Claes, Fa
Invierno –Un poema–
Traducción por el autor,
revisada por Francisco Álvarez Velasco
Azafrán y Cinabrio, ed.
Serie: Poesía
Guanajuato, México; 2010
31. p.p
una gran melancolía y un gran dolor se manifiestan en las obras maestras de la poesía, a causa de la profunda súplica que expresan
Fae Claes
El invierno es la estación del movimiento terrestre en la que muchos aspectos de la vida y las cosas naturales se minimizan, aletargan, endurecen, paralizan, congelan. Es, por tales motivos, junto con el otoño, una de las estaciones con más prestigio literario, sobre todo para la sensibilidad romántica (cuyas expresiones en el mundo siguen estando vivas de alguna manera, como las colas de las lagartijas que, separadas de su cuerpo, siguen sacudiéndose) que parece mirarlo con reverencia extática. Invierno es también un poema extenso de Fa Claes publicado en forma de libro en 2010 la ciudad de Guanajuato por Azafrán y Cinabrio, la editorial de Benjamín Valdivia, el escritor y académico mexicano.
En este poema el invierno es apreciado y comentado no desde la belleza de sus formas y caprichos: sino desde el horror que le subyace: “El invierno es vida condensada / bajo un manto de calma, de silencio, de muerte”. Pero la muerte, esta muerte constante, no es perdición: es sólo cambio de estructuras y modificaciones materiales. Porque la vida, dentro de su caos, reconoce ciertos ciclos. En el invierno prevalece el abandono. Sales a la calle y percibes “fuerzas incomprensibles / trabajando en la gente, / en su irreprimible ansia de violencia, / de cargar sobre el otro, desgarrarlo, destruirlo”. Y en tu afán de cavilar, reparas que ni este planeta es eterno: perecerá también irremediablemente. Más nada de esto es pesimismo: es simple aceptación de la realidad, sin ensueños fantásticos. La vida orgánica (esa vida de cualquier manera corruptible y dolorosa) terminará cuando termine el mundo; sucumbirá con toda su monotonía.
No hay, en este sentido, verdadera utilidad en los seres. Los llena el vacío. En su creación fueron deslizados errores que los hacen inoperantes. La miseria suele gobernarnos; la miseria que nos da un valor inferior al cero. El mundo en el que nos deslizamos y la misma esencia humana están cargados de destrucción. Por ello el hombre se siente más útil entre más domine o extermine a otros que sean diferentes a su nación o raza. Así ha inventado la guerra y le ha dado gran prestigio. Espantados por esta moral, nos sobresaltamos aún más al darnos cuenta de que este comportamiento puede ser natural: la crueldad, el despojo se dan en las especies animales de manera constante y sin culpa. Las aves arrojan del nido a sus polluelos malnacidos. En la civilización de los milagros filosóficos, la griega, se arrojaba al vacío a los niños deformes.
No vivimos en un mundo para nada justo. Históricamente y aún ahora, la supremacía del varón es aceptada universalmente de manera casi instintiva. Por esta razón los esquimales abandonan al frío a sus primogénitos mujeres para mueran. Así es la vida: la vida mata a la vida. ¿Por qué el hombre prolonga el dolor de los enfermos terminales manteniéndolos? Esto quizá sea, verdaderamente, antinatual.
Pero también el mundo ideal es caótico. Allí también se dan las pugnas. Las filosofías terminan siendo un intento ¿vano? por entender y superar nuestro desamparo. No sabemos lo que sucede en verdad después de la muerte y quizá no podremos saberlo jamás. Sólo la fantasía puede llenar este vacío.
Forma parte de la humanidad aceptar la estupidez si ésta es consensual; los hombres se mueven como cardúmenes de peces movidos por un solo golpe, aún si éste los conduce al extravío. Los dogmas sólo perpetúan esta violencia. Únicamente el pensamiento autónomo puede hacernos vivir honestamente; aunque el pensamiento autónomo en sociedades como ésta no puede tener cabida. La separación que fomentan estos dogmas nos conduce al odio: el capitalismo margina y mancilla a las grandes poblaciones. Pero el progreso del espíritu es frenado por quienes lucran, medran con estos estados insalubres. Quien no acepta el orden de opresión establecido es condenado a la hoguera, a la exclusión. Es ofendido. Erramos por el mundo, por la vida, en busca de otra oportunidad para sentirnos a salvo.
Si no la enfermedad mortal antes, la senilidad nos llega poco apoco, quitándonos lo poco que nos enorgulleció alguna vez: la belleza, la juventud. El deterioro cae también sobre los objetos que habíamos atesorado. La muerte es inexorable; ninguna excusa, ningún miramiento atiende. Quizá el mal sea lo que mueve y reina en el mundo. Tal vez ni el aroma de las flores y ni vino valgan la pena. Por eso llegamos a desear la muerte.
Todas estas ideas (y otras no menos interesantes), elaboradas en un estilo a la vez sobrio y refinado que a veces corta como cristal y en algunos momentos llega a erizar los vellos, se desprenden de la lectura de este libro. Ideas en la que todos podemos reconocernos y que también vienen a recordar que es posible que la humanidad haya vivido siempre en un perenne invierno.
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Respecto a todo esto, quizá sean sugerentes las palabras que expresó el autor en una carta con motivo del año nuevo, en 2009, al también poeta Álvaro Valverde, español, y que éste publicó en su blog personal: “Cada año el otoño e invierno son más duros con su poca luz y sus noches largas. Con los años crece el pesimismo, y cuando intento escribir algo un poco alegre, los versos se niegan a expresar más que abatimiento.”
Fa Claes (Malinas, Bélgica, 1928) es doctor en lenguas germánicas por la Universidad de Loviana y tiene por lengua materna el flamenco. Es autor de nueve obras de poesía, siendo el más reciente Open doek, boek dicht (2006). Él mismo produjo su versión al español de Invierno, a partir del holandés, la cual fue revisada por Francisco Álvarez Velasco, quien revisó también su traducción de Universum Rijmenam (2006) para la biblioteca del Portal de Poesía, en donde puede leerse completo en edición bilingüe; obra que también recomendamos ampliamente: http://www.portaldepoesia.com/Biblioteca/Fa_Claes_UniversoRijmenam.htm
Durante años, Fae Claes fue colaborador de la revista flamenca Kruispunt, donde publicó una extensa cantidad de reseñas de obras poéticas, filosóficas y de astrofísica. Después de haber sido profesor por de tres décadas, de 1954 a 1984, para alejarse del “ruido del mundo”, el poeta decide irse a vivir a una finca en medio del campo, en Rijmenam, una comunidad rural de escasos habitantes. Desde el 2004 vive en Brujas, Bélgica, dedicado a traducir poesía en lengua española al neerlandés para la revista electrónica De contrabas. Sus poemas han sido traducidos a un gran número de idiomas. Al hablar de sí mismo, el poeta dijo alguna vez: “Soy poeta, es decir un hombre inestable de sentimientos, de humor cambiante, pero tratando de disimular estos cambios bajo el aspecto de hombre maduro, y sólo doy rienda suelta a mis extravagancias en los sueños de día y de noche, y en los momentos de inspiración.”