasado, caminan sobre las dentelladas ardientes de la ciudad esqueleto. El corazón blanco abre sus puertas. Nuevas pistas, mismo salón y su bendito aire acondicionado.
Alguien me asigna un nuevo caso. La ficha pertenece a un filósofo italiano con apellido armenio. Malditos filósofos con sus juegos retóricos. Martillea, martillando el martillo para develar su naturaleza. Si mi abuelo lo leyera me diría que tire los libros y agarre un martillo para dejar de pensar en sinsentidos. No hay tiempo que perder, un nuevo informante aparece, Butler entre sus palabras resuena, queda suspendida la sospecha del pelón francés. Por primera vez en meses parece que no es el culpable habitual de mis investigaciones.
El extraño de pelo largo revela nueva información. Es un buen informante no repara en develar más aristas en el entramado del enigma del texto ausente. Los ejes de su informe: cuerpos subversivos que desafían al sistema. Actuar performativo, los indicios eran correctos, la autodeterminación como resistencia. La poesía es un campo de batalla donde sembrar flores que den nuevas identidades. Parece que Butler vio las grietas del sistema y pretende explotarlo. Tiene sentido que sea a ella la dueña del enigma del texto ausente. En otras noticias entiendo con mayor profundidad a la chica de lentes. El informe culmina con el caso de una francese, pinches franceses y sus pinches locuras, hasta parece que la Banda Machos leyó el informe para escribir ¿Sera ella o él? La sesión culmina con la jefa del centro de investigaciones literarias y de textos ausentes reformulando la información, devela las conexiones entre los informantes, no solo los lentes los une en este caso. Hay más de subversión en este caso de lo que pude imaginar.
En el espejo de obsidiana aparece una nota, un nuevo informante sin rostro. Información clasificada, el texto que revela el enigma del texto ausente se encuentra en sus manos. Jardín de la unión, venga solo, cuidado con los perseguidores, todo perseguidor puede ser perseguido. Fin del mensaje.
Atravieso la madrugada. El viejo esqueleto luce su belleza con las luces de la noche, hasta los tinacos y tendederos se hacen invisibles. El sobre con el texto ausente esta sobre el kiosko. Nadie se revela en la madrugada. No hay rastro delos perseguidores. Enciendo el cigarrillo y vigilo desde una esquina por si alguien más se encuentra en ese jardín que es más una ratonera, una trampa de la que resultaría difícil escapar. El gigante, guardián de piedra vigila la ciudad por mí. Tomo el sobre. Un disparo en la noche sin estrellas ni luna, solo luces artificiales. Caigo, por fin siento el frio de la noche recorrer mi medula espinal.
—Pinches detectives literarios siempre van desarmados—