INTRODUCCIÓN
El nudo de mi ensayo consistirá en reflexionar acerca de la importancia del ejercicio de la ética del amor dentro del servicio público, aprovechando su articulación discursiva en el concreto que figura en el título de nuestro trabajo. El interés en este tópico radica en que es del dominio público que en el servicio público de nuestro estado encontramos constantemente prácticas desagradables y nocivas, mismas que son reflejadas y exhibidas de manera constante en medios de comunicación. Quienes nos hemos enfrentado a estas instancias, sabemos que éste es un medio propicio para que se agazape, aun con disimulo, la semilla de la corrupción y la perversión de los ideales que deben regirlo. ¿Cómo trabajar individual y colectivamente en la solución de este problema? Mi hipótesis es simple, y aunque se tache a primera vista de romántica, está fundamentada en una larguísima tradición filosófica que va del pensamiento griego clásico y llega hasta esta abigarrada posmodernidad: el amor es la llave, y al mismo tiempo la puerta, a una sociedad más feliz. No hablo de la utopía que sólo ha sido concebida en la imaginación de literatos y pensadores, sino de la democracia ideal, a la que, creo, la gran mayoría de los ciudadanos aspiramos. Para sustentar en lo teórico mi punto de vista, he recurrido a las ideas de un prestigioso teórico social y humanista que ha alumbrado de una manera muy atinada, a mi juicio, la importancia del amor en el pleno desarrollo individual humano y en el de la sociedad: Erich Fromm. La importancia de su obra, a pesar de estar escrita hacia la mitad del siglo XX, sigue siendo más que nunca vigente, por lo que su pensamiento sigue ocupando un lugar prominente en los estudios del tema a nivel académico.
DESARROLLO
- Estado de la cuestión
En la guía a la que nos referimos en el título de ese trabajo (última versión: s.f.), a la cual en lo sucesivo nos referiremos como Guía1, se explicita como uno de los cinco valores que deben regir la actuación de la administración pública estatal, el amor, en el cuarto lugar, después de la honestidad, la responsabilidad, el respeto, y seguida de la beneficencia. Se señala también que esta Guía debe observarse conjuntamente con la Guía de Actuación y Reglas de Integridad del Gobierno del Estado de Guanajuato (última versión: 2016, a la cual en lo sucesivo nos referiremos como Guía2), en la que son explicitados los mismos valores privilegiados en el servicio público, como marco de referencia inicial.
Como se señala en la introducción a la Guía2, la atención oportuna, empática y solidaria a la ciudadanía debe guiar de una manera privilegiada la actuación ética en el trabajo de servidores públicos, para contribuir a un mejor Guanajuato en todos los sentidos, principalmente en relación con los más desfavorecidos. El compromiso humano y social es, pues, capital y debe ser mostrado en cada acto, desde lo más particular, de acuerdo a principios universales que hacen de los funcionarios públicos no sólo trabajadores del gobierno más eficientes, sino, lo que es más importante, mejores personas. La filosofía de la Guía2 nos brinda, al definir sus conceptos, ese marco de filosofía que debe regir, no únicamente en la letra de un manual más, sino en la práctica diaria las labores y en la convivencia cotidiana de los funcionarios públicos del estado con los ciudadanos a los actuales sirven; dentro de un espíritu de cooperación, colaboración y correcta actuación cívica, apegada a la legalidad y a los más altos valores morales. De seguirla adecuadamente, esta Guía2 sería capaz de sustentar, además del cabal cumplimiento de las funciones administrativas los servidores públicos, la confianza que la sociedad deposita en su trabajo, tanto de buena fe como por obligación jurídica. El centro de las actividades como servidores públicos se muestra en ambos textos como la persona misma, siendo conscientes del impacto de la política en el desarrollo sustentable de las comunidades.
Sin embargo, en la Guia1, aunque el valor del amor aparece explicitado como uno de los valores rectores, no se explica cómo éste se articula con la actuación práctica cotidiana de los funcionarios públicos, en los índices de las siguientes páginas en que se desglosan los valores y su incidencia en las “actitudes” allí normadas, como sí se hace con los demás. Por ejemplo: sobre la honestidad, ésta se asocia con el sentido del honor como una actitud que significa “actuar con sinceridad y verdad, con congruencia entre el comportamiento y el pensamiento”;[1] al tiempo que se define el honor como “la actuación de acuerdo con las normas establecidas, de forma justa y con apego a la verdad”.[2] De este modo, los valores anunciados como regentes de la guía1 se articulan con las actitudes formando una red de sentido estructural. Sin embargo, el amor, que había sido definido como “un acto de voluntad por el que libremente se quiere y se busca el bien de otra persona [que] defiende por encima de todo el bien-estar y el bien-ser de las y los demás”,[3] no se vuelve a mencionar nunca más. Así, se puede interpretar como un vacío expresado, como un fantasma del cuál no se habla más. Y aunque en la Guía2, que debe articularse con las guías éticas específicas de los diversos poderes y dependencias del gobierno estatal, se proponen diversas actitudes relacionadas con el amor con sus ejemplos, no se les toma en consideración en estas otras guías específicas. Así, creo, se propicia el desconocimiento e ignorancia de la relevancia de este valor universal en las dependencias de servicio público concretas. En la siguiente figura podemos leer las actitudes relacionadas con el amor en la Guia2 que se eluden, evitan y desarticulan en la Guía1, principal objeto de nuestro análisis.[4]
INTRODUCCIÓN
El nudo de mi ensayo consistirá en reflexionar acerca de la importancia del ejercicio de la ética del amor dentro del servicio público, aprovechando su articulación discursiva en el concreto que figura en el título de nuestro trabajo. El interés en este tópico radica en que es del dominio público que en el servicio público de nuestro estado encontramos constantemente prácticas desagradables y nocivas, mismas que son reflejadas y exhibidas de manera constante en medios de comunicación. Quienes nos hemos enfrentado a estas instancias, sabemos que éste es un medio propicio para que se agazape, aun con disimulo, la semilla de la corrupción y la perversión de los ideales que deben regirlo. ¿Cómo trabajar individual y colectivamente en la solución de este problema? Mi hipótesis es simple, y aunque se tache a primera vista de romántica, está fundamentada en una larguísima tradición filosófica que va del pensamiento griego clásico y llega hasta esta abigarrada posmodernidad: el amor es la llave, y al mismo tiempo la puerta, a una sociedad más feliz. No hablo de la utopía que sólo ha sido concebida en la imaginación de literatos y pensadores, sino de la democracia ideal, a la que, creo, la gran mayoría de los ciudadanos aspiramos. Para sustentar en lo teórico mi punto de vista, he recurrido a las ideas de un prestigioso teórico social y humanista que ha alumbrado de una manera muy atinada, a mi juicio, la importancia del amor en el pleno desarrollo individual humano y en el de la sociedad: Erich Fromm. La importancia su obra, a pesar de estar escrita hacia la mitad del siglo XX, sigue siendo más que nunca vigente, por lo que su pensamiento sigue ocupando un lugar prominente en los estudios del tema a nivel académico.
DESARROLLO
- Estado de la cuestión
En la guía a la que nos referimos en el título de ese trabajo (última versión: s.f.), a la cual en lo sucesivo nos referiremos como Guía1, se explicita como uno de los cinco valores que deben regir la actuación de la administración pública estatal, el amor, en el cuarto lugar, después de la honestidad, la responsabilidad, el respeto, y seguida de la beneficencia. Se señala también que esta Guía debe observarse conjuntamente con la Guía de Actuación y Reglas de Integridad del Gobierno del Estado de Guanajuato (última versión: 2016, a la cual en lo sucesivo nos referiremos como Guía2), en la que son explicitados los mismos valores privilegiados en el servicio público, como marco de referencia inicial.
Como se señala en la introducción a la Guía2, la atención oportuna, empática y solidaria a la ciudadanía debe guiar de una manera privilegiada la actuación ética en el trabajo de servidores públicos, para contribuir a un mejor Guanajuato en todos los sentidos, principalmente en relación con los más desfavorecidos. El compromiso humano y social es, pues, capital y debe ser mostrado en cada acto, desde lo más particular, de acuerdo a principios universales que hacen de los funcionarios públicos no sólo trabajadores del gobierno más eficientes, sino, lo que es más importante, mejores personas. La filosofía de la Guía2 nos brinda, al definir sus conceptos, ese marco de filosofía que debe regir, no únicamente en la letra de un manual más, sino en la práctica diaria las labores y en la convivencia cotidiana de los funcionarios públicos del estado con los ciudadanos a los actuales sirven; dentro de un espíritu de cooperación, colaboración y correcta actuación cívica, apegada a la legalidad y a los más altos valores morales. De seguirla adecuadamente, esta Guía2 sería capaz de sustentar, además del cabal cumplimiento de las funciones administrativas los servidores públicos, la confianza que la sociedad deposita en su trabajo, tanto de buena fe como por obligación jurídica. El centro de las actividades como servidores públicos se muestra en ambos textos como la persona misma, siendo conscientes del impacto de la política en el desarrollo sustentable de las comunidades.
Sin embargo, en la Guia1, aunque el valor del amor aparece explicitado como uno de los valores rectores, no se explica cómo éste se articula con la actuación práctica cotidiana de los funcionarios públicos, en los índices de las siguientes páginas en que se desglosan los valores y su incidencia en las “actitudes” allí normadas, como sí se hace con los demás. Por ejemplo: sobre la honestidad, ésta se asocia con el sentido del honor como una actitud que significa “actuar con sinceridad y verdad, con congruencia entre el comportamiento y el pensamiento”;[1] al tiempo que se define el honor como “la actuación de acuerdo con las normas establecidas, de forma justa y con apego a la verdad”.[2] De este modo, los valores anunciados como regentes de la guía1 se articulan con las actitudes formando una red de sentido estructural. Sin embargo, el amor, que había sido definido como “un acto de voluntad por el que libremente se quiere y se busca el bien de otra persona [que] defiende por encima de todo el bien-estar y el bien-ser de las y los demás”,[3] no se vuelve a mencionar nunca más. Así, se puede interpretar como un vacío expresado, como un fantasma del cuál no se habla más. Y aunque en la Guía2, que debe articularse con las guías éticas específicas de los diversos poderes y dependencias del gobierno estatal, se proponen diversas actitudes relacionadas con el amor con sus ejemplos, no se les toma en consideración en estas otras guías específicas. Así, creo, se propicia el desconocimiento e ignorancia de la relevancia de este valor universal en las dependencias de servicio público concretas. En la siguiente figura podemos leer las actitudes relacionadas con el amor en la Guia2 que se eluden, evitan y desarticulan en la Guía1, principal objeto de nuestro análisis.[4]
- Reflexiones personales preliminares
Estoy en lo personal plenamente convencido de que los valores que las guías no meramente proponen, sino en teoría harían obligatorios a quienes integran el servicio público, harían el trabajo de los servidores públicos, con todo lo pesado que puede ser en momentos, además de más llevaderos, verdaderamente productivos y felices. Estos valores, para que sean valederos deben llevarse a cabo con toda la convicción personal, no sólo porque han sido impuestos o recomendados. Debe privar, pues, el desinterés en todo lo que no sea constructivo y virtuoso en sí mismo en la actuación. Estoy también seguro de que elaborar discursivamente más el valor del amor en las guías de actuación ética específicas, en su relación con la legalidad, la justicia en el trato y en la atención a los deberes y a los compromisos con las personas a las que se sirve, dichas guías serían más congruentes con ese propósito mayor y trascendental de lograr ese Guanajuato que los ciudadanos deseamos. Ser sinceros y sobre todo leales, gracias al amor, al cargo público que eventualmente podríamos tener, debe ser una meta que deberíamos tener en mente cada día que se parte a trabajar al servicio público. Esto implica, desde luego, evitar siempre utilizar nuestra posición, en ciertos casos privilegiada, para obtener ventajas o provecho personal que no sean el desarrollo profesional ético al que todo tenemos derecho. Es en actos que parecen insignificantes, como robar material de papelería de las oficinas, o decir alguna mentira al compañero de trabajo, donde se gesta la corrupción mayor, una práctica que parece, por desgracia, común en los servidores públicos. Y no hablo ya propiamente de los del estado de Guanajuato, sino que me refiero a todo el ámbito nacional, donde los casos y las noticias de grave e indignante corrupción parecen ser cosa de todos los días.
Así, se figura y propone que el amor puede ser el valor que pueda hacer posible todas las actitudes guiadas en la letra. Por ejemplo, la austeridad. Nuestra sociedad, como bien sabemos, se inserta en un país de subdesarrollo económico y desigualdad. Nuestra ciudadanía repudia el abuso de los recursos públicos… y con razón. El desperdicio y uso negligente son en este contexto un lujo que no podemos darnos. Por ello, la innovación creativa, que es un acto de amor, permitiría aprovechar mejor los recursos con los que contamos, siempre por medio de métodos de aplicación que busquen el bien común y el ahorro. Para esto es capital la creatividad que todos en nuestra medida y capacidad podemos ofrecer. Los superiores en el ámbito laboral público deberían ser atentos en todo caso a las propuestas constructivas que sus subordinados puedan aportar con el fin de mejorar su trabajo, sin subestimarlos: todos inventamos a diario modos nuevos de enfrentar los problemas de nuestra vida diaria, y esa inventiva es posible aplicarla con éxito en el trabajo público si nos es permitido participar dinámicamente en él dentro de nuestra esfera de competencia. Podemos perseverar en ello, en hacer las aportaciones positivas al bien común que podamos: un derecho de los servidores públicos que debe ser, en mi opinión, mejor reconocido, pues la confianza en las aptitudes y capacidades propias para realizar nuestras labores encomendadas es algo que debe ponderarse correctamente. Esto hará no solamente más útil el servicio, el logro de metas, y el buen término de proyectos, sino también tener la posibilidad acceder a un liderazgo respaldado en la acción. No se trata en todo caso de una competencia por el poderío, sino de aceptar el reto de ser un ejemplo a seguir para otros servidores públicos, lo cual, en caso de ser así, se debe asumir con la responsabilidad debida. Y esta alteridad se hace necesaria, nuevamente, la figura del amor que no se apalabra (¿intencionalmente?) en estas guías.
Siguiendo con tema del liderazgo, no concibo a un líder que no sea leal con sus subordinados, allegados y relaciones de trabajo; mucho menos con su sociedad. El líder, además de esto, debe tener la fortaleza para saber lidiar con la adversidad que puede afectar sus responsabilidades, y sobre todo para no caer en la tentación de los vicios de trabajo: la corrupción, la maledicencia, la mentira, y, con particular énfasis, el tráfico de influencias, que tan penosamente vemos en nuestras instituciones públicas. Cumplir con puntualidad, orden (jerarquizando de acuerdo a su importancia nuestras actividades) y diligencia nuestros deberes es el primer paso para iniciar una carrera de liderazgo, que siempre debe ser respetuosa del derecho ajeno, de las visiones y misiones institucionales y el medio ambiente, tan vulnerado por la poca conciencia ecológica que a veces solemos tener, no únicamente como ciudadanos, sino como, en sus respectivos casos, como gobierno omiso y negligente.
Otro de los valores que la Guía2 promueve y que debe ser mejor ponderado por el valor del amor es la equidad. Ser equitativo es ser visionario. La sociedad, cada vez más, demanda derechos que históricamente le han sido menoscabados (principalmente los grupos vulnerables, minoritarios u oprimidos: desde las mujeres, que aún en nuestros días, luego de décadas de lucha, siguen exigiendo igualdad de oportunidades; hasta los indígenas, personas con capacidades diferentes, y otros sectores marginalizados y discriminados como los disidentes sexuales). Por ello es que ser incluyente es también ser visionario. Y quien es visionario, considero, aunque tenga grandeza de espíritu, sabe ser humilde por reconocer a la otra persona y las garantías y derechos humanos que lo igualan a ella. Ponderar, como la definición en las guías, dice, el bien-estar y el bien-ser del otro. Por el ello, quien aspire a ser líder en su desempeño profesional como servidor público debe ser flexible con las limitaciones con que ciertas individualidades se ven afectadas por razones sociales, económicas, físicas o de cualquier tipo. Esto se hace con apertura. Dispuestos a servir antes que servirnos a nosotros mismos. Y esto es posible gracias al amor.
Las actitudes relacionadas con el amor de la Guía2 parecen ser, en una sociedad como la actual, individualista, interesada en demasíapor el dinero y la apariencia, además de egoísta, las más difíciles de lograr. Las instituciones actuales “colonizan y subordinan el mundo de la vida mediante los roles de trabajador, consumidor, y cliente de las burocracias, en donde las actitudes vitales se vacían de su sentido tradicional y se ven sustituidas por el individualismo posesivo y las orientaciones meramente utilitarias”.[5] Ser solidario en una sociedad en el que el individuo está demasiado ensimismado puede ser una proeza. Brindar apoyo al necesitado es una virtud que no vemos casi ya en nuestros días como en décadas o generaciones pasadas, según nos contaban nuestros abuelos y nos cuentan nuestros padres, e incluso según nuestra propia experiencia cuando fuimos niños. A tal grado que el generoso, si no nos parece santo, nos parece tonto. El desinterés y la gratuidad de los gestos para con el otro se han hecho rarezas. Pero nunca hay que olvidar que prestar ayuda y apoyo a otras personas en sus tareas, dentro y fuera del trabajo público, en este caso obviamente sin sustituirlas, nos engrandece como personas. Quizá algún día necesitemos la misma atención, el mismo apoyo y no haya nadie para brindárnoslo. Si fomentamos el desinterés en el auxilio del otro en los casos necesarios, encontraremos, a más corto plazo de lo que podría parecer, una sociedad que mejor nos ampare y en la que podamos estar más seguros.
Ello no es posible sin la compresión y sin la confianza en ese otro (no una confianza ciega, sino una que por su propia dignidad de persona merece), ni sin la empatía que, en verdad, cuando es genuina, es un verdadero gozo. No es posible una vida personal, familiar y, mucho menos, laboral, digna, sin esta sociabilidad que nos dan estas actitudes relacionadas con el amor, la más bella simpatía y relación que un humano puede tener por y con otro, además de para consigo mismo. Pero para desarrollar el amor, ese altísimo ideal que las sociedades de todos los tiempos han enaltecido, son necesarios la sana comunicación, la honestidad en las palabras, el sentimiento noble verdadero. Y es necesaria también la creatividad.
- La importancia de la ética del amor en el servicio público
Desde la óptica organizacional del servicio público, la ética se refiere al paquete conocimientos y prácticas óptimas para cumplir la función social encomendada. Esto hace que, según el Dr. Augusto Hortal los servidores públicos se vuelvan protagonistas de las instituciones que representan.[6] “El alcance e impacto del servicio público es de tal naturaleza, que justifica re-pensar la gestión pública como una profesión especializada en el servicio.”[7]
Para lograr en los servidores públicos una conciencia ética profesional, bien arraigada, se implantan los códigos de ética. Un código de ética establece normas a través de las cuales se regula la conducta de quiénes intervienen en un determinado contexto. El profesional del servicio público de este tiempo, debe conocer el contenido de los códigos de ética que le aplican en el ejercicio de sus funciones. A través de la educación continua, estaremos a la vanguardia de los nuevos avances que se registran en el mundo laboral para reforzar nuestras habilidades, conocimientos y principios, así como, las técnicas y avances tecnológicos. Esto nos permitirá dar continuidad al desarrollo y fortalecimiento de los valores y fundamentos de la ética.[8]
El respeto, la responsabilidad, la bondad, el civismo, la justicia y la confiabilidad, son disposiciones de carácter universal fincadas en el amor, que se desarrollan con la formación de la personalidad, y la adhesión a ellos es determinante para una vocación de servicio. La vocación es un elemento de suma relevancia en la formación y evolución del carácter profesional del servidor público. Cuando la vocación está latente, el trabajo no se hace pesado y se goza, y somos capaces de ponerle nuestro sello personal a las acciones con entusiasmo, y a la relación con las personas que atendemos.[9]
Por ello, autores como José Joel Rodríguez Forty, de la Oficina de Ética Gubernamental de Puerto Rico, enfatizan en primer lugar la necesidad de que el servidor público sea una persona “capaz de amar el cumplimiento del deber por encima de las garantías materiales, ventajas o provechos personales.”[10] Esto se hace competente cuando el servidor público demuestra su compromiso, aprende y diversifica sus conocimientos, se esfuerza por ir más allá del mero cumplimiento de sus deberes y es capaz de trabajar en equipo.
En la medida que los servidores públicos incorporemos estas prácticas en el trabajo, surge una nueva imagen de servicio, que redunda positivamente en la opinión pública. Si a eso le añadimos el poseer una escala de valores interna, que nos frena y dirige a conducirnos con corrección, en el ejercicio de nuestras funciones, se mantiene el desarrollo de esta imagen de servicio que nos influenciará favorablemente a todos.[11]
Y aunque el autor advierte que cada persona posee una escala de valores diversa, el autor propone una serie de observaciones que debe seguir el funcionario público, y que estarían motivadas por esta capacidad de amar el servicio. Así, el funcionario público:
Conoce sus deberes para con la organización.
Cumple con las leyes vigentes del país en que reside y trabaja.
Contribuye a una cultura anti-corrupción.
Procura condiciones de trabajo dignas.
Respeta el medio ambiente y a su comunidad.
Fundamenta con objetividad las opiniones, informes y documentos que presenta.
Asume responsabilidad por sus actos y decisiones.
Practica y promueve la confidencialidad.
No emite comentarios negativos sobre sus pares.
Trata justamente al equipo de trabajo, y promueve su educación y desarrollo.
Respeta la propiedad intelectual.
Se inhibe de cualquier práctica discriminatoria.[12]
En este sentido, reluce ahora que el mero grado o título académico no bastan para ejercer de buen modo el servicio público. De acuerdo al mismo Rodríguez Forty, el servicio público puede ser una de las vocaciones más nobles que existen, y esto es obviamente porque su misión esencial es hacer el bien común y, como sociedad, poder ayudar a los más necesitados y afectados por la inequidad, la injusticia, la precarización y la violencia. “Esta vocación, es para aquellos que aceptan el reto de esforzarse por ayudar a personas que buscan unos servicios y así cubrir sus necesidades. Servicio hace referencia en su sentido más amplio, al acto y la consecuencia de servir, estar a la disposición de alguien, ser útil para algo.”[13] De ahí necesidad de educación constante para poder nutrir nuestras cualidades de amor a través de características en el trato y en los modos como como la dedicación, la empatía y la solidaridad, entre otras ya referidas.
- Discusión teórica
En su obra El corazón del hombre (1964), Fromm encuentra que la historia de la humanidad ha estado impregnada de atavismos que impiden su felicidad, tales como los impulsos agresivos y la violencia, a los cuales él define como una especie de orientación destructiva del hombre que se manifiesta en guerras, autoritarismo, deshumanización, mecanización de la vida, degradación social, suicidio y demás.[14] Por su parte, el narcicismo, el amor enfermizo de sí, encierra al hombre en sí mismo y no lo hace trascender en busca de su libertad individual, la cual se confirma en su relación plena y sana con el otro: para lograr el amor verdadero el hombre necesita primero vencer su narcicismo y poder establecer vínculos verdaderos y profundos con otro ser, que den sentido y razón a su existencia. Estos vínculos deben estar libres de dependencia para que sean de verdad libres.[15] El individualismo narcisista sólo provoca entre los hombres separación; y por ello el ser humano llega a sentirse solo entre sus compañeros, su familia y su medio de trabajo.
Pero, cuando las personas han logrado vencer esta barrera “y se sienten cercanas, se sienten uno, ese momento de unidad constituye uno de los más más estimulantes y excitantes de la vida”[16], nos dice el autor en su obra El arte de amar (1956). Lograr, sin embargo, esta unidad no es una tarea fácil; pero vale la pena realizarla. Para Fromm, el amor es “la respuesta al problema de la existencia humana”[17], la fuente de la esperanza y la liberación de sus vergüenzas, culpas y angustias. Fromm piensa que la integración del ser humano con su semejante se da por medio de la actividad creadora. Y esta podemos llevarla a cabo desde nuestro trabajo y familia, para impactar a la sociedad. La unidad alcanzada por medio de trabajo productivo y fecundo, nos enseña Fromm, no es transitoria como la de la festividad; sin embargo, sólo el amor, y el amor es creación, fundado en el contacto interpersonal logra la fusión de dos personas en la virtud.[18] Éste se expresa sobre todo a través del servicio, como el que deben llevar a cabo quienes trabajan para la sociedad en las dependencias públicas:
Dar constituye la más alta expresión de la potencia. En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza y mi riqueza. Tal expresión de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha. Me experimento a mí mismo como desbordante, pródigo, vivo, y, por lo tanto, dichoso. Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad.[19]
Es importante hacer notar que cuando Fromm habla de fuerza y riqueza, se refiere al ámbito espiritual que nada tiene que ver con las posesiones materiales. La persona dichosa es capaz de dar lo más precioso de sí mismo: su alegría, su conocimiento, su interés y su comprensión. Su propia vida. Haceresto enaltece su persona y la de quien recibe. Es una experiencia productora de amor. “Algo nace en el acto de dar, y las dos personas involucradas se sienten agradecidas a la vida que nace para ambas”.[20] Sólo el amor produce amor y al dar amor nos convertimos en personas amadas, entonces nuestro ser supera su impotencia, su separación y su desgracia.
Recalca Fromm que la orientación hacia el dar y el amor son predominantes de la mente productiva que ha superado el deseo de explotar a los demás y acumular, y ha adquirido fe en su propia persona, liberándose.[21] En el acto de amar el hombre se descubre a sí mismo y descubre a su propia especie. Tal necesidad de trascendencia, subraya el autor, es una de las más básicas humanas, aunque el ser humano lo olvide constantemente, agrego yo. En su obra El miedo a la libertad (1941) el autor insiste en que la necesidad de evitar por medio del amor el aislamiento y la soledad que conducen a la desintegración moral son necesidades humanas tan importantes como las fisiológicas.[22]
El amor puede realizarse en forma filial, materno-paternal, fraternal, etc. Y el amor fraterno no necesita los vínculos de sangre para que dos seres humanos puedan considerarse hermanos y se quieran como tales. Pero en todo caso, debemos empezar, como afirma el sentido común, a amarnos a nosotros mismos, pero no de manea enfermiza, egoísta. La persona egoísta, que sólo piensa en su beneficio e interés, es verdaderamente incapaz de amar y respetar la dignidad de las demás personas. En realidad, la persona egoísta no se ama a sí misma, de allí viene su ansiedad por poseer.[23] Por ello el egoísta está siempre insatisfecho y se siente torturado en el fondo,[24] explica el pensador.
Fromm concluye, al igual que otros autores más recientes, que la sociedad moderna está corrompida por su enajenación y los falsos valores que le imponen la mala competencia y el mercado, llegando el ser humano a venderse a sí mismo (su tiempo, su personalidad) como mercancía,[25] lo que le impide pensar, accionar y sentir por sí mismo, haciendo que se sienta inseguro y por ello se haga consumidor compulsivo de productos superfluos para intentar extinguir su ansiedad. Sin embargo, ésta se elimina sólo mediante la verdadera colaboración como componente de una excelencia personal.[26]
Su libro magistral, El arte de amar, concluye con una reflexión que comparto: “Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual es tener una fe racional en la compresión de la naturaleza misma del hombre.”[27] Así, se evidencia la importancia de la ética del amor en el servicio público, que como vemos, parece eludirse constantemente en el discurso textual, y a toda vista en la práctica cotidiana en este seno.
CONCLUSIONES
En este trabajo hemos confirmado la existencia de un vacío discursivo expresado en la enunciación del valor del amor como rector de la Guía de Actuación de las y los Servidores Públicos de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guanajuato y su posterior falta de articulación textual y semántica en relación con las actitudes allí normadas. Hemos constatado cómo, a pesar de que el valor del amor se destaca en la Guía de Actuación y Reglas de Integridad del Gobierno del Estado de Guanajuato, en la que se ofrecen algunas perspectivas para su actualización, se le elude en la guía de nuestro análisis; lo que, en nuestra perspectiva, permite el olvido de su importancia como fundamento sustancial de otras actitudes que de ella dependen.
Hemos decidido mostrar unas reflexiones personales basadas en la experiencia para justificar la importancia del valor del amor, y cómo su falta de expresión incide en actitudes nocivas como la corrupción y el mal servicio, que a la postre determinan la falta de credibilidad de los ciudadanos por las instancias de atención pública.
Hemos acudido a un especialista en materia de servicio público para mostrar cómo la importancia del amor como valor determinante ha sido señalado con anterioridad en otros contextos, y cómo este operaría en la construcción de la vocación de servicio, esencial para una función no sólo adecuada, sino plena y feliz. Con ello, creemos contar con un respaldo que justifica la propuesta de la importancia del valor del amor en el servicio público en nuestro estado.
También hemos recurrido al pensamiento social y humanista de Erich Fromm para demostrar teóricamente, de modo científico, ya que las ideas de este autor provienen de la psicología social como ciencia empírica, cómo el amor incide en la realización del ser humano y su vocación de servicio, haciendo posible, mediante la superación de egoísmo y la capacidad de creación, la comunión feliz de hombre con el otro y con su sociedad. Así, mostramos cómo el amor construye una mejor sociedad, y por lo cual tiene pertinencia y relevancia en el momento de pensar el servicio público y reflexionar sobre él.
Por lo que creemos que se ve confirmada nuestra hipótesis, según la cual la articulación discursiva del valor del amor en los códigos éticos de conducta de los servidores públicos sería un modo de dar consistencia de sentido a las actitudes normadas, pudiendo eventualmente mejorar el sistema de modos y conductas del servicio público de nuestro medio.
Podríamos empezar por allí para construir el Guanajuato, el México que queremos: por dar privilegio el valor del amor, ya no sólo en el servicio público sino en la vida ciudadano, siendo bondadosos, optimistas y amables. El valor del amor es universal. Empecemos, si no lo hemos hecho, a fomentarlo en nuestra esfera de impacto: sea grande o pequeña, formando e inculcando los hábitos deseables. Siendo más tolerantes, justos, honrados y benevolentes como personas. En fin, y en pocas palabras: aprendiendo a amar mejor y más… Lo demás será inevitable.
BIBLIOGRAFÍA
MENDIVIL Macías, José: Posmodernismo y hermenéutica: dos aproximaciones. Guanajuato: Universidad de Guanajuato, 1997
FROMM, Erich: El corazón del hombre. México: Fondo de Cultura Económica, 1966
—: El arte de amar. Buenos aires: Paidós, 1980
—: El miedo a la libertad. México: Origen/Planeta, 1985
Rodríguez Forty, José Joel: El servicio público: una perspectiva ética profesional. Oficina de Ética Gubernamental de Puerto Rico: Puerto Rico, 2018
S. A.: Guía de Actuación de las y los Servidores Públicos de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guanajuato. Gobierno del Estado de Guanajuato: Guanajuato, s.f. Recuperado de: https://portal.fgeguanajuato.gob.mx/PortalWebEstatal/Archivo/normateca/95.pdf
S. A.: Guía de Actuación y Reglas de Integridad del Gobierno del Estado de Guanajuato. Gobierno del Estado de Guanajuato: Guanajuato, 2016. Recuperado de: http://www.seg.guanajuato.gob.mx/Ceducativa/CIESEG/ActCIESEG/GUIA-DE-ACTUACION-2O16.pdf
[1] S. A.: Guía de Actuación de las y los Servidores Públicos de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guanajuato. Gobierno del Estado de Guanajuato: Guanajuato, s.f., p. 9 Recuperado de: https://portal.fgeguanajuato.gob.mx/PortalWebEstatal/Archivo/normateca/95.pdf [consulta: 29 de mayo de 2020]
[2] Ibídem, p. 7
[3] Ibídem, p 6
[4] Tomado de: S. A.: Guía de Actuación y Reglas de Integridad del Gobierno del Estado de Guanajuato. Gobierno del Estado de Guanajuato: Guanajuato, 2016, p. 7. Recuperado de: http://www.seg.guanajuato.gob.mx/Ceducativa/CIESEG/ActCIESEG/GUIA-DE-ACTUACION-2O16.pdf [consulta: 29 de mayo de 2020]
[5] Mendivil Macías, José: Posmodernismo y hermenéutica: dos aproximaciones. Universidad de Guanajuato: Guanajuato, 1997 p. 9.
[6] Citado en: Rodríguez Forty, José Joel: El servicio público: una perspectiva ética profesional. Oficina de Ética Gubernamental de Puerto Rico: Puerto Rico, 2018, p. 1. Recuperado de: https://issuu.com/eticapr/docs/stic-2013-08 [consulta: 29 de mayo de 2020]
[7] Ídem
[8] Ibídem, p. 6
[9] Ibídem, p. 4
[10] Ibídem, p.6 (Las cursivas son nuestras.)
[11] Ídem
[12] Ibídem, p. 3
[13] Ibídem, p. 5
[14] Fromm, Erich: El corazón del hombre. Fondo de Cultura Económica: México, 1966, pp. 11-36
[15] Ibídem, pp. 68-109
[16] Fromm, Erich: El arte de amar. Paidós: Buenos aires, 1980, p. 1
[17] Ibídem, p. 17
[18] Ibídem, p. 27
[19] Ibídem, p. 32
[20] Ibídem, p. 34
[21] Ibídem, p. 35
[22] Fromm, Erich: El miedo a la libertad. Origen/Planeta: México, 1985 p. 41
[23] Ibídem, p. 68
[24] Ibídem, p. 140
[25] Ibídem, pp. 143-144
[26] Fromm, Erich: El arte de amar, Op. cit., pp. 92-100
[27] Ibídem, p.139