El hombre, que ignora su propia naturaleza y desconoce su origen y destino, está en el mundo como en un laberinto. No encuentra escape a él, ni le encuentra el sentido. El caminar no se interrumpe en la multiplicidad de caminos entre los que debe elegir, sabiendo que al final el punto de llegada será inequívocamente la muerte. De repente, el hombre tiene la idea de que este laberinto angustioso es un castigo refinado y sutil que lo condena a una búsqueda inútil. Ni decir que pudiera haber un premio de consolación. Todos somos inevitablemente vencidos por el mal.
El hombre es expulsado al mundo solo y desnudo, sin haber elegido la vida. Desamparado, se enfrentará a una naturaleza adversa y hostil, donde sus compañeros son sus rivales más directos. Así el concepto de libertad le resulta vacío de significado. Mientras tanto, debe sufrir siempre el mal en toda su extensión: el dolor, la enfermedad, la carencia. Si se vuelve a la religión para mitigar su desazón, es posible que sólo encuentre la imagen de un dios ausente, impasible y sordo. Ni la religión llena esa oquedad de la existencia que parece haber sido llenada con oscuridad.
Durante toda su vida, el hombre comprobará que sus compañeros son corruptos. Que en el mundo reina la mentira, el egoísmo y la ambición. Y él mismo debe entrar en este juego; de lo contrario, terminará pisoteado por sus vecinos. La vida es para él una competencia que le envenena el corazón. Ni el dinero ni el poder han podido hacer del hombre un ser más completo. Así, envejece y se agranda su miseria. La muerte, que ya lo esperaba, lo arrebata y culmina el fracaso de antemano conocido de su existencia.
“El hombre, a través de su historia, se ha visto siempre sobrepasado, asombrado o incluso semidestruido por el mal, por el poder de la naturaleza hostil y destructora, de una parte y ahogado en el poder de la sociedad, de la otra. Tanto la tecnología como la filosofía han tratado de explicar los factores, las causas, los orígenes del mal en el mundo sin demasiado éxito. El ser humano, al repasar su personal historia y la de la humanidad entera, no puede menos que sentir cierta repulsión y rechazo. Sin embargo, los hechos están allí (…) y son hechos reales generalmente inexplicables. (…)” ¿Por qué tanto mal en el mundo?, ¿qué es el mal?, ¿es necesario y explicable tanto dolor? se pregunta Carlos Gracia López de la Cuadra en la introducción de El laberinto del mal (La Rana, 2000), luego de esbozarnos el panorama aciago con que iniciamos esta reseña. Y a continuación busca las respuestas en la tradición y, finalmente adentro de si mismo, en un acto de fe.
El autor sabe que mal es un concepto que de ningún modo es unívoco, que no puede interpretarse en un solo sentido: tiene distinto origen y estructura, siendo prácticamente indefinible por ser distinto de sí mismo en sus apariciones. Para demostrar esta idea, el autor hace, en la primera parte del libro un recorrido por la historia de la idea del mal en el pensamiento y la cultura occidentales. Remontándose al mundo clásico, pasa a los textos doctrinales hebreos, el cristianismo, la patrística, la Edad Media, el Renacimiento, la Inquisición, el Siglo de las luces, el Romanticismo. Se centra, en varios momentos, en la figura de Satán o el Diablo como encarnación paradigmática del mal.
En una segunda parte, el autor aventura sus propias reflexiones en torno a un tema tan inasible. Ensaya sobre los temas del desamor, el hombre frente al mal, los pequeños males cotidianos, la culpa y la pena, Dios y el mal, y la lucha del hombre contra el mal, desde lo más hondo de una búsqueda personal. “Un libro, en suma, movido por el anhelo de un mundo distinto en el cual ‘el horror terrenal no posea la última palabra’”, apuntan sus editores.
El laberinto del mal es un libro que une la monografía con el ensayo subjetivo, y que el lector aficionado al tema en la filosofía y teología encontrará accesible y ameno, a la vez que útil desde el punto de vista académico. Se encuentra agotado. Sin embargo, los universitarios interesados pueden solicitarlo en las bibliotecas Central, Sede Yerbabuena, del Departamento de Estudios de Cultura y Sociedad y del Departamento de Estudios Culturales de la Universidad de Guanajuato.