Las edades de la noche es el más reciente libro de poesía de Iván Montenegro Hernández, publicado en septiembre de 2023 por la editorial Puente de Piedra con una portada de Óscar Santos Hernández. El tiraje constó de 141 ejemplares. En este libro, que supone una evolución en la escritura poética del autor, quien ya había publicado Palabras de buhardilla y Zona de medianoche, en el sentido de consolidarse como uno de los poetas más persistentes y destacados de su municipio Acámbaro, Guanajuato, y lograr una obra más conceptual y literariamente más lograda a través del oficio, se inscribe dentro de una tradición histórica de poetas para quienes la noche supuso un lugar privilegiado para la escritura, principalmente románticos, pero también simbolistas y modernistas (Novalis, Baudelaire, Poe, Pessoa, etc.). Temporalidad que despierta la sensibilidad y el contacto con los misterios de la vida que en el caso de Montenegro Hernández no supone sólo el erotismo, la ensoñación con el amor y la agudeza del pensamiento, sino también el dolor, la angustia, la ansiedad e incluso el pánico. Por eso de habla edades de la noche. Recordaba Baudelaire en un destacado poema de su libro Las flores de mal que en la noche se acrecientan los dolores del enfermo y, en este sentido, parece que esto acontece en la escritura de esta obra del acambarense. A partir de la imagen capital del insomnio, pero también de la duermevela, el autor parte de lo concreto de las cuatro paredes de su habitación y recorre espacios imaginarios llenos de símbolos y fantasía, pero también de emociones inquietantes y también viscerales, aunque la visceralidad (más cruda en sus anteriores poemarios), como lo hace notar el autor del prólogo, Noé Contreras González, es más contenida, mesurada, aunque no deje escapar algunos alaridos dramáticos que sorprenden al lector por su honestidad, pero también por su lograda elaboración retórica.
Para Contreras Hernández, “el autor anda los rincones de la mente; su capacidad de introspección lo convierte en el espía perfecto del inconsciente que nos habita”. Sus noches son largas y llenas de las contradicciones que habitan a todo humano, más al poeta que irremediablemente tiende a reparar en lo fatal, buscando un pretendido equilibrio o reparación en la imaginería del amor, mediante la sublimación de su lado oscuro en erotismo y ansias de comunión mística con la persona amada. Es notorio que Montegro Hernández es una persona hiperestésica que “ha sentido igual o más que mil personas juntas”. Son casi una cincuentena de poemas que nos llevan por un recorrido, una progresión en el sentido inverso, pues inicia con poemas donde la belleza erótica de la inspiración florece en imágenes de profunda belleza, como en el hermoso poema “De carne y flor”, que reproducimos al final de esta reseña, pero en cuyo final, muy significativamente, la muerte ya establece su guiño, pone su dedo irremediable.
Algo de atención en cuando al estilo del poeta en este libro es el uso de títulos que se convierte en la verdadera primera línea del poema, continuándose la lectura de manera fluida, con un efecto de fórmula artista tan lograda que no causa problemas de lecturas. Eso se da en poemas como el bello “Si volviera a encontrarme en tus ojos” y otros de la primera parte del libro. Es un recurso ciertamente ya pactado por la tradición, pero que Montenegro Hernández recupera y lo ejecuta bien. También se nota la mejora de la técnica de los finales que, en la poética de muchos grandes poetas, es una de las partes más importantes del poema, pues es la que nos deja la última impresión de lectura y permanece de manera inconsciente en la mente del lector, haciéndonos recordar ese goce o falta de él en el poema. Por ejemplo: “La tarde jugaría con tu sombra / y comprimiría las palabras /que no alcanzaré a decirte.” Esto porque el autor sabe que, por más esfuerzos que el poeta ponga con sus capacidades expresivas y con trance de sus nervios, siempre queda un resquicio inefable que las palabras no alcanzan a transmitir, y que a veces enmascaran. Montenegro Hernández tiene en ese sentido finales muy logrados que remachan el poema de forma contundente y eficaz. Hacia el final del libro, son notables los neologismos, pero fáciles de interpretar a partir de la conjunción equilibrada de dos palabras o conceptos poéticos que se distinguen, que en su conjunto hacen sinergia. También se resalta un lenguaje más florido, emparentado ciertamente con cierto barroquismo que hacen que el libro en su conjunto sea variado y no canse debido a la monotonía. Ya la última parte versa sobre ciertas problemáticas sociales como el régimen de violencia que asola algunos de los municipios de nuestro estado y la inmundicia del funcionamiento del Ministerio Público, verdadero lugar donde impera la muerte instituida.
Tras la primera parte del poema, que abre de manera muy inteligente el libro, aparece la melancolía, el tedio, el sentimiento de vacío: “Hay un luto de siglos raído / en la puerta de mi casa […] Hay un duelo hecho nudo /en la boca de mi puerta”; “Rugen las olas del pensamiento / que llegan a esta playa de ceniza, / arrastran consigo el desencanto, /
cuerpos que mueren sobre los escollos”; “la arena es vasta, / el tiempo breve”; “algo me duele al fondo”; “En mis entrañas vive un sapo”. Y aparece lentamente la oscuridad mortecina cifrada en la imagen mitológica de Eósforo, divinidad grecolatina que significa “Portador del alba”, que simboliza a Venus, la estrella de la mañana, que el cristianismo reinterpretó como Lucifer, el más bello de los ángeles que renunció a su sumisión a Dios, y que a partir de la literatura moderna es asimilado como una figura de sabiduría, arte, belleza y libertad. Baudelaire ha sido el poeta satánico por excelencia y son evidentes los guiños que Montenegro Hernández establece con este poeta maldito, sobre todo en imágenes grotescas que parecen celebrar lo feo como en:
“Dame a luz entre las sombras,
lejos de la luz del juicio,
en la noche invidente,
ciega madre que amamanta ratas
con la dulzura de sus pechos vastos.”
En el sentido baudeleriano también puede ser leído el tema de la mujer, inspiradora de las más altas gracias: “rosa abrasada por la sangre hirviente”; “domesticas el tiempo, / amansas las horas / y de tu mano comen los segundos”; pero también de sensaciones terribles como en el breve poema “Mujeres”. Otra imagen maldita se da en el poema “Los hombres que vibran bajo”, el cual hace referencia a ciertas tradiciones espirituales que piensan que los seres humanos emiten ciertas frecuencias vibratorias entre las cuales la más alta sería el amor y la más baja el miedo, y del cual rescato como recurso de muestra el inicio. Por otra parte, su final recuerda al poema “Los hombres del alba” de Efraín Huerta, sujetos para quienes el amanecer supone una especie de maldición rutinaria, el fin de su errancia por la ciudad y de su entrega a los vicios. En tal sentido es también significativo el título “5:26 a.m.”
“Nunca fuimos el alma de nada,
nunca el corazón hirviendo
y la palabra firme.
Nunca buscamos las multitudes,
apenas los baldíos
o las sucias trastiendas.
Nunca cargamos el sol a cuestas,
los hombres que vibran bajo
van orgullosos de su tristeza.”
La madrugada (hay un poema llamado “Madrugada”) es en este sentido recuperada por Montenegro Hernández como el tiempo en que los hombres entregados a la esclavitud de la obligación se despiertan a hacer sus actividades, mientras que para el poeta nocturno es apenas el momento en que se han hilado algunas frases que luego se volverán poemas, que deberán reescribirse: “la noche conmigo se va a la cama”, porque “La noche anda sin banderas blancas” y “La noche escurre, / minuciosa entra en la última comisura, / en las grietas de nuestros secretos”. La noche en este contexto, se padece (Rosario Castellanos, en un “Nocturno” había propuesto: “Nuestro destino es padecer la noche”). La noche se vive como una determinación insalvable, como de espanto: “estos cadáveres que yacen bajo mi cama”, que lleva “a gritar poesía en la oscuridad” porque “toda noche depreda y sangra”. En tal sentido es notorio que el autor reinvente una “Virgen negra”, en cuyo poema se lee: “adentro de ti muero un poco / y me juego las vidas que no tengo.” En oposición a esta elevación, la tierra aparece reiteradamente como el lugar de lo mundano, donde se arraigan las raíces mismas de la poesía más humana: “y bajo la tierra quede mi nombre en comunión con tu palabra”, pero que no obstante se vive como un lugar desolado: “cualquier mirilla descubre un paraje estéril”; “Despertar es una arcada y un espanto”.
Otra imagen de la tradición artística recuperada por Montenegro en este poemario es la de la bilis negra, que según la ciencia entendió durante siglos a partir de la teoría de los humores de Hipócrates, determina a las personas melancólicas, lo cual se plasma en los siguientes versos iniciales del poema “De regreso a casa”:
“Soy un muro corroído por el tiempo,
estoy hecho de viejas tuberías y un desagüe lento,
de ventanas que dan a solares estériles,
a patios sombríos donde mueren de tedio las macetas.
Estoy hecho de nudos y de grietas,
de emisoras perdidas en puntos muertos,
de barcos extraviados”.
Esta melancolía provee de rasgos depresivos y, más contemporáneamente ansiedad (lo que clínicamente se llama “depresión ansiosa)” a gran cantidad de gente en la actualidad, producto de los cambios sistémicos que vivimos a nivel mundial que ya no proveen de seguridades a las personas y las hacen padecer una crisis constante. Por algo se insinúan de manera velada en un poema ansiolíticos de primera elección en México como el alprazolam y el clonazepam, paliativos médicos en casos cronificados que no son sensibles a la palabrería de superación personal tan vulgarizada hoy en día. Sin embargo, la esperanza que redime no deja de estar en el horizonte del poeta, como buen humano. Y con estas líneas terminamos esta reseña:
“Cuando mi día llegue espero haberme encontrado,
haber dicho lo suficiente y lo necesario,
morar con el corazón, desde las entrañas,
sentir que nunca pertenecí a otro lugar.”
APÉNICE: DOS POEMAS DEL LIBRO
De carne y flor
Todos los animales son en ti,
todas las flores despuntan en tu piel,
credo de aire,
oración de inciensos.
Una legión de animales te habita,
erguido lirio de fustes interminables,
de grullas aves, te abres camino a la noche
reptando sobre su seda.
Guárdame en tus manos,
en tus lúnulas ofrendo mis sueños,
guárdame en la comunión de tus muslos
que convocan salvaje a la sangre,
en tus ojos,
marianas que duermen bajo el azul profundo.
A tus blancas corvas sigo,
tu firme paso en el asfalto
presume la nomenclatura de tus piernas,
pasos de mil noches
en el jardín de tus plantas desnudas
donde riega la muerte mi goce.
Sueño el día
Que encuentres mi palabra por la calle,
en alguna vidriera, en la central de autobuses
o en la acera mientras bajas la mirada.
Que la encuentras
huérfana en una caja de liquidaciones,
en los periódicos semanales
o en el azar de las estanterías.
En otra voz,
en la volátil publicidad del viento,
en el asiento trasero de alguna ruta,
apilada en la neurosis
de algún vendedor de libros viejos.
En la sala de espera
de tu dentista,
en el sanitario de tu oficina
o en el revistero de la peluquería.
Sueño que mi palabra te alcanza
y me sabes en ella,
que funge para ti como un espejo,
que al encontrarla me encuentras,
soy tus ojos de perro azul,
lo que olvidas cuando despiertas.