Este jueves pasado se inauguró en el Museo Casa Diego Rivera la exposición Estadios y umbrales de la vida humana, de Julio Sahagún Sánchez. El evento contó con una muy nutrida asistencia y fue inaugurado por la Lic. María Adriana de Obeso Camarena, directora general del Instituto Estatal de la Cultura y Arturo López Rodríguez, director de museos del mismo instituto. Cientos de personas han acudido desde entonces a contemplar la exposición que estará hasta el 17 de agosto abierta libremente al público, de 10:00 de la mañana a 5:00 de la tarde. De martes a domingo podrán encontrar al artista guiando a los espectadores y dialogando con ellos.
Tradicionalmente, desde el discurso mítico al científico, en distintas culturas, bajo diversas concepciones de la humanidad y de la vida, se ha caracterizado a ésta como una sucesión de fases o etapas. No sólo la biología o la psicología han producido sus discursos al respecto, sino que, mucho antes de ello, la filosofía y el pensamiento cósmico relacionaron el curso natural de la vida con un orden superior, trascendental, relacionado con poderes ocultos del mundo: del mismo modo que el agua, la luna y las estaciones del año tienen sus ciclos, así el humano atraviesa diversas configuraciones momentáneas hasta el inevitable devenir de la muerte. Una referencia clásica sobre estas estancias es el poema “Las siete edades del hombre” de William Shakespeare. Es entre estos los umbrales de estos estadios de la vida humana, en los umbrales, en los que Julio Sahagún se interesa y demora. En esos intersticios que vienen determinados por relaciones con el cuerpo, la inteligencia y la apropiación sensitiva del mundo. Para ello, Julio ha hecho una reinterpretación personal de estas etapas, según su propia cosmogonía y, sobre todo, su sentido artístico y su inquietud existencial.
Bajo este trabajo de investigación estética, existe una reflexión profunda a la pregunta de: ¿qué significa ser humano? Partiendo de una distancia irónica al modo socrático, leemos en la obra de Julio que el humano, al dirigir la conciencia hacia sí mismo, puede llegar a enfrentar conflictos con la propia identidad, produciéndose en él una extrañeza siniestra en la que lo familiar deviene algo que nos perturba, como cuando uno insiste en una palabra repitiéndola y ésta parece perder el significado. Es allí cuando la filosofía y el arte acaso nos rescatarían. Pero tal vez no…
Inspirado en la lectura de La desaparición de los rituales de Buyng-Chul Han, Julio recupera la noción del umbral como la transición que nos hace crecer, cerrar un ciclo y abrirnos a otro. Sin estos umbrales que ordenan al narrar, se encuentra el infierno de lo igual. ¿Qué clase de horror sería permanecer inmutable sin ser partícipe a la vez activo y pasivo de las trasformaciones universales? Es el umbral lo que permite detenernos en este trance largo y extraño de la vida. Y son los rituales los que dan sentido a estos sucesivos umbrales, marcando un fin y a la vez un nuevo comienzo. La prueba de ella son las globales ceremonias iniciáticas o finales celebradas en el pensamiento religioso, moral o civil de la humanidad a lo largo de la historia.
Julio, a través de su puesta-en-reflexión artística e interactiva, nos invita a pensar en aquello en lo que no solemos reparar bien, por darlo por hecho. No obstante, en este detenimiento acontece la recuperación del sentido que le hemos decido otorga a nuestra vida y sus diversos estadios y umbrales. Se trata de una exposición que apuesta por el atrevimiento lúdico y participativo del espectador, invitando, a través de los sentidos, a revivir categóricamente el asombro de simplemente vivir siendo un humano, ésta limitación, pero también este prodigio.
Les presentamos un registro fotográfico, cortesía del mismo artista, y que fueron tomadas por Juan Carlos Guerrero Hernández.