Hoyos funky es la vertiginosa y trepidante obra de Rubenski Pereira ganadora del premio Ethel de Novela 2022. Es una historia relatada por su protagonista Reynaldo Cuif, quien, a partir de finales del siglo pasado cuenta sus aventuras llenas de alcohol, sexo y drogas, “Bebiendo cervezas en la cima del mundo”. De ser un joven estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras (de la UNAM), termina convertido en un célebre escritor, aclamado por su estilo salvaje de escribir prosa y poesía, tecleando en su inseparable máquina de escribir, frenéticamente. Alguien quien cree que “La locura es un estado de sabiduría. Eleva a los seres humanos, al igual que el sacrificio y la lucha.” Rubina, la mujer fantasma y suicida lo acompaña en su viaje.
La historia tiene la virtud de llevar un ritmo apabullante, llevándonos por distintas geografías de México (Guanajuato, a donde acude a embriagarse al Festival Internacional Cervantino; la Ciudad de México, cuyos hoyos funky son descritos con todos los excesos propios de la escena rock; Real de Catorce, en una búsqueda con el peyote sagrado de las visiones…) y otros países como Canadá y España. Así que, conforme saltamos de páginas vamos saltando de lugares, cada uno con sus bebidas, comidas y drogas distintivas. Aunque la historia no está exenta de prospecciones y retrospecciones. Otro ambiente muy bien retratado es la Ciudad Universitaria, con su fauna bebedora y fumadora de marihuana, buscadora de sus propios sueños individualistas y artísticos.
La historia prevé su propio soundtrack en donde cabe lo mejor de una amplia gama de estilos rockeros que van de Radiohead, Sonic Youth, Three Souls in my Mind (la primera banda de Alex Lora), The Cure, Jaguares y Depeche Mode hasta New Radicals, por sólo citar algunos. Cabe señalar que “Hoyos funky” fue el nombre que el icónico escritor de la Onda Parménides Saldaña dio a esos recintos clandestinos donde se reunía a tocar y oír música la banda roquera en los setentas, cuando el rock era satanizado por el gobierno y los medios de comunicación. En estos hoyos delirantes se baila, se departe, se liga y se vive al extremo y al límite, hasta perder la razón como una de las mujeres personajes casi al inicio de la trama, Verónica, a causa de un pasón de LSD. Hoyos que han sobrevivido hasta años recientes en forma de tugurios, bares de mala muerte o talleres mecánicos donde se realizan toquines, entre el ska, el punk, el metal y el grunge. Así, conocemos también un panorama del contexto roquero nacional y latinoamericano a través de sus grandes exponentes.
A través de un centenar y medio de páginas de gozosa lectura para los amantes del desenfreno, ni la trama ni el placer por la lectura decaen, pues ésta prevé su propia estructura alucinante y así su protagonista puede darse el lujo de beber alcohol todos los días de su vida durante años, todo lo que se le ponga enfrente o le apetezca en ese momento, con sus compañeras en turno, quienes también están en onda para dar “Un brinco al vacío para volar con las substancias mágicas del mundo”, para gozar asimismo del sexo libre y libertino, entre dominación, coito anal, oral y escenas sadomasoquistas. Como la entrañable Madeleine, quien “vibraba con el cosmos. Se disolvía en melodías azules. Siempre melancólica y alegre. Su estado de ánimo dependía absolutamente del clima. Si estaba soleado, era una alegría total, absoluta, un canto de ave liberada, llama en los labios y en la frente blanquísima.”
Sorprende gratamente encontrar por aquí y por allá pinceladas de una poesía lisérgica, surrealista y psicodélica que hablan de las dotes poéticas de su protagonista, una especie acaso de alter ego de su autor real, si bien podemos reconocer, quienes lo conocemos, guiños con su propia historia de vida. Fantasía y autoficción saben comulgar y darse la mano para hablar de la vida bohemia, rockera y cosmopolita de una urbe como la Ciudad de México, terruño natal de su protagonista, quien no desaprovecha para darnos detalles de su vida nocturna, con detalles de calles, establecimientos, bebidas y demás.
Otro interés que ofrece la novela, además de los metatextuales, son los juegos tipográficos, pues se insertan boletos de conciertos, postales, cartas, poemas y otros documentos a través de lo cual se amplía la visión de la historia y se deleita lúdicamente el lector mediante la identificación con ciertos lugares e hitos de la cultura. En este sentido, las referencias literarias también abundan y se habla de una pléyade de escritores malditos, alcohólicos, marginales, oscuros y geniales; pero también de películas de culto y pintores, ofreciendo un catálogo a los aficionados de obras a las que acudir.
En el décimo y último capítulo, cada uno de los cuales está construido por una serie de viñetas de muy variada extensión, la novela asiste a lo maravilloso que abre los portales cósmicos y ensancha las puertas de la percepción, y se da cuenta de algo que sabemos los que hemos probado sustancias psicoactivas: que los prodigios y los milagros existen. Así la historia concluye con un sabor de boca que ensancha los límites de lo conocido y nos sitúa en el mismo centro de la eternidad…
El autor