Jorge Olmos Fuentes (Irapuato, 1963) es también editor, y ha colaborado en diversas publicaciones de circulación regional. Tiene además publicado los poemarios En la propia tierra (2001), Tierra del corazón (2002), Música negra el enunciado (2005), Baladas un poco tristes (2006), y Alumbramiento del asombro (2011). Junto con Juan Octavio Torija, es coautor de Prodigios y maravillas de Guanajuato. Leyendas y relatos (1998) y co-editor de la antología Rana de los ríos celestes. Guanajuato en su literatura (1999).
Sr. Olmos, ¿qué ha significado en tu vida el oficio de la escritura poética y qué satisfacciones te ha dado a nivel personal?
Muchas significaciones ha tenido ejercer este oficio, desde los instantes en que rudimentariamente intentaba escribir un texto valioso literariamente. Quizá la palabra que mejor define esa multiplicidad sea la de “oportunidad”. Es decir, la escritura poética ha constituido la oportunidad de sentir libre y extensamente los efectos de algún hecho destacado de mi vida; la oportunidad de celebrar verbalmente la belleza, la fugacidad, el amor, la carnalidad, la abundancia de la naturaleza; la oportunidad de explorar ámbitos desconocidos a través de piezas muy conocidas; la oportunidad de fincar amistades a partir de la afinidad, con personas de todo tiempo y de todo continente; la oportunidad de conocer el lado oscuro de la luna, de donde emana la música negra. Por sobre todas las cosas, ha sido la oportunidad de corroborar qué se es cuando se vive, aunque sea en una porción por demás mínima. Y con esa ratificación ha venido la ocasión de servir a lo más grande, a lo absoluto, que se manifiesta en cada poema logrado.
¿Cuál piensas tú que sea la responsabilidad de un creador literario con la sociedad, si es que consideras que tiene alguno?
Claro que el creador literario tiene responsabilidad social. Sus palabras pueden originar, apoyar o destruir, hechos colectivos. Ahora mismo siento que el deber esencial de quien escribe es respetar el contexto al que ha llegado y al que está integrado. Se debe a sus congéneres, les debe las posibilidades ganadas y sus oportunidades de formación, en suma: les debe encontrar un mundo como este en el que vive. Respeto sería lo principal. A esa actitud, yo sumaría la obligación de verificar a qué ayuda con lo que hace, cuál es su contribución desde la especialización literaria, tomando en cuenta que necesita compensar lo recibido de sus mayores y que debe remodelar la misma casa para los que vienen llegando al mundo. Y creo que esta verificación, que requiere tiempo para conformarse, no es muy tomada en cuenta en general por los creadores, quienes viven confiando, inocente o ciegamente, en que sus creencias son las más acertadas, en que su libre albedrío les otorga todos los derechos imaginables, en que la libertad de expresión es ilimitable. Hoy que se vislumbran los linderos de la supervivencia queda claro que deben hacerse muchas cosas, que incluso la mejor literatura carece de importancia si no hay vida humana para degustarla. Ese deber de verificar a qué ayuda con lo que hace siento que se confirma paras el creador literario.