La infancia de los brujos (Ediciones La Rana, 2023) es uno de los últimos libros que refresca el acervo literario del estado, al publicarse una de las más recientes voces que ha acaparado atención e interés recientemente en nuestro contexto. Su autora es Ámbar Gallardo, nacida como Ámbar Eugenia Gallardo Jones (Guanajuato, 2002). Ella es estudiante de la Licenciatura en Letras de la Universidad de Guanajuato. Fue columnista de la página web Ni que fuera política, en la cual publicaba textos relacionados con la cultura y el feminismo. Ha publicado cuentos en la revista Bosquejos. Obtuvo mención honorífica en el XIX Concurso de Cuento Corto de los Premios de Literatura León. Este libro es resultado del Seminario de Cuento Efrén Hernández 2021 que contó con la tutoría de Imanol Caneyada. Como dato curioso, Ámbar suele vestir de negro, quizá a la usanza de un nuevo movimiento juvenil gótico que parece estar resurgiendo como lo hace cíclicamente desde, en realdad, los años 60’s. Esto es relevante porque, de acuerdo a la sociología de la literatura, la corporalidad, la proyección social, la vestimenta, el tono de voz, la relación con los medios, su forma de relacionarse con sus lectores, de alguna manera prejuzgan (no en el mal sentido de la palabra, sino como un fenómeno cognitivo propio de la misma especie humana) y modelan de manera inevitable la recepción de la obra de un autor o autora. También lo menciono porque justamente a nivel Latinoamérica hay actualmente un movimiento de narradoras que cultivan lo insólito, el terror o el ecoterror, el vampirismo, lo inusual, lo inquietante, lo fantástico oscuro y lo gótico, en la cual podríamos inscribir en nuestro medio a esta escritora.
El título del libro es sumamente sugerente. De acuerdo a la también escritora Ana Paulina Calvillo, estas narrativas se tejen en un mundo suburbano (¿también rural?, me atrevo a preguntar) “tan alucinante y convulso como místico y supersticioso”. Los personajes y narradores suelen ser niños, púberes o adolescentes atravesados, modelados, habitados por el mal como categoría ontológica de todo lo asociado con los márgenes exteriores de la civilización, pero que también, por oposición, con nuestros imaginarios, experiencias y constructos lingüísticos de la divinidad. Como bien señala Calvillo, la poética fantástica está determinada por una “atmósfera enrarecida”. Y es que, según contó Ámbar en el Seminario de Poesía Efraín Huerta 2024, en el que fue seleccionado por el multipremiado poeta Balam Rodrigo para trabajar en la versión final de un manuscrito de poesía, ella ha llegado al cuento a través de la poesía. Según entiendo y percibo, para ella la condensación simbólica abierta a la multiplicidad del sentido y potencializadora de la experiencia estética es un abrevadero a partir del cual se pueden articular tramas narrativas más abiertas que las cotidianas.
El libro lo forman seis cuentos cuyos títulos son: “Reina de las plagas”, “Zacristanasto”, “La caravana llegó a mi pueblo”, “Bajo la tierra”, “Eva no le teme a la noche”, “Calígula”. Si bien algún protagonista es varón, se construye un universo muchísimo más cargado hacia las figuras simbólicas asociadas históricamente en Occidente a lo femenino: la noche, la luna, la naturaleza, la tierra, la magia, la emoción, la vegetación. En este sentido no deja de ser interesante cómo se resignifica y reinterpretan los mitos fundacionales de Eva y Lilith, las dos primeras mujeres de mundo según religiones que van desde la antigua Babilonia hasta los modernos catolicismos, hebraísmos, cristianismos e islamismos. En este sentido, yo percibo en algunas frases, aunque sea de modo velado, algunos asociados al judeocristianismo tal como han sido transmitidos sobre todo en la iconografía: el temor de Dios, la culpa, la sexualidad como un pecado original que todo lo corrompe, la pobreza. También no podría faltar la imagen de la bruja, ya prefigurada en el título. En todo caso, tras o bajo la determinación del sentido religioso se percibe también un aura herética, que complejiza todo y ayuda a jugar con los contrastes violentos, al modo de la tradición de la estética gótica. En relación a este realce de lo femenino cobra también importancia una relación lésbica que se inscribe en uno de los textos.
Y si bien, el primer texto puede parecer más una prosa de aires poéticos que un cuento en el estricto sentido académico de la palabra, lo cierto es que estamos en una época histórica en la que las categorías tradicionales de la literatura se han trasgredido, hibridado, problematizado, cuestionado. Creo que esto es observable aquí. Según mi lectura, la narrativa conforme avanza el libro se va clarificando un poco y se pueden percibir tramas más narrativas que simbólicas, si bien lo indeterminado no deja de tener una carga decisiva.
Celebro y me reconozco en ciertos lugares de la infancia que parecen ser transgeneracionales (o, en una lectura más extremosa, parte de la herencia arquetípica del incosnciente colectivo), como trepar árboles, besarse la mano para “ensayar” la forma de besar, jugar a perderse y encontrarse en las calles; pero, sobre todo las dudas, las mismas de siempre que se hace ya al madurar la racionalidad abstracta hacia el final de la pubertad, según Jean Piaget: ¿qué hay más acá y más allá de la muerte?, ¿es o fue la infancia un lugar seguro para habitar?, ¿cómo es que vamos perdiendo la inocencia y nos volvemos monstruos condenables?, ¿por qué el amor, siendo la emoción más bella de la vida, llega a doler tanto? En fin: dejaremos que el lector siga las pistas de estas posibles claves hermenéuticas. Sólo quiero señalar un simbolismo que a mí me hace mucho sentido: algunos personajes tienen 13 años, como esa chica que a esa edad inicia a menstruar (lo cual sucede estadísticamente así en México; y no olvidemos el poder mágico asociado a la sangre por la brujería, pero también su sentido de condena según el Génesis), una edad de transición entre la niñez y el abismo que es tópico de la cultura popular y las bellas artes. Pero también, no lo olvidemos, un número de mal, asociado a la mala suerte, a la traición de Judas Iscariote, a usos y costumbres infantiles que rememoran ese día, cuando cae en viernes, y en el que se piensa que algo grande, terrible y misterioso puede pasar. Los dejamos con este fragmento, como trampolín hacia la materialidad del libro:
“Olvidé por un momento que éramos niños. ¿Lo éramos? En su rostro vislumbré el rastro de mil años, mil noches, mil hambres. Antes de irme tuve la sensación de que el llanto […] tenía tanto poder que la luz se iba y reinaba la oscuridad. […]
Fue más fuerte el sonido del llanto que cualquier otro de aquella noche.”