La escritora salmantina publicó en 2018 su poemario Esperanza poética, en el que se percibe un desarrollo, un camino abierto hacia la madurez, el que incursiona en las dimensiones de lo real y lo imaginario a través de versos intimistas, confeccionados artesanalmente y con la paciencia de una tejedora. Su idea de la poesía aúna la sutileza, la emoción y la inteligencia como granos de sal en una comida casera y familiar. Su intensión loable es la de fomentar la lectura y la escritura entre su comunidad: niños, mujeres y hombres con los que se relaciona fraternalmente a través el oficio de la palabra.
Es de particular interés su atención por el tema de la naturaleza como una cuna de amorosos brazos: la piedra, el amor, las mariposas, la rosa, los colibrís, los ríos van desbordado sus sentimientos y refrescando en la mente “los recuerdos / de la infancia, que ya aparece”. Es optimista y alegre en el canto del paisaje romántico, matizado de ternuras y gratitud. Junto a los árboles espera un enigma: el del verbo. Se ensueña. Ve el esplendor. La naturaleza es un bello espejo donde puede contemplar su alma reposada y humilde. Eterna viajera en su sentimiento, nunca se cansa. Y su mano va dando testimonio de esos esa flora viva, esa fauna amable, esa intuición. La inmensidad no la atemoriza, la asombra gratamente. Está enamorada de la tierra y todos los días habla a las estrellas: el cielo casi inalcanzable de la poesía. Así se embelesa. Así se pierde en su mirada.
La poeta, sencilla y generosa, busca en todo la Esperanza (con mayúsculas) para no abandonarse a lo aciago. Se sabe hija del Todopoderoso. Trascendental. De algún modo misterioso e incomprensible inmortal e infinita como la creación. En todo ve el milagro de la revelación: en la tierra que florece de nuevo, en el ave que hace su nido, en la madre que sonríe a su hijo. Así su corazón se alienta.
Otra parte de su poesía tiene que ver con la preocupación social. Es un reclamo necesario. La poesía es su bandera y los poemas son las invocaciones que atrapa del ambiente. Son los recuerdos de que siempre “faltan muchos sueños por alcanzar”.
Por otro lado, la feminidad que construye es mítica: es la mujer de luna, mística, polifacética y hermosa. “Agua en el desierto”. Un vientre para que nazca el hombre cósmico. Pero es también la mujer sumisa y esclava a la que le pide despertar, liberarse:
Con todo esto, va poniendo su granito de arena para hacer del mundo un lugar más habitable. Para ella y para los suyos. Para sus amados hijos a quienes dedica este libro. Para sus hermanos los hombres y mujeres anónimos, desconocidos, a quienes tiende una mano amistosa. Ella, en sus cantos, tiene su propio espacio, a la vez privado y a la vez común, donde expresa sus ideas y cuenta una historia que es la historia posible de otros. “Compartamos amor sin menoscabo”, nos invita Esperanza: “Ofrezcamos un mundo más noble”, “cerremos las fosas de la maldad”, “enterremos par siempre los fusiles”.
Pero… de improviso, el desamor se hace presente con su túnica gris. Porque el desamor también es lo humano: su aspecto más frágil. La poeta en su búsqueda expresiva se regodea con la imaginación del dolor pasional de parejas escindidas:
Pero siempre brilla, al final, el amor a través de las lágrimas. Y renace con más fuerzas. En el placer sensual y erótico que se hace presente hacia casi el final del libro.
Con pinceladas de palabras reconstruye el idílico encuentro de los amantes. Y todo se vuelve una marea efusiva, sagrada, donde la pareja inmemorial se une al universo.
Este poemario es muchas imágenes. Todas las estaciones del año. Es la mañana, el mediodía, el atardecer, la noche.
En los que no se olvidan los recuerdos de muchos años dedicados a enseñar pacientemente a los niños los secretos del mundo junto con las letras. Con vocación, con humor, con creatividad. No es fácil, nos dice en sus “huellas magisteriales” (la última sección del libro). Pero Esperanza Julia demuestra que poner el ejemplo solo requiere voluntad, decisión y un poquito de esperanza poética.