Entre las manifestaciones recientes de literatura creada por mujeres nacidas en el estado de Guanajuato, destaca la de Sheherezade Bigdalí (1972) por los retos temáticos y de estilo que ha decidido enfrentar y de los cuales ha salido avante. Ella es creadora tanto de libros infantiles (un ejemplo: Espalufina y el Bibliosaurio, una novela que acerca a los niños al mundo de los libros e inculca en ellos el amor a las historias de la literatura: un camino para confeccionarse una historia personal a la medida del gusto propio; obra que lleva actualmente dos ediciones, la última de ellas bellamente ilustrada, a cargo de La Rana, editorial del estado de Guanajuato) como de poesía dirigida hacía un público adulto. Estudió en la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato y es maestra en Filosofía e Historia de las Ideas por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Desde 1990 publica en diversos medios nacionales y del extranjero. Ha participado en varios encuentros regionales e internacionales de poetas. En 1996 obtuvo el Premio Estatal de la Juventud, en Guanajuato. En 1998 ganó el Concurso Estatal de Biografía “Mujeres en la Historia de Guanajuato” con Pasos de Flor Sonriente, la vida de Tranquilina Zúñiga Ramírez. Ha sido becaria del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, como del FONCA, y coordinado talleres relacionados con lo literario.
Cualquiera que va respirando muerte es un poemario corto, publicado en 2005, también por Ediciones Rana, con una portada de John Kevin. Como bien advierten sus editores en la contraportada, se trata de “un grupo de poemas de extensión y temática variada, en los que la introspección y el erotismo pudieran resultar una constante”. Se trata en última instancia de un ejercicio comprometido de la poesía con todos sus riesgos implícitos, con obviedad de los formales, que en este caso figuran un verdadero torrente de imágenes, un río palabras que nos va conduciendo cada vez más al interior personal de la autora: la poesía como manera de explorar el oscuro y a la vez lumínico río interior, allí donde reside el sujeto ya solo consigo mismo. Esta introspección se metaforiza hasta el extremo en su poesía con la entidad psiquiátrica denominada autismo:
AUTISMO
Ven
Toca
Estoy dentro.
AUTISMO II
Pero al fin
el problema no soy yo:
es que siempre
estoy pensando en mí.
La poeta se adentra en sus propias profundidades en las que reconoce los impulsos, las pulsiones, allí donde el deseo dicta las motivaciones, poderosísimo eje que, de acuerdo a las teorías psicoanalíticas, mueve toda la existencia humana, a “cualquiera que va respirando muerte”: “pienso / escribo / pero más que otra cosa / deseo”.
Así, hay imágenes de alta densidad erótica y suficiente contundencia, que asumen el goce carnal como plenitud y libertad. Por tanto, los conceptos de isla y tierra firme en este libro que también se refieren a extensiones geográficas: lugares de Cuba, Oriente Medio y México que nombra constantemente, bien pueden significar alegorías del propio cuerpo. El ser humano es una isla cuando siente la separatidad descrita por Fromm, ese desgajarse de la vida común para entrar en un aislamiento distónico y autorreferencial. Es tierra firme cuando es puerto de llegada para la experiencia del otro que da sentido a la vida humana, consistencia a los actos propios. Es, casi siempre, en términos generales, una tensión ambivalente entre el deseo de individuación y el de comunión.
El tacto, la oralidad, preforman la sensualidad corporal, asociada a latencias ocultas y dulzuras compartidas. El amor es dulce sal que se intercambia como moneda en el ejercicio de dedicarse a otro cuerpo. La sal es también el vestigio de un mar interno de pasiones que deja cierto sabor adolorido en la ausencia de aquello que se busca mientras se está viviendo.
Dame sal (…)
esa sal que has robado a otros cuerpos (…)
que sea tributo
eternizado y constante
el amor que dedicas a mi seno
que yo
en amoroso pago
compartiré contigo
la sal que haya quedado
de mi paso en otros tiempos
otros cuerpos
y otros mares.
El cuerpo se comparte y goza ya desde el primer instante del deseo: “Voy a meterme en un cuerpo / que no me pertenece / pero que es mío / a fuerza de desearlo.” Eso es una luz oscura que penetra y horada las profundidades para luego descansar. La divinidad misma es deseante y ese deseo suyo es eterno.
La geografía exterior, por otra parte, es marco concreto y simbólico en el que se decanta una naturaleza exploradora de las palabras vagas o certeras, las despedidas, la animalidad humana, las arquitecturas urbanas, la familiaridad, la concupiscencia y la angustia de saberse parte irreductible de ese paisaje físico, que es como el concierto de un desorden contenido: cierto vértigo de la materia que imagina, sospecha (sin saber que lo sabe a ciencia cierta) que desear es también morir. Porque se desea lo que no se tiene y es el complemento que nos terminará de dar vida, de formarnos como seres: como cuando inocente pero terriblemente decimos: “muero por eso”. Que sabe muy interiormente, sea consciente de ello o no, que cualquiera que vive así, en deseo, va respirando la muerte de la insaciabilidad. Y que a ello, en nuestro caso, no hay alternativa posible.