El siguiente cuento fue escrito por el Mtro. Juan José Prado Viramontes el 19 de octubre de este año con motivo del evento “La muerte en la tertulia”, coordinado por el autor con motivo del Día de Muertos recién celebrado, y que se llevó el 1 de noviembre a partir de las 5:00 p.m., en su casa. Ante un nutrido público y con un larga mesa copada de viandas esperando, el maestro dio lectura al cuento, cuyos personajes con los integrantes del grupo literario Juan Valle, capítulo de la ciudad de Guanajuato de la Red Estatal de Tertulias Literarias Guanajuato, manteniendo al público atento y en tensión. Cabe señalar que el autor tiene una larga trayectoria de décadas como dramaturgo y actor teatral, como formador de actores y actrices y como humorista, entre otras actividades. ¡Que lo disfruten!
***
Me habían invitado varias veces y por fin fui por ruegos de mi amiga Ros. Ella pertenecía al grupo de “Amigos del panteón de Santa Paula” que era un grupo de personas que cuidaban las momias y las tumbas del panteón.
Ya habían sonado las 11 de la noche, y era el 1º. de noviembre y estábamos en la reja de la entrada del panteón, pero esta era una noche especial. Aleqs, que era un amigo del grupo, había llegado antes y nos abrió la puerta, y pasamos.
Caminamos en silencio siguiéndolo y pasamos casi por mitad del panteón. La luna llena ayudaba a seguir el camino por donde iba Aleqs.
Llegamos hasta donde estaba la entrada al salón donde nos íbamos a reunir. Era una escalera de caracol. Descendimos la escalera, y pasamos varios cuartitos iluminados con luz indirecta, donde se exhibían las momias. Pasamos ante la momia de Remigio Leroy, identificable por su traje negro, y siempre con ese rictus macabro; llegamos al salón de proyecciones, donde se exhibía la vida de estos personajes.
Al llegar nos pidieron silencio, a Rosy y a mí. Ya estaban sentados otros amigos. Gerardo traía una túnica negra como nosotros, y frente a él estaba Juan Francisco, con igual atuendo, cubiertas sus cabezas por las capuchas, los dos uno frente al otro; tenían puestos los dedos índices de sus manos, que estaban colocadas en el indicador de la Ouija que tenían, en una mesita pequeña.
A un lado estaba Rolando con una libreta y lápiz para apuntar los mensajes de las contestaciones de la Ouija. Había otros amigos ahí: José, Marisela, Conchita y Manuel, sentados en unas pequeñas sillas de cuero negras, alrededor de la mesita, todos con igual atuendo. Manuel estaba encapuchado de tal forma que solo se le notaban los ojos.
Parecía más una secta que un grupo de curiosos panteoneros. Aleqs apagó la luz eléctrica y sólo quedaron varias velas iluminando el salón, realmente el ambiente era muy tétrico y macabro.
Juan Francisco dijo: Están conscientes de que estamos rompiendo una de las reglas del uso de la Ouija, que es la de no usarla en un cementerio. El que no esté a gusto o en desacuerdo, puede salir ahora. Nadie se movió ni dijo nada y entonces Gerardo continuó:
—Bien. ¿Estamos todos?
—Si –contestamos todos en voz baja, sin ponernos de acuerdo.
—¿Qué hora es? –preguntó nuevamente Gerardo.
—Las 11 con treinta minutos –contestó Rolando.
—Por favor coloquen sus dedos índices en el cursor todos, y así lo hicimos, y
colocamos todos el dedo índice en el indicador menos Rolando y Aleqs. Esto lo habíamos puesto como regla para evitar que alguien hiciera trampa y maniobraría el cursor.
—¿Listo, Rolando? –dijo Gerardo
—Sí. Listo –contestó Rolando.
—¿Listos, Juan José? –le dije.
—Sí, estoy listo.
—Entonces comencemos.
De pronto algo le sucedió a Juan Francisco que parecía que había recibido una descarga, pero no; había caído en trance, había cerrado los ojos, y Conchita lo observaba admirada de que tuviera rígidos los dedos índices de ambas manos; parecían como si estuvieran pegados al cursor. Varias velas parpadearon. Rolando se apresuró a escribir. Hubo un silencio de varios segundos y las palabras de Gerardo rompieron el silencio y comenzó la invocación a la ouija.
—¿Estás aquí con nosotros? ¿Están aquí los desencarnados? ¿Están aquí los
muertos y los no muertos? ¿Está aquí alguien que quiera contestar nuestras preguntas?
Y el cursor se movió directamente a la palabra SÍ.
—¿Conoces a alguno de los que están aquí? –el indicador se movió y
se colocó en la palabra SÍ.
—¿A quién conoces? –preguntó Gerardo– y el cursor se deslizo por
el tablero formando unas palabras que formaron frases.
Rolando comentó después de escribir los que había transcrito:
—Dice que conoce a todos y sabe quienes somos y qué hacemos.
Juan Francisco con una voz distorsionada y preguntó.
—Estamos aquí, porque queremos respuestas a las preguntas que
hicimos en las reuniones pasadas y nadie nos ha podido responder, pero hoy es una noche especial. ¿Nos vas a contestar?
La ouija empezó a dar círculos como dudando en la respuesta y,
finalmente, Rolando comenzó a apuntar las letras que dejaba ver el círculo en el centro del cursor. Rosy le pregunto a Rolando:
—¿Qué dijo?
—Dice que las respuestas que buscamos serán contestadas por el
fuego en esta noche.
—¿Fuego? ¿Ccuál fuego? –preguntó Aleqs.
—¿Vendrás tú esta noche? –inquirió Manuel tímidamente.
—Nuevamente marco la palabra SÍ.
Juan Francisco soltó una mano y sólo con la mano izquierda continuó unido al cursor. Parte de su pelo se había puesto blanco, pero seguía sentado muy rígido, como pegado a la silla.
Levantó la mano Conchita y preguntó:
—¿Vendrás solo? Invitamos en la invocación a los no muertos. También
vendrán.
Mientras sujetaba la mano derecha de Juan Francisco.
—¿A quién? ¿A los no qué…? –preguntó Rosy.
Nadie respondió. Juan Francisco estaba semi desmayado. Luego el cursor se dirigió solo y estuvo mostrando varias letras, sin haberle hecho ninguna pregunta y Rolando escribió lo que el indicador ponía en la ouija. Y de pronto grito Rolando:
–¡Salgan ahora! –
Y Juan Francisco gritó, alarmando a todos:
–¡Están por llegar las Moiras!
Conchita no sabía qué hacer y solo optó por sujetarlo la mano fuertemente. El cursor se deslizó por el tablero y se detuvo en la palabra ADIÓS. Y dejó de moverse.
Todos se miraban un poco asustados, y les invite a que saliéramos a ver que era eso de las Moiras. Nos paramos y Conchita agregó
–Vayan ustedes. Yo veo que despierte Juan Francisco y al rato los alcanzamos. Íbamos saliendo y aun se oían los gritos.
–Noooo vayan, no vayan.
Pero esos gritos ya no lo escuchamos, al subir las escaleras de caracol. Vimos un resplandor cerca de la tumba de la señora Obregón Castañeda, una tumba muy bella donde está la estatua de una mujer de mármol sentada. Al acercarnos al lugar donde veíamos el resplandor, vimos una gran fogata; nos dimos cuenta que había mucha gente; supusimos que estaban ahí por el calor que producía y cuya llama era entre naranja y rojiza. El lugar era extraño hasta para mí, que conocía el panteón a la perfección, y Manuel dijo:
–Es extraña esta gente. Creo que no conozco a nadie.
José pregunto en voz alta:
–¿Qué hora es?
Varios hombres oyeron la pregunta y uno de ellos señalando a la luna llena respondió con una voz que se antojaba de programa macabro y dijo:
–Ésta es la hora esperada.
–¿La hora esperada por quién? -me pregunté -¿A qué se refieren con
eso? Y vi mi reloj.
Se oían campanadas lejanas. Eestaban sonando las 12 de la noche en alguna retirada iglesia.
-Y luego ¿Las Moiras? ¿Qué es eso, quiénes son? -Marisela le preguntó a Rolando, quien titubeo y dijo con cierta duda:
–Creo que as Moiras eran deidades primitivas personificaciones del destino.
–Y la Parca… ¿es la Muerte no? -preguntó José.
En eso, los ahí presentes hicieron un silencio, que sólo los árboles con su danza y su vaivén acompañaron los pasos de la Parca y las Moiras que hacían su entrada.
Parecía que se deslizaban por el camposanto. Todos los que ahí estaban se cubrieron la cara, se escondían y evitaban que los viesen. Una de las Moiras traía una madeja de hilo, otra iba midiendo con una vara marcada con pequeñas graduaciones y la última traía una gran espada, con la que iba cortando los hilos que arrastraban por el panteón. Cada vez que cortaba un hilo, caía al suelo uno de los que estaban ahí. Poco a poco se hacían polvo de ceniza y el viento rápidamente borraba el rastro.
La parca se detuvo ante la fogata. Todos se arrodillaron, menos nosotros. La Parca volteó suavemente. Dentro de lo oscuro de su capa negra se adivinaba la cara de la Muerte. Con voz clara, pero a la vez fuerte, dijo:
–¿Cuál es tu pregunta? ¿Qué le dijiste a la ouija que no te dio una
respuesta?
–¿Quiénes son estas personas? –pregunté.
La muerte no dijo nada y sólo indicó a uno de ellos. Éste se acercó y dijo con voz lastimera.
–Yo… acabo de morir… Tenía un tumor en la cabeza.
Luego otro explicó:
–A mí me mataron para robarme. No es justo. Yo tenía muchas cosas que hacer. Iba a ver a mis nietos.
La Moira acercó sus tijeras y cortó un hilo y el hombre cayó al suelo.
Tomé un poco de aire y pregunté:
–¿Hay más allá?
–¿Cuál es tu prisa y para que te importa eso? Tú vive como si fueras
a vivir muchos años. La Muerte es el final de tu aventura. Tu conducta te dirá si hay o no cielo o infierno. Ya lo sabrás, cuando mueras. Pero una cosa te digo: sí hay eso que llaman Karma -contestó la Parca.
–¿Cuánto tiempo vamos a vivir? –preguntó Rosy.
–La muerte les llega a todos; a unos más pronto que a otros, pero siempre llega, es el momento en que realmente descansas de todo – dijo la Hilandera y, de un costal, sacó un puño de hilos, y se dispuso a cortarlos.
–Mira a todos estos hombres que están llegando. Están aquí porque todos ustedes los citaron.
Gerardo preguntó:
–¿Nosotros los citamos? ¿Cuándo?
–Y la parca le contesto:
–Los invitaron a venir aquí cuando dijeron los no muertos. No debieron de invitarlos al panteón y menos a una fogata. Miren a estos que están aquí: ellos están por morir en un accidente aéreo; todos son parientes y van de viaje familiar, pero ignoraban que en el avión va un terrorista y está a punto de derribar el avión.
Los hombres al oír esto a suplicar por sus vidas.
–En unos instantes todos van a olvidar lo que pasó aquí y desaparecerán para siempre. No irán a ningún lado: ni cielo ni infierno; simplemente desaparecerán y quedará sólo el Karma de sus vidas. La gente los juzgará por sus obras. Hasta el alma desaparece.
Una de las Moiras dijo:
–Algunas son buenas personas, pero, otros no. Aquí en este grupo hay
dos sacerdotes, tres mahometanos, y un par de taoístas, y la mayoría tiene una religión y defienden sus devociones.
La Parca agregó:
–Todos los lideres religiosos creen que su religión es la buena y las demás son malas y… tiene razón, pronto se darán cuenta de que ninguna oración les va ayudar, ni con limosnas, ni con rezos, y verán que todos van a llegar al mismo lugar y ahí se darán cuenta de lo bueno y de lo malo, de sus acciones.
Rosy dijo:
–Sí, luego nada. Se me hace difícil pensar en que no hay nada después.
En eso llegaron Conchita, Juan Francisco y la Parca señaló a Conchita y le dijo:
–Tú preguntaste si vendría solo. Pues bien, esta gente que ves aquí y muchos
más seguirán llegando: son tus invitados en esta noche de primero de noviembre. Hoy es una noche muy especial; se han fijado el fuego es el medio para comunicar su mundo con el mío, y uno de ustedes se quedará aquí y ya no volverá.
–¿Quién se quedará? ¿Por qué? –preguntó Aleqs.
Y ciertamente no me había fijado que la luz extraña de la fogata era producto de los miles de figuras traslúcidas que se suponía eran las almas de la gente muerta. Todas llegaban como desconcertadas. No sabían qué les había pasado y venían invitadas por nosotros.
Gerardo dijo, susurrándoles a sus amigos:
–Vámonos. Creo ya es hora de irnos. Y el grupo, entendiendo esta prisa, salió apresuradamente. Adelante Conchita y Rolando iban cargando a Juan Francisco. En el camino a la salida del panteón, Marisela reconoció a varios que iban llegando.
–Ahí va El maestro Moisés y también va su pareja –dijo asombrada– Euiere
decir que esta…
–Sí. –contesté –Él también murió esta tarde: me lo contó un amigo que lo conocía.
Estábamos saliendo, cuando la reja se cerró como si fuera empujada por alguien. Aleqs apenas alcanzó a esquivar la puerta al salir apresuradamente. Nosotros apenas alcanzamos a salir. Bajábamos el callejón de Los Angelitos, y preguntó Rosy:
–¿A qué se refería la Parca con que uno de nosotros se iba a quedar ahí con él? Acaso ¿alguien se quedó adentro?
Empecé a contar al grupo y faltaba uno y pregunté:
–¿Quién falta?
Marisela repasó con miedo al grupo y dijo horrorizada:
–No salió nuestro amigo…
Las palabras se le atoraron en la garganta y comenzó a llorar.