Galería para fumadores es el primer libro de poesía de Israel López Solano (León, Guanajuato; 1986), el cual constituye el décimo número de la colección Pasavante de poesía del proyecto Grafógrafxs, con sede en el Estado de México, en cuyo taller el autor pudo trabajar los poemas de este libro y cuya influencia fue decisiva para el producto final. El autor cursó estudios en la Facultad de Filosofía, Letras e Historia de la Universidad de Guanajuato.
El libro toma su nombre del trabajo del autor, quien atendió dos años una smoke shop en el centro de la ciudad de Toluca y en cuya cercanía se localizaba el aludido taller. “Adopté el término ‘galería’ evitando el anglófilo smoke shop. Rescaté la expresión en homenaje a la tienda debido a que fue el apoyo que me abrió la posibilidad de visitar el taller. La tienda estaba muy cerca del Cosmovitral; el taller lo armaban en Rectoría, los jueves; de no haber estado ahí, tan cerca, nunca habría ido a las sesiones del taller”, comentó el autor en una entrevista con Sergio Ernesto Ríos, director del proyecto editorial Grafógrafx, para el diario Portal. “Siendo muy honesto, el libro no existiría sin el taller. El taller como horizonte de lectura y análisis ha sido y es una experiencia coyuntural en mi formación como lector. Sin las claves de lectura, síntesis, precisión, claridad, distorsión, glitch, saturación, etcétera, y sin escuchar semanalmente el trabajo de mis compañeros, mis textos no habrían adquirido forma”, declaró Israel en la misma entrevista.
Galería para fumadores es conjunto de doce textos de largo aliento, afianzados en una estética de la distorsión, donde la violencia y la destrucción son notas imperantes. Desde el primer poema, “Todos los sólidos se desvanecen en el aire”, obtenemos una clave de lectura que nos aproxima al contenido general del libro: una poesía sin certezas, licuada, en donde la rigidez convencional de la poesía se trastoca en organizaciones extrañas e inusitadas del discurso. El lector se ve obligado a la fuerza a entrar en esta dimensión rarificada, a riesgo de no entender nada y quedar “ignorante y confundido / en la insatisfacción”. Este primer poema es una especie de fábula en el que los asideros categoriales están postergados a favor de la expansión lúdica del sentido, allí donde el absurdo y la digresión proponen sus propios derroteros de creación en el trastrocamiento de cualquier preceptiva.
“Observamos juntos los polígonos” alarga y densifica esa estética como compuesta de esquilas cortantes, en donde la referencia a un videojuego tan icónicamente sangriento como Mortal Kombat da una nota de nostalgia de otros tiempos que sin embargo se recuerdan por lo terrible. En este poema se dice, elocuentemente: “La poesía también existe, si es lo que quieres oír, / pero no es lo que tú piensas, es un león rojo / enfermo de cáncer, deshidratado y triste”. En general los afectos introducidos por la imagen de la voz lírica acompañada de una presencia singular en la contemplación de la maravilla se recrudecen alternativamente hasta su final disolución en el silencio aludido: “No distingo las figuras /[Pétalos que vuelan]”
“Historiografía mexicana” y “Walter Benjamin en un club acuático” juegan con algunos conceptos universitarios (Israel estudió Historia en la Universidad de Guanajuato) y los vacía de significación, carnavalizando a la misma posmodernidad letrada: “Palabras vacías en su cartografía vital / “[Foucault][Kristeva][Derrida][Duby][Butler][Lipovetsky] / [Deleuze]”, mencionadas entre corchetes, para acotar su suspensión de sentido. Y de nuevo la ternura enlazada a lo escatológico: “Cuando mueras tejeré una trenza con tu cabello /La convertiré en pulsera /Quizá la presuma [la use] [la lleve] como [una] reliquia.” Cabe destacar la presencia velada de la esquizofrenia en la mención sugerente de varios fármacos antipsicóticos populares como Olanzapina y Risperidona, familiares para mucha gente actualmente. El afán destructivo queda: lo que se construye sólo permanece un momento ante el asombro para diluirse:
“Hace un muñeco de nieve; lo derriba
Hace un castillo de arena; lo destruye
Diseña una maqueta, arquea los edificios; patea la ciudad
Contiene una presa con piedras, simula la guerra
con lanchitas de papel; la destruye.
Instala un negocio, lo trabaja, lo consolida; lo inunda
Construye una casa de verdad
Estudia la disposición del espacio
Estudia las entradas de luz
Estudia las entradas de aire
Estudia los desagües
Rompe los cristales
La pulveriza”
“Baldado” es el poema que, en mi opinión, es el más destacable. Todo él es un viaje por una infancia reconocible para quienes éramos niños en los noventas, con referencias a la cultura popular de la televisión, la comida chatarra y los videojuegos. Pero no es por nada una infancia idílica: es una en la que se siente una herida no apalabrada pero sentida en cada imagen; una infancia rodeada por la intimidación y el peligro. Por su belleza y capacidad apelativa, reproducimos este poema íntegro a final de la reseña.
“Oh, perro acéfalo”, “Yo quería llamarme Emilio, como tú” y “Me escribieron para decirme que te cortaste las venas”, siguen la tónica de violación, carnicería, mutilación, deformación, desamparo, desestructuración y psicosis, de nuevo contrastadas por la nostalgia y la ternura, en las que las que se percibe un abismo hiriente entre los sujetos de la amistad, lo que les da un efecto emotivo, que dejaremos que el lector descubra por sí mismo. Para lo cual remitimos al lector al enlace en que podrá descarga la edición totalmente gratuita: http://grafografxs.uaemex.mx/vista/descargas/pdf/galeria_f.pdf No cabe duda que el lector de poesía contemporánea disfrutará sumamente los hallazgos poéticos de este nuevo autor y dejaran en él una lograda inquietud y sensación de extrañamiento.
BALDADO
La infancia como un terreno baldío
La infancia como pistolas de agua
La infancia como apostar la última moneda y perder
La infancia como pelotas de aire
La infancia como mochilas que huelen a lápices
La infancia como mochilas que huelen a tortas de jamón
La infancia como tortas de Cheetos
La infancia como ponerle nombre a una bicicleta
La infancia como una isla
La infancia como marearte con el aromatizante de los coches
La infancia como un corte de pelo que no te gusta
y escondes con una gorra
La infancia como tus primos diciéndote que eres puto
La infancia como quemarte con plástico líquido
La infancia como encontrar una paloma moribunda,
tratar de curarla y luego encontrarla muerta
La infancia como hacer un soplete con un spray
para el cabello
La infancia como ir en el metro y llevar una lagartija
escondida en un tóper
La infancia como jugos Frutsi de uva que se abren al revés
La infancia como la pelota llamada Babas que le aventabas
a tu perro
La infancia como imitar las coreografías de Michael Jackson
La infancia como imitar las coreografías de Vanilla Ice
La infancia como fumar cigarros sin filtro en la azotea
y quitarte el olor con pasta dental
La infancia como trepar árboles
La infancia como caerte, tener el brazo roto
y decir que no te dolió
La infancia como el olor de la crema corporal
que usaba tu abuela
La infancia como decir que los matones de la esquina
son tus compadres y saber que es mentira
La infancia como cuatro molares picados
La infancia como ver a tu hermano dormido en un sarcófago
La infancia como una colmena
La infancia como el profesor de artes plásticas
que te mostraba videos pornográficos
La infancia como un disfraz de Buzz Lightyear
La infancia como el payaso manco que hacía espirales
con una cuerda y siempre estaba borracho
La infancia como paletas de hielo
La infancia como el señor estrábico exhibicionista
que vendía periódicos y se hacía el dormido
en la banqueta del jardín de niños
La infancia como la terminal de autobuses y el mendicante
que siempre está ahí y que tiene garfios
donde deberían estar los brazos
La infancia como jugar fut sin playera en un campo de tierra
a las dos de la tarde y asumir la épica de un goleador famoso
La infancia como el amigo de la primaria que te escupía
cuando hablaba
La infancia como el niño con Asperger que se tallaba los ojos
y lloraba porque otros niños le habían mojado las manos
con vinagre
La infancia como jugar a los tazos
La infancia como cortarlo todo con un rayo láser
que te sale del índice
La infancia como jugar Killer Instinct
en un Nintendo Family pirata que te trajeron
los Reyes Magos
La infancia como descender un empinado en un carrito
de súper robado
La infancia como carruseles de feria oxidados
La infancia como algo rompiéndote la nariz
La infancia como algo que te tira los dientes
La infancia como saber, ineludiblemente,
que nunca conducirás un Ferrari Corvette.
—Yo soy el señor diablo de esta pandilla.
—¿Señor diablo? ¿Y qué quiere decir?
—Pues quiere decir que soy diabólicamente bueno
arrancando cabelleras.