Presentamos esta entrevista con Óscar Espinoza, periodista, comunicador y docente, radicado en la ciudad de Guanajuato. Egresó en 2013 de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y Relaciones Públicas, pero ocho antes ya había iniciado una carrera como docente. Su primer contacto con la escuela fue a través de sus tías abuelas, maestras normalistas, quienes lo llevaban a las comunidades dónde daban clases y a quiénes él observaba en su trabajo. Escuchando sus historias y gajes del oficio, se enganchó al oficio.
Enamorado del lenguaje desde temprana edad, el Español se convirtió en su materia favorita: siempre sacaba 10 en ella. Durante la preparatoria, asistía a su maestra de esta materia, quien le profetizó que ocuparía su lugar en la escuela. Luego de terminar su carrera, se decantó por el periodismo en diferentes formatos, siempre atento a su amor por el lenguaje. Al jubilarse la maestra referida, tomó efectivamente su lugar, e impartió también las clases de Humanidades, Ciencias Sociales, Economía y Administración. Allí, en el Instituto Montes de Oca de la ciudad de Guanajuato, tuvo su primera generación de alumnos, quienes actualmente ya han egresado de la universidad.
Posteriormente recibe ofertas de trabajo en la Universidad de Guanajuato y en la Universidad Tecnológica de León, a raíz de su trayectoria profesional. Trabajó como docente en la Universidad de Guanajuato, en la División de Derecho, Política y Gobierno impartiendo las materias de Políticas Públicas y el Seminario de Periodismo Político, de las cuales fue responsable. También sea desempeñado como docente del Instituto Lasalle, siendo titular de área de Estudios de la Comunicación.
Cabe destacar que entre los años 2014 y 2016 fue editor del suplemento educativo Conexiones del periódico Correo de Guanajuato, lo que le permitió viajar por todos los municipios del estado cubriendo información relevante, y estando contacto directo con la comunidad estudiantil del estado, profesores y autoridades de la educación.
Su visión del profesor es actual es la de alguien “generoso”, “divertido” y “vivo”.
- ¿Cómo fueron tus inicios en la docencia?
Debo confesar que soy un fracaso como profesor torturado. Conozco muchas historias de quienes se convirtieron en los profesionistas que ahora son por tratar de entender o enmendar sus traumas. Por ejemplo, psicólogos que debido a su pasado disfuncional se dedicaron a estudiar la mente, o escritores con un pasado terrible que necesitan publicar cinco novelas para desahogar sus frustraciones. Un escenario peor: aquellos artistas que andan por la vida buscando a alguien que les rompa el corazón cada tres minutos porque, si no se los rompen, son incapaces de crear una obra. Para mi fortuna, y contrario a los casos anteriores, puedo decir que tuve una infancia y una adolescencia feliz; y no sólo eso, sino que tuve la fortuna de encontrarme con maestros extraordinarios que me tocaron el corazón…Y como fueron tantos, un día dije: quiero ser igual que ellos.
Hay, por supuesto, momentos clave para llegar al inicio de mi carrera docente. Por ejemplo, dos de mis tías abuelas (ahora jubiladas) fueron profesoras normalistas. Además, tuve una infancia llena de libros donde muchos de mis personajes favoritos eran maestros. ¿Qué niño no quiere ser de grande como la profesora Minerva McGonagall? Pero el momento decisivo fue en la preparatoria. Luego de hacer servicio social en un par de instituciones de Guanajuato, quedé muy desencantado de esos programas, porque los que menos reciben apoyo son los necesitados. Así que apliqué a un programa interno de mi escuela, el Instituto Ignacio Montes de Oca (IIMO), para ser asistente de la maestra de Guadalupe Ávila Luna, quien además de ser mi maestra favorita, impartía mi materia favorita: español. A la maestra Ávila le aprendí mucho, inclusive más allá de lo intelectual (qué fue bastante). Siento que incluso parte de mi carácter ahora como maestro es similar al que ella tenía como mi profesora. Conforme pasaron los semestres me asignaba más responsabilidades y, lo que comenzó como un servicio social donde sacaba copias de exámenes, pasaba lista y le cargaba la bolsa, se convirtió en mi primera práctica docente. Uno de los mejores momentos de esa etapa fue cuando ella me dijo: “Los alumnos te entienden más a ti que a mí, y hasta les caes mejor”. Un día, en otra plática, cuando yo ya estaba cursando la universidad, me dijo que no le faltaba mucho para su jubilación, y que tenía la esperanza de que cuando yo terminara la licenciatura, me quedara a cargo de las materias que ella impartía. A mí me pareció algo lejano, pero con el tiempo así sucedió. Enseguida de su jubilación, que coincidió con mi egreso de la licenciatura, el personal del IIMO se comunicó conmigo para que tomara la plaza como profesor, porque para ese momento, además de la recomendación de la maestra Ávila, ya tenía un nombre que la gente ubicaba dentro del periodismo local.
Tomé la decisión de integrarme al cuerpo docente del IIMO enseguida. Estuve una temporada. Luego pedí una licencia por otros compromisos laborales, y regresé una última vez un semestre, hasta que presenté mi renuncia. Tal vez el orgullo más grande de este inicio, es la satisfacción de que al menos las primeras dos generaciones de alumnos que tuve en esta escuela ya egresaron de la universidad. Y puedo decir que desde mi primer día como profesor, he sido feliz.
- ¿Te consideras un profesor exitoso? ¿Has ganado algún reconocimiento por esta labor?
Me considero un profesor exitoso porque para mí el éxito es la buena comunicación con mis alumnos, en el caso de la docencia, y la buena comunicación con mis lectores, en el caso del periodismo.
En cuanto a los premios y reconocimientos, tuve tantos en mi trayectoria académica, que poco a poco me dejaron de importar. Pasados los 20 años me sentía abrumado por tantos papeles, que ya ni hacía el intento de buscarles un espacio en la pared. Un día decidí quitar todos los diplomas que tenía enmarcados y los abandoné en una esquina del estudio donde ya había abandonado otras decenas. Preferí colgar arte en mis paredes. En la búsqueda de la serenidad, y bajo la influencia de Marie Kondo, metí los papeles en una caja que en la parte de arriba dice “diplomas / manéjese con cuidado”. Hasta mi título profesional terminó ahí.
Por supuesto que esto es lo que yo creo en este momento de mi vida, pero, pensando en los estudiantes que van a leer la entrevista, mi consejo es que sí luchen por conseguir todos los diplomas y reconocimientos que puedan, al menos al inicio, porque son herramientas básicas para quien todavía no accede a los métodos de producción de la cultura o de la educación. Un diploma te da, primero, un nombre, y luego se convierte en un vehículo que te conduce a una empresa. Es necesario apuntar que a los señores del dinero, para darte empleo, les es indispensable una buena caja de diplomas.
Sobre la leyenda de la caja “manéjese con cuidado”, tengo que hacer otro comentario referente al reconocimiento, y es que nunca usen esas herramientas con el afán de convertirse en celebridades, porque es una mecha que se termina pronto. Particularmente en el periodismo, pero sin exceptuar a otras profesiones como la docencia, he de decir que nunca me ha interesado la fama, o ser una celebridad, y mucho menos estar de moda. En una década he visto a muchísimos compañeros de la prensa pasar de firmar la primera plana del periódico, a pasar a firmar su finiquito en menos de un año. Y si eso pasa con los periodistas de verdad, imagínate lo que pasa con los de mentira; ya ni hablamos de lo que ha pasado recientemente con los actores de Hollywood. Lo que pasa con alguien que está de moda es que luego pasa de moda. Por eso es mejor mantenerse al margen, con un papel secundario o siendo un extra en este escenario de la vida.
- Al inicio platicabas que en tu familia hay maestras ¿Puedes platicarnos acerca del aprendizaje que tuviste gracias a tus tías abuelas normalistas y tus mejores recuerdos asociados a ello?
Tengo una familia numerosa, y esto me ha permitido tener contacto con muchísimos relatos de gente del pasado y del presente que, a pesar de que en la mayoría de los casos no conozca, de alguna forma me sentí tocado por su corazón a través de los relatos; un vínculo similar al que tenemos con los personajes de la literatura que también nos tocan el corazón y, algunas veces más, el alma.
Te comento lo anterior porque el primer escritor de la familia fue mi bisabuelo, Fidel Ríos, que no escribió literatura pero sí música; otra de las formas del lenguaje. Mis bisabuelos tuvieron doce hijos en ese Guanajuato apocalíptico donde había lluvias e inundaciones, y al que la modernidad todavía no llegaba. Entonces, imagínate, para 1991, que fue el año en que nací, cómo había crecido la familia. Ahí comienzan mis recuerdos de la infancia, inmerso en el lenguaje, con mi bisabuelo tocando el violín, el bullicio de la cocina de mi bisabuela Coco, los niños corriendo por todos lados, y mis tías abuelas. Nueve mujeres, además de mi abuela, que aprendieron desde muy jóvenes que el lenguaje guarda la memoria de la especie, pero también la memoria de la familia y, de paso, que también es el vehículo para imaginar. Los niños sabíamos bien dos cosas: que la tía que mejor contaba una historia era la más querida, y que la mejor historia era aquella que le seguía a las palabras: “niños, salgan a jugar al patio”, que resultaba también el momento donde los niños teníamos que ser creativos y escondernos debajo de la mesa o atrás de una silla para escuchar esas “historias de grandes”. Y ahí estaban, como siguen estando ahora, contando historias, mis dos tías que además de ser divertidas, son maestras: Guadalupe y Alicia Ríos Rocha.
Me acuerdo cuando era muy niño y mis tías me llevaban a sus escuelas. Me acuerdo estar en sus salones clases y ver a sus alumnos desde el otro lado del escritorio. Quiero creer que ahí comenzó a trabajar la ilusión, o por lo menos la imaginación, de ser maestro, al ver una clase desde el lugar del aula que ahora, y desde hace seis años, también es mi lugar.
- ¿Cómo fue tu vida escolar de niño y cuáles eran tus materias predilectas?
Soy hijo de la escuela pública. Hasta la preparatoria, mi formación escolar había pertenecido a la SEP. Una buena decisión que tomaron mis padres.
De mi vida escolar algo tengo claro, y es que nunca tuve amigos en la primaria. Pero contrario a los casos de acoso actuales, yo nunca me sentí violentado por ellos. No sé si sea adecuado utilizar la palabra “discriminación” para mi situación, porque los tiempos han cambiado, pero pensando en que sí, había tres razones por las que me discriminaban mis compañeros de clase: primero “por güero”, cosa que hasta hoy no entiendo porque siempre he sido más rosita que blanquito, luego “por puto”, que a esa edad significa que no te gusta jugar fútbol y, finalmente, por “nerd”: ¿se acuerdan cuando ser fan de los superhéroes de Marvel no era de gente bien?
A esa edad, a los 6 o 7 años, y con mucha madurez, me di cuenta que mi destino no era lamentarme por ser el niño que estaba en un rincón y que no tenía amigos, pero que tampoco era el de ser el niño que tenía que traicionarse a sí mismo para encajar en un grupo (con cualquiera de estos dos escenarios, estoy seguro que mi vida habría sido muy distinta), sino que tenía la oportunidad de ver para otro lado, reafirmarme, y seguir. Siempre he destacado, en lo público y en lo privado, el trabajo de mi maestra de primero y segundo año de primaria, Nelly Soto, con quien sigo llevando una buena relación de amistad y respeto. Ahí estuvo ella para enseñarme a leer y a escribir; ella me enseñó a construir oraciones de sujeto, verbo y predicado, cosa que hasta hoy es primordial en cualquiera de mis trabajos.
De mis materias predilectas, como puedes ver, el Español es una constante, aunque no fue la única: también gustaba la Historia, la Geografía y las Ciencias Naturales. A la distancia me puedo dar cuenta de que mis materias favoritas eran impartidas por los que fueron también mis maestros favoritos, una gran responsabilidad por parte de los docentes. Recuerdo con especial aprecio a Bety Gasca de la primaria Delfina Quiñones, a Ramón Cancino y Emma Gómez Lagos de la secundaria Piloto, y de la preparatoria a casi todos, aunque la mayor influencia en esta etapa fue la periodista Mónica León, quien me impulsó a ser periodista antes de llegar a la universidad.
5. ¿Cómo fue tu relación de niño con el lenguaje?
Cuando imparto alguna conferencia o formo parte de algún jurado, la gente insiste en hacer una letanía que sé de memoria: escritor, periodista, editor, académico, profesor, analista político, intelectual, crítico de arte, museólogo, comunicador, fotógrafo… y de ahí le siguen con otra decena de instituciones en las que me he formado, y otra decena más de nombres de empresas donde me he desarrollado en lo laboral. Y si los estudiantes se asustan con la lista anterior, imagínate el terror que puede sentir una persona que no pertenece a estos círculos cuando escucha que dicen que soy eso. “¡Por eso sigues soltero!”, “Ya mejor pon en Tinder que eres mesero del Cafe Tal”, así se burlan mis amigos cuando van a mis charlas.
Todo el paréntesis, para demostrar que somos animales del lenguaje, primates habladores. Y aunque evidentemente lo anterior es verdadero, en mi descripción de Tinder aprendí que es mejor anotar “Relator”. Mi pasión y oficio es relatar. Cuento historias en múltiples medios, en distintas plataformas, pero relato. Necesito contar historias. Mi mamá dice que aprendí a hablar antes de mi primer festejo de cumpleaños, lo que me hace pensar que nombrar la realidad es mi fascinación más antigua. Así empezó todo, jugué con el lenguaje como deben jugar todos los niños. Jugar con el lenguaje como ahora le enseñó a mis alumnos cuando escribimos. ¿Dónde está la magia de ese juego? La magia está en saber utilizar las palabras (hechas con las mismas letras) que alguien usa cotidianamente para escribir la lista del mercado, pero para escribir un poema, para describir lo que alguien siente o para nombrar lo que otros no saben que se puede sentir.
Si bien mi relación con el lenguaje abarca toda una vida, no fue sino hasta la secundaria cuando sentí que las palabras en mi cabeza no se quedaban en silencio. Ahí estaban las palabras: en mi mente, en la boca de mis compañeros, en las clases de mis maestros, en los libros… Yo no sabía qué hacer con ellas, pero era tan mágico ese momento que la solución fue empezar a contar esas historias a la par de que encontraba mi identidad. Tuve avances importantes: a los trece empecé a escribir teatro, a los catorce hice mi primer periódico, y hasta me inscribí a la clase de mecanografía. Eso. Aprendí que la única manera de no ser esclavizado por las palabras, era convirtiéndome en un maestro del lenguaje, lo que incluía saber la historia de las palabras, su origen, cómo se pronuncian, cómo se conjugan, cómo se puede armar con ellas la literatura y, muy especialmente, cómo usarlas con conciencia.
- ¿Le sacaste provecho a la universidad?
No lo creo. Hasta ese momento de mi formación, lo que sabía hacer bien era escribir, y aunque en ese supuesto la primaria me hubiera bastado para hacer periodismo, la universidad me sirvió para conocer muchas de las carencias de las escuelas y universidades privadas. Por ejemplo, un comentario recurrente es que Ciencias de la Comunicación es una carrera para inútiles, y aunque ahora también yo lo creo, para mí resultó útil, y podría haber puesto más empeño en aprender. Aunque ya había hecho periodismo escrito profesionalmente y televisión antes de entrar la universidad, casi entrando a la carrera me fui a trabajar al periódico Correo, por lo que no tuve precisamente una vida universitaria. Esto puede sonar muy triste, pero no es así: puedo sentirme orgulloso por lo que he logrado gracias a esos “sacrificios”.
En cuanto a los maestros de esta etapa escolar, la mayoría fueron bastante malos, pero me quedo con los otros pocos que fueron unos verdaderos diamantes. Tengo fotogramas muy bien grabados en la memoria de personas extraordinarias que en esa etapa trabajaron en la Universidad Santa Fe quienes, además de ser buenos profesores, también son buenas personas. La maestra Lupana Gallardo, Guadalupe Leycegui, Itzia Ruiz Correa, Alberto Burgos, Paola Preciado, Eugenio Estrella, Xavier Aranda, Fátima Alba Rendón Huerta, José Rivas, David Rincón, y muy especialmente la maestra y fotógrafa Carolina Jasso, que siempre será lo máximo.
- Platícanos acerca de tus excursiones en la literatura.
Hablar de esto requiere una entrevista completa, pero puedo ir delineando algunas ideas. Desde que aprendí a leer me convertí en un devorador de libros. En aquel tiempo había en casa enciclopedias que me leía completas; pero nada se comparó, ni se comparará, con la llegada de Harry Potter a mi vida. Ahí aprendí algo valioso: que el lenguaje atrapa y seduce a los seres humanos. Así que por un lado tenía los relatos de la realidad, muy fieles a los acontecimientos, como los periódicos (sí, era un niño que leía periódicos); pero por otro lado tenía la literatura, con todas las libertades que te puede otorgar la ficción.
Como todo aquel que cae en la seducción literaria, llegaron a mí, a muy temprana edad, las obras de Shakespeare, Homero, Sabines, Borges, Rulfo y decenas más. Cuando llegué a la preparatoria ya había leído a la mitad de los filósofos del plan de estudios, a la mitad de los psicólogos, a todos los escritores de la clase de literatura. Era tan noño que, además de poder recitar poemas de memoria, también podía decir capítulos completos de los libros de Octavio Paz y de las novelas de Gabriel García Márquez.
Seguramente por eso mismo, porque la literatura me llegó temprano, decidí no convertirme en escritor, sino en periodista. Ya no podía sumar nada a la belleza del lenguaje. Entonces, amé con locura en aquellos años de juventud a Carlos Monsiváis, porque siempre me interesó la forma en la que relataba el tema de la diversidad, entendida esta como una explosión que iba de Gloria Trevi, Juan Gabriel y Paquita la del Barrio, hasta la figura del presidente en turno. Monsiváis fue quien me enseñó a destrozar lo que tuviera enfrente a través de la generosidad del lenguaje, utilizando las herramientas que aporta el humor y la ironía. “Se debe aplicar el humor cuando la energía rebase la vida, y la ironía para rebosar las copas del intelecto”.
- En tu opinión, ¿cuáles son las libertades profesionales que debe tener un educador?
La más importante es la libertad de cátedra, una libertad tan importante como lo es la libertad de expresión en el caso de la prensa. En seis años de cátedra, puedo decir que solo en una ocasión he sufrido algo que podría ser definido como un intento de censura por parte de la administración escolar pero, por fortuna, todos mis jefes han tenido la generosidad de la escucha y la capacidad del diálogo para entablar una conversación que nos permita descifrar la naturaleza de una queja. No pasó de una llamada de atención.
Otra libertad que considero importante tiene que ver con el respeto. Una buena escuela es una escuela libre de discriminación. Si te pones a pensar a cuántas minorías perteneces, y en cuántos trabajos no te van a dar un contrato por las cosas en las que crees o no crees, entonces te vas a quedar sin trabajo el resto de tu vida por no animarte a tocar la puerta y construir un puente de palabras. Por ejemplo, en las escuelas católicas donde he trabajado, he tenido compañeros no religiosos, u otros religiosos pero no católicos que imparten clase y no hay ni un solo problema, porque simple y sencillamente no tendría por qué existir. Y en el caso de los estudiantes, quien no tiene hijos o no es maestro, ni se imagina la cantidad de actualizaciones que los jóvenes traen en la cabeza. Que los derechos de las mujeres, que la diversidad sexual, que la violencia en el noviazgo, que las declaraciones del presidente… Lo dije anteriormente: somos animales del lenguaje, y estamos dispuestos a modificarlo; ya dejamos de lado la palabra “tolerancia” y cada vez somos más los que utilizamos la palabra “respeto”.
La tercera libertad que considero necesaria en la docencia tiene que ver con cada uno de los profesores, y es la libertad de vivir. Tengo compañeros que se toman su papel en la vida académica de manera tan radical, que se convierten en esclavos de la escuela. Pasan todo su día dando clases, por la tarde revisan tareas, en la noche contestan mails con dudas de los alumnos, y los fines de semana preparan clases. Sí, hay que ser profesionistas responsables, pero también hay que ser personas con vida social, capaces de sentir la energía de la vida, y transmitir esa chispa y esas experiencias a nuestros alumnos. En más de una ocasión he escuchado a mis compañeros profesores decir: “ya no voy al cine porque cuando voy me encuentro a los alumnos” o “fui de antro el jueves, pero como me encontré al alumno fulanito: mejor me salí” ¿De verdad? ¿Qué de malo tiene que tus alumnos te vean bailar o tomar una cerveza? ¿Qué de malo tiene que tus alumnos te vean ir al cine con tu pareja? Ese relato mítico del maestro ya no tiene razón de existir, mejor generemos otras historias donde nos sepan gente divertida, gente generosa, gente viva.
- ¿Puedes mencionar algunas experiencias entrañables con tus alumnos?
Sí, hay muchas experiencias dentro del aula que son entrañables, particularmente porque en el área de estudios de la comunicación escribimos relatos y nos vamos contando la vida real y la de ficción. Pero me gustaría aprovechar el espacio para hablar de las experiencias entrañables fuera del aula.
Hace un par de años platiqué con mi directora del Instituto Lasalle, la maestra Virginia Moreno, para proponerle llevar a cabo un programa institucional que nos permitiera extender el aula de clases más allá de los muros de la escuela. En esas fechas yo recién había terminado una especialidad en arte y educación en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), y por el lado del periodismo, había tenido un acercamiento con la gente de la revista National Geographic, donde me facilitaron una serie de entrevistas con sus exploradores. Teniendo estos referentes, el planteamiento que le hice a la maestra Vicky fue comenzar una reingeniería en el área de excursiones o viajes escolares, para transformarla en un área de experiencias de aprendizaje, que permitiera a los estudiantes explorar y enamorarse de su país, aprender cosas interesantes relacionadas con el plan de estudios, y principalmente vivir episodios que los marcaran para toda la vida. Ahí comenzó la aventura. Lasalle confió en mí, y me asignó como coordinador del área. Por ejemplo, un día decidimos hacer un viaje para conocer cómo se hace el tequila, y nos fuimos a los campos de agave de Jalisco a la jima desde muy temprano, para luego conocer todo el camino de esa piña hasta que su jugo llega a la botella. Otro de los circuitos que realizamos fue a la ruta del queso y del vino en Querétaro, comenzando con una actividad de senderismo en Peña de Bernal, seguida de un día de campo en los viñedos, y finalmente degustando quesos en una granja con vacas felices. Otros momentos entrañables de estas experiencias han sido la liberación de tortugas en las playas de Colima, navegar en ríos llenos de cocodrilos, y visitar la fábrica de chocolates de Nestlé, que es como estar en la fábrica de Wonka.
- Puedes hacernos un esbozo de tu vida personal.
En mi descripción de Facebook se puede leer: “Oscar Espinoza: Más vago que un recuerdo”, y eso es muy cierto. Tengo un oficio que me permite viajar y presenciar la historia en primera fila, así que desde hace más de una década he aprovechado este beneficio para andar donde me da la gana. Por ejemplo, estoy eternamente agradecido con Hoteles Misión, por permitirme pueblear con ellos los últimos seis años, y conocer México a través de sus más de 60 hoteles en todas las regiones del país.
Adicional a eso, me gusta viajar y vivir para trascenderme. Visitar museos, tomar fotografías para mi cuenta de Instagram (@espinozadigital / www.instagram.com/espinozadigital) donde tengo más de 25 mil reacciones al año, y pasar tiempo con mis amigos, porque la conversación nunca termina. Disfruto mucho beber té o ginebra con Cinthia Rosiles, desayunar con Walu para hablar de series, películas y amores, reír y cultivarme con Leslie Borsani, Karla Portela y Azu Crespo, reflexionar sobre la política con Catalina Reyes, tomar fotografías todos los jueves con Hugo Romero y Luisa Reséndiz, tomar el primer café de la mañana en la sala de profesores con Betina Álvarez y Osiris Romero, y sentarme con Fernando Aguilera en las tardes a ver el viento. En esas acciones que disfruto está la magia del lenguaje, el lenguaje que trasciende nuestro yo.
- ¿Cuál es la enseñanza más grande que te gustaría dejar en tus alumnos?
Tú quieres que empiece a dar mi discurso como los maestros de antes, y que les diga que sumen al relato de la patria, que sean personas de bien para su sociedad, que no sigan el camino del éxito fácil, que no tienen la obligación de encajar con nadie… Pero seguramente ya han tenido, y tendrán, quien les diga eso mismo, así que no me quiero usar este espacio para convertirme la figura de papá. Si les tengo que dejar una enseñanza es la siguiente: cultívense, porque una persona que no se cultiva es un problema. En este caso, teniendo el perfil de alumnos que tengo, estoy muy seguro que tendrán acceso al poder, y la historia nos ha enseñado que los políticos y los jefes que no leen, son un problema social. ¿Por qué lo sabemos? Porque ante una dificultad, esa gente no tiene más que dos o tres soluciones, a veces ninguna, y esas soluciones son reducidas, torpes y carentes de sentido común; esto porque sus lecturas son igual de torpes y reducidas. Cultívense leyendo, pasen horas en las salas de cine, aprendan nuevos idiomas, escriban, escuchen música de verdad… La diferencia entre nuestro ex presidente Enrique Peña Nieto y otros gobernantes como Winston Churchill y Barak Obama, es que mientras Peña Nieto no había leído más que algunos fragmentos de la Biblia, los otros tenían en su memoria a Shakespeare, Borges, Homero, a los grandes poetas, historiadores y filósofos, y eso les permitía tener no tres, sino 400 soluciones ante la adversidad. Las soluciones a todos nuestros problemas están en la fantasía, y esa fantasía solo la puede crear la abundancia del lenguaje.