Entre ángeles y moscas (Cinosargo/Los Pájaros: dibujos, libros et al.,2021) es el primer libro de poesía de Flor Bosco, quien era previamente muy reconocida principalmente como artista visual, sobre todo por sus maravillosos ensambles.
Sobre este libro escribe Amaranta Caballero Prado: “Imaginería perpetua la ideal del tiempo y sus palabras. Búsqueda entre los recovecos e intersticios del pasado: celosías agrietadas y hierbajos. Secuencia volátil, rabiosa, la del insecto. ¿De qué nos hablan estos poemas de Flor Bosco?
Nos hablan del dios de la infancia, anomalías, gracia mística. Poemas que murmuran, sisean ríen casi en silencio. Hablan del duelo, telas antiguas, canarios, olor a naftalina, cirio, taconcitos, pavorreales, ternura envuelta en andrajos y devota tristeza. Entre ángeles y moscas permanece la idea del asombro como guiño, como evidencia, universo propio: el cotidiano de la poeta. Sabemos que todo es parte de todo. Sabemos que la poesía es un texto que se teje con algunos hijos de otros textos. Sabemos que hablamos el lenguaje absoluto del balbuceo. Así que Flor Bosco también teje, también trama. Las raras criaturas, los poemas, también comen. ¿Su alimento? El Tiempo.”
Hoy tenemos el honor de compartir tres poemas del libro seleccionados por la misma autora. Ella es nacida en León, Guanajuato en 1970. Desde 2010 ha escrito cuentos y poemas como soporte para su obra plástica. Ha publicado cinco libros de artistas; así como series cortas de poemas en La presa y Tres pies al gato. Su obra fue incluida en la antología Las avenidas del cielo (UG/UAA, 2018).
HIDRA DE ALAS AMOROSAS
Perdimos el horizonte en la niebla
del nido,
quedamos como perros enroscados
en una boca abierta
con la respiración en pausa.
Todo apunta a un silencio,
sin embargo,
las voces caen como ramalazos
en el rostro.
La hidra de alas amorosas
ha llenado el borde de trampas;
no se fía de la inquietante luz
del patio trasero.
Habría que nacer en otro vientre
para poder morir
entre las ruedas de un carro,
para no seguir
como frutos maduros
aferrados a la rama
vencida.
CUENTO PARA IRSE A DORMIR
Érase una vez un par de tortugas
anarquistas que se meaban
sobre las obras de Dios.
La masa mustia no era capaz de ver
el estallido destemplado
del gran espejo.
La viruela había rajado sus ojos,
los escapularios, ahogado su voz.
Las insurrectas, despedazando
la vieja partitura
escrita en las paredes,
dejaban respirar
la esencia del mundo.
La muchedumbre temblaba
ante el jadeo de la libertad.
Al final,
el orden y la pulcritud
resguardaron la delicada trama de la farsa,
las escobas de hierro
barrieron los aires disidentes,
se quemó la casa de las anarco-bandoleras
con ellas dentro.
Así se pondría en claro que
la prudencia y la obediencia
dan una vida larga y segura.
SABEN MI NOMBRE
Las niñas de agua muerta
custodian los nidos de peces rugosos
tapizados de moscas panzonas.
Mi tristeza de hiena
huele a pájaros mojados.
Un par de caracoles con voces heridas
agota el cancionero.
Estamos de luto.
Los perros con zapatos robados,
por una equivocación,
perforaron sus cabezas.
Yo les acomodé cien puñaladas
a cada uno.
El veredicto:
¡Excedió la repulsa!
Los perros del vientre saben
mi nombre.
Unos plomos sobre mí
cerrarán el círculo.