En Virgilio Fernández del Real: recuerdos de un brigadista (Ediciones La Rana, 2020) el lector tiene en sus manos las memorias de un hombre que vivió una vida intensa y en fiel apego a sus ideales. Un hombre que desde diversas trincheras luchó por la justicia y la libertad. Como soldado, como médico y como activista, reconoció en el amor un motivo para vivir y realizarse.
Estas páginas nos llevan de la mano hacia la infancia y la adolescencia en su natal España, como hacia pasajes entrañables e incluso idílicos, aun cuando era prácticamente un niño cuando se enroló en La Internacional. ¿Pero qué sería la adolescencia sin esa vocación de entrega, sin ese idealismo ya heroico ya titánico del joven? ¿Sin ese ímpetu insobornable que nos empuja a seguir nuestro buscado destino, entre los horrores del mundo y su vastedad inhóspita? Se es joven, luego se lucha: es casi un axioma.
Al grito de “¡Salud y República!”, la memoria va trenzando afectos, prendas dejadas al andar en el camino, inocencias perdidas y nunca recuperadas, alusiones a certezas imposibles de apalabrar con una sola imagen… Imaginar nosotros los horrores de la guerra es poco para a lo que el joven debió enfrentarse en ese contexto vital de los años treinta. Pero de pronto estamos también allí, inmersos y departiendo el mismo vino de los valerosos, y somos camaradas, hermanos, la familia dejada atrás, la ilusión venidera del amor, el cómplice o el enemigo incluso.
Pero la vocación de este brigadista habría de realizarse también de otras maneras, no sólo en la guerra: en el servicio médico civil atendiendo con celo a los más necesitados y en la realización del amor pleno. Como compañero de dos grandes mujeres, Alfredo mostró la sabiduría de un hombre que aprende las lecciones que la vida va dando con sus gestos tiernos o con sus golpes, y la aprovechó en su dar y recibir amor. Muestra de ello es el impulso que dio a la figura de la artista Gene Byron, su primera pareja, a través del museo que hoy lleva su nombre y que es producto de sus diligencias; sí como el agradecimiento casi religioso (incluso sin ser un hombre religioso) hacia su esposa Estelita, quien mantuvo vivas su esperanzas y estuvo con él literalmente en su lecho de muerte.
Este documento arroja importantes luces sobre la reconstrucción del pasado no sólo de ciertos aspectos de la guerra civil española, sino del exilio español en nuestro país, de la cultura mexicana de esas décadas, de la vida de la pintora Gene Byron que se ha vuelto un emblema de la ciudad de Guanajuato, así como de la historia de su museo. Todo gratamente paladeable debido a la luz de la sinceridad con que es expresado, al ánimo de ser fiel a las causas abrazadas y por el aprecio concedido al género humano en diversas formas.
En la realización de este volumen han intervenido muchas generosas voluntades, muchas personas inolvidables y valiosas, muchos entusiastas de la cultura. Uno de ellos, es el profesor Gabriel Medrano de Luna, a quien debemos el laborioso y paciente tratamiento de varios volúmenes de entrevistas orales, así como su contraste con fuentes documentales con el fin de entregar un trabajo cuidado en su aspecto historiográfico, pero que conservara el estilo vivo y apasionado de Virgilio Fernández del Real.
Coincidimos con los deudos y amigos del señor Fernández del Real en que sin duda fue una persona de valía insuperable que aportó, desde el corazón, mucho a nuestro estado.