Este breve libro que reúne ocho ensayos “hace un recorrido crítico por la historia del lenguaje y la lectura, desde la huella de una mano plasmada por un milenario ancestro neandertal, hasta la lectura en vertical del muro de las redes sociales. Bravo analiza, a su vez, la transformación y la ambivalencia de aquellos conceptos relacionados con el hábito de la lectura y la formación de lectores”, según se nos informa en la contraportada. El libro fue publicado en 2022 por la editorial independiente Los Otros Libros, “una empresa cultural que nació en Guanajuato con el objetivo de dinamizar el ámbito editorial y literario de esta entidad”. Puede descargarse gratuitamente del sitio: http://losotroslibros.com/descargas
Cabe mucho resaltar que esta obra nació como producto de la reflexión suscitada de la lectura y análisis del Diagnóstico sobre hábitos de lectura en Guanajuato (Ediciones La Rana, 2020), una investigación realizada en conjunto por la Universidad de Guanajuato y el Centro de Vinculación con el Entorno VEN; y se enriquece con la experiencia del autor como escritor y promotor de la lectura.
Raúl Bravo, nacido en 1965, es Promotor Editorial de Ediciones La Rana, casa editorial del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, donde se encarga de vincular a los autores con los lectores, además de coordinar eventos como presentaciones literarias, participación en ferias nacionales e internacionales del libro, foros virtuales como el recién Foro Virtual del Libro, difusión en redes sociales y eventos literarios en escuelas y recintos culturales, además del ya consagrado Seminario para las Letras Guanajuatenses, una estrategia de profesionalización en la que autores del estado de diferentes géneros literarios pueden perfeccionar sus trabajos bajo la tutoría de prestigiosos escritores nacionales y eventualmente publicar sus obras en editoriales regionales o nacionales. Bravo también se ha desempeñado como poeta, teniendo en su haber los poemarios Quebrantamientos (1992), A la orilla de los días (2007), Labrys (2015) y Geometría del deseo (2019). Como ensayista ha publicado también “Apuntes sobre un cocodrilo revisitado” en Efraín Huerta. El alba en llamas (2002), “Érase una vez en el país de las siete luminarias. ¿Desde qué ‘centro’ estamos hablando?” en Otros diálogos 2017-2022. Los primeros cinco años (2022) y Lectura y democracia (2011), entre otros textos sobre promoción y difusión de los hábitos lectores, publicados en revistas y otros medios.
Los títulos de los ensayos consignados en este trabajo son: “Leer tiene una historia”, “Construir un concepto”, “¿Arte vs lenguaje?”, “¿Qué fue primero, la gallina o el huevo?”, “Todos somos lectores”, “Se trata de hábitos de lectura o de la necesidad de leer”, “No se entrega un título como lector” y “Epílogo o retrato de un lector que quemaba libros”. Es muy significativo el epígrafe que abre el libro: “Uno lee para hacer preguntas”, de Franz Kafka. En estos textos el autor establece diálogos con autores como Robert Cantón, Stanley Fish, Platón, Jacques Derrida, Ronald Wright, Felipe Garrido, Daniel Pennac e incluso el odiado Adolf Hitler (a quien dedica el epílogo), quien, a pesar de ser con toda seguridad el genocida más grande de la historia, era un ávido lector que conocía a los clásicos y del que se dice que leía “un libro cada noche”, cuya biblioteca de alrededor de 1,600 libros reside en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
En el primer texto, el autor rastrea las primeras inscripciones prehistóricas del homínido que datan de aproximadamente del cuarto milenio antes de Cristo, para proponernos que la lectura surge ya entonces como una práctica (que, además de haber sido contable en esos oscuros y remotísimos orígenes) era ya evocadora. A partir de ello, nos dice el autor, la historia de la lectura “recorre un sinnúmero de contextos socioculturales que al parecer se retroalimentan”, debido a que la podemos considerar inherente al ser humano.
Según Bravo, el diagnóstico sobre hábitos lectores entre la población guanajuatense que detonó este libro “inaugura otra manera de reflexionar, discutir y analizar los procesos lectores”, pero sobre todo “de generar políticas públicas acordes con las supuestas características de los lectores guanajuatenses, al contar con información específica a este respecto”. Lo que también, en su opinión, ha permitido percatarnos de la permanencia de ciertas nociones bienintencionadas pero reduccionistas sobre un fenómeno social tan complejo como la lectura en tanto concepto y praxis. Por lo que, dice el autor, antes de crear una campaña en pro de la lectura tal vez sea bueno preguntarse qué tipo de comunidades lectoras se quiere formar, ya que de esta premisa partirá el tipo de lectura que se quiere fomentar. Contra una visión individualista de la historia lectora personal, el autor sostiene enfáticamente que los lectores no nacen por generación espontánea, sino que dependen de vínculos sociales y entornos. No se debe olvidar, ante todo, que “la lectura es una excelente herramienta de socialización”, pero tampoco que, ante todo, “cuando uno aprende a leer, aprende a pensar”. Debido la importancia de esta última consigna, y por la claridad y relevancia de pensamiento sobre estos temas que ocupan al autor en este libro, nos hemos tomado la libertad de reproducir unos destacados fragmentos, esperando que motiven su lectura íntegra y analítica, a través de su compra o descarga libre.
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“En realidad, la cultura escrita ya no es el principal instrumento de culturalización que posee el hombre contemporáneo; ha sido desbancada desde el siglo pasado en la cultura de masas por la televisión, y en el presente siglo por la Internet.”
“El lector no solo descodifica, sino es quien interpreta y construye el significado. Alguien dijo en alguna parte que nos leemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. De hecho, no habríamos podido sobrevivir sin desarrollar esta habilidad. A menos de que se tenga un severo daño cerebral, no podemos dejar de leer en todo momento. Forma parte –desde que el ser humano lo es– de ese conjunto de funciones principales, como respirar y comer, por ejemplo.”
“Nada más cierto que un lector encuentra en la lectura respuestas a sus necesidades de formación, información y entretenimiento; pero también es cierto que en la formación de públicos existen vasos comunicantes que no podemos obviar: los programas de alfabetización, la atención a aquellas personas con capacidades diferentes (ceguera o debilidad visual), la red estatal de bibliotecas públicas en el estado, las salas de lectura, la metodología en la enseñanza aprendizaje que se tiene en el sistema educativo, el acceso a la Internet, la cadena del libro (el editor, el diseñador, el corrector, el impresor, el distribuidor, el vendedor, el promotor, las librerías y, por supuesto, el lector), pero a su vez, la red de casas de cultura, los museos, teatros, universidades y demás centros culturales. Ningún programa por sí solo, a pesar de sus buenas intenciones, podrá erradicar los prejuicios.”
“Leer es pensar, comprender, no lo que contiene un determinado libro, sino su vida. Leer, así como la lectura, no es un fin, es un medio de conocimiento de la condición humana. Así de simple y sencillo. Un medio de conocimiento no es conocimiento. Es un vehículo para crear conocimiento. Y por lo que más quieran, no es entretenimiento. Podemos entretenernos, si entendemos que determinado texto solo sirve para no ocuparnos de otra cosa… Puede divertirnos, si la historia es una crítica de la propia condición humana, una parodia de la vida. Pero debe de quedarnos claro que el fin de la lectura es la vida de uno mismo en comunidad. […]
Es cierto, no tenemos alternativa, porque para bien o para mal, somos animales gregarios, hechos de palabras, de historias. Si entendemos que toda sociedad o comunidad humana se define por la afinidad entre sus miembros, así como por su oposición o diferencia, ¿cómo determina, limita, y amplía el lenguaje la manera de ser y estar en el mundo?
Estas visiones múltiples conforman las fronteras identitarias que incluyen tanto como excluyen, son historias de encuentros y desencuentros que van desde lo personal –in crescendo teoría de conjuntos–, hasta la aldea global que actualmente habitamos. Es decir, la literatura, los relatos, las historias no solo pueden participar, sino que de manera permanente intervienen la realidad para transformar el mundo en que vivimos.”
“Todo indica que el lenguaje ‘apareció’ en nuestra prehistoria, como un método consciente de comunicación, hará probablemente unos 50 mil años. Desde sus inicios –por su naturaleza– quedaba claro que era un instrumento (método) compartido, es decir, con un fuerte e indudable carácter social o comunitario. Dicho método o instrumento se basaba en una representación común del mundo que les permitía –por esa misma cualidad convencional, donde ciertos puntos de referencia eran los mismos para un grupo de hombres y mujeres– que determinadas expresiones verbales ‘representaran’ una realidad percibida de forma semejante. El origen de la palabra es un acto de materialización de ese entorno. El homínido al que se hace alusión no solo ‘nombra’ a las cosas, les otorga sentido. Un sentido humano.”
“Ya sabemos que leer no solo es descodificar un mensaje –en este caso– lingüístico. No se trata, por tanto, de un proceso automático (no solo leemos en sentido literal), sino por el contrario, detona una serie de mecanismos psicológicos (de imaginación, de representación e interpretación, pero también de inteligibilidad, de comprensión y de comunicabilidad), es decir, un proceso de reconstrucción de significados y de sentidos. En resumen: leer, si bien no es el acto mismo de pensar, sí es una manera de pensar. La huella de una mano plasmada por un milenario ancestro –varón o mujer– neandertal, no solo es un signo de existencia de un individuo dibujando en el fondo de una cueva, sino una imagen compartida en la mente de una especie, una manera de ser y estar, de identidad y pertenencia de una colectividad. Si definimos la creación (generación) de conocimiento como una de las características que definen a nuestra especie –de hecho, para algunos es la aportación más clara de la evolución biológica del ser humano, imprescindible para la supervivencia y su hegemonía en este planeta–, entonces, el conocimiento es la representación en nuestro cerebro de una imagen de la realidad. Una teoría no descabellada sobre los orígenes del propio conocimiento debió darse entonces mediante la comunicación de esas primeras historias gestuales y orales que, de generación en generación se trasmitieron, hasta que esa imagen mental quedó ‘fija’ mediante algún tipo de código (pictórico, musical, dancístico, lingüístico, en algún rito o hábito de comportamiento).
Aquí cabe preguntarnos si solo ese, supuestamente compartido, código convencional que es la experiencia del lenguaje, basta. La respuesta es sencilla: no. Además de compartir la lengua, hace falta esa estructura que nombra la relación percibida entre los seres humanos y el universo como un libro: el relato. Ya lo ha señalado en varias ocasiones Alberto Manguel: ‘somos la única especie para la que el mundo parece estar compuesto de historias’. Así que nuestro código de interpretación del mundo es literario. En pocas palabras: leemos al mundo en clave literaria.”
“La lectura no es la finalidad sino una herramienta precisamente de aprehensión de la realidad, de la reinterpretación de esta y de comunicación de una realidad e imaginario, productos del proceso mismo. Si pensamos la lectura como finalidad, le enajenamos su esencia: ser un instrumento del conocimiento que ayuda al individuo a ser y estar en el mundo. La lectura como puro divertimento se convierte en mercancía. Da igual tal autor o título siempre y cuando me entretenga. Es claro que el ser humano necesita ‘escapar’ de vez en cuando de su realidad. No por nada la industria del entretenimiento o del espectáculo en el contexto global reporta año tras año trillones de ganancias. Pero un lector sabe que lo que lee puede no ser real, que una novela histórica no es un libro de historia; que determinado relato de ciencia ficción que nos relata una historia miles de años en el futuro, de lo que en verdad nos habla es de nuestro presente; que una obra de teatro se puede leer, pero solo en el escenario se vuelve experiencia; que un poema, además de traducir en imágenes el universo interior de un ‘yo poético’, es un laboratorio del lenguaje. Los géneros literarios no son invenciones de un determinado autor, sino descubrimientos del ser humano de maneras de ver la realidad y de comunicarla. Pero la finalidad sigue siendo la realidad, es decir, la vida de los lectores, no son los libros ni ninguno de los soportes en donde se asiente la cultura escrita.”
“Ya sabemos que leer no solo es descodificar un mensaje –en este caso– lingüístico. No se trata, por tanto, de un proceso automático (no solo leemos en sentido literal), sino por el contrario, detona una serie de mecanismos psicológicos (de imaginación, de representación e interpretación, pero también de inteligibilidad, de comprensión y de comunicabilidad), es decir, un proceso de reconstrucción de significados y de sentidos. En resumen: leer, si bien no es el acto mismo de pensar, sí es una manera de pensar. La huella de una mano plasmada por un milenario ancestro –varón o mujer– neandertal, no solo es un signo de existencia de un individuo dibujando en el fondo de una cueva, sino una imagen compartida en la mente de una especie, una manera de ser y estar, de identidad y pertenencia de una colectividad. Si definimos la creación (generación) de conocimiento como una de las características que definen a nuestra especie –de hecho, para algunos es la aportación más clara de la evolución biológica del ser humano, imprescindible para la supervivencia y su hegemonía en este planeta–, entonces, el conocimiento es la representación en nuestro cerebro de una imagen de la realidad. Una teoría no descabellada sobre los orígenes del propio conocimiento debió darse entonces mediante la comunicación de esas primeras historias gestuales y orales que, de generación en generación se trasmitieron, hasta que esa imagen mental quedó ‘fija’ mediante algún tipo de código (pictórico, musical, dancístico, lingüístico, en algún rito o hábito de comportamiento).
Aquí cabe preguntarnos si solo ese, supuestamente compartido, código convencional que es la experiencia del lenguaje, basta. La respuesta es sencilla: no. Además de compartir la lengua, hace falta esa estructura que nombra la relación percibida entre los seres humanos y el universo como un libro: el relato. Ya lo ha señalado en varias ocasiones Alberto Manguel: ‘somos la única especie para la que el mundo parece estar compuesto de historias’. Así que nuestro código de interpretación del mundo es literario. En pocas palabras: leemos al mundo en clave literaria.”
“La lectura no es la finalidad sino una herramienta precisamente de aprehensión de la realidad, de la reinterpretación de esta y de comunicación de una realidad e imaginario, productos del proceso mismo. Si pensamos la lectura como finalidad, le enajenamos su esencia: ser un instrumento del conocimiento que ayuda al individuo a ser y estar en el mundo. La lectura como puro divertimento se convierte en mercancía. Da igual tal autor o título siempre y cuando me entretenga. Es claro que el ser humano necesita ‘escapar’ de vez en cuando de su realidad. No por nada la industria del entretenimiento o del espectáculo en el contexto global reporta año tras año trillones de ganancias. Pero un lector sabe que lo que lee puede no ser real, que una novela histórica no es un libro de historia; que determinado relato de ciencia ficción que nos relata una historia miles de años en el futuro, de lo que en verdad nos habla es de nuestro presente; que una obra de teatro se puede leer, pero solo en el escenario se vuelve experiencia; que un poema, además de traducir en imágenes el universo interior de un ‘yo poético’, es un laboratorio del lenguaje. Los géneros literarios no son invenciones de un determinado autor, sino descubrimientos del ser humano de maneras de ver la realidad y de comunicarla. Pero la finalidad sigue siendo la realidad, es decir, la vida de los lectores, no son los libros ni ninguno de los soportes en donde se asiente la cultura escrita.”
“En esta larga historia, la lectura no siempre ha sido la misma; nunca hemos leído de la misma manera, como tampoco nadie lee del mismo modo. En este sentido, en la historicidad de esta práctica social lo que ha variado son los modos de comprensión y de apropiación de los textos. En el caso de la apropiación podemos apreciar la relación entre el ‘mundo del texto’ y el ‘mundo del lector’ en los diversos soportes mediante los cuales el texto se presenta. Porque debemos de recordar –no importa que esto sea un fastidio– que los autores no escriben libros: no, escriben textos que se transforman según el avance tecnológico de la época en objetos dentro de la cultura escrita: un libro grabado (fijado) en una piedra, en un hueso, en la concha de una tortuga, en un papiro, en un rollo de piel, manuscrito en una hoja de papel; impreso –ahora sí– en un libro, almacenado en un lector digital como libro electrónico, descargado de la nube a una tableta, ordenador o celular.”
“Se han registrado inscripciones simbólicas de hace 13 mil años, y se ha situado el origen de la escritura hace 6 mil años. Por lo que toca al habla, lo que podemos decir es que los homínidos que habitaron África, entre los 200 mil y 150 mil años, tenían la base del cráneo idéntica a la de los humanos modernos y, por consiguiente, la anatomía necesaria –canal del nervio hipogloso y aparato fonador– de la que depende el lenguaje; pero solo hasta hace 40 mil años aparecieron los primeros comportamientos característicos de dicho sistema de comunicación.
Si algo es por demás evidente en ambos procesos, el arte y el lenguaje, es que comparten desde sus orígenes alguna clase de significado social. […]
Al principio se pensaba que el origen del lenguaje humano tuvo que provenir de la evolución de su aparato fonador (la cavidad bucal, la laringe, las cuerdas vocales, el sistema respiratorio), pero para algunos especialistas, nuestros antepasados estaban mucho mejor adaptados para comunicarse utilizando movimientos corporales. Esta libertad de cuerpo y manos pudo ser el inicio de la denominada ‘cultura mimética’ hace dos millones de años, cuando la reciente condición bípeda liberó las manos al homo erectus. En el curso de la evolución humana, al perder el lenguaje su aspecto mimético, la vocalización reemplazó a los gestos manuales, aunque estos persistan hasta nuestros días.
Como se puede advertir, la evolución del lenguaje es algo extremadamente complejo, y pretender su aparición a modo de una explosión evolutiva, es un poco menos que descabellado. Si viéramos ese salto evolutivo de 2 millones de años en cámara lenta, apreciaríamos de modo gradual a partir de gestos manuales y faciales, la emisión de mensajes preverbales: sonidos guturales, onomatopéyicos, que, a su vez, se van transformando en una secuencia de sonidos hablados de una lengua en particular, es decir, cierta información semántica, sintáctica y fonológica memorizada que se combina en una superestructura mental y se fija posteriormente en inscripciones y signos lingüísticos dando origen a la cultura escrita.”