Alejandro Acevedo (Mérida, 1986) es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Modelo de Mérida, Yucatán. Tiene una Maestría en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato. Hizo una estancia académica en la Maestría en Literatura Argentina de la Universidad Nacional de Rosario. Se doctoró en Literatura Hispánica por el Colegio de San Luis. E hizo una estancia académica de investigación en la Sorbonne Nouvelle París III. Ha impartido cursos, talleres y seminarios de investigación literaria y temas de literatura y lectura. Se ha nutrido de una larga cantidad de cursos tomados en Argentina, Francia y México en temas literarios y relacionados con la investigación literaria. Fue parte de AlTaller, taller literario de la Universidad de Guanajuato, durante varias generaciones. Ha publicado ensayos académicos, artículos literarios y entrevistas con escritores y artistas en diversos diarios y revistas, principalmente mexicanos, pero también internacionales. Como poeta ha publicado poemas en antologías y revistas de Guanajuato y Aguascalientes. Se ha desempeñado también como prologuista, presentador de libros, consejero editorial, bibliotecario, cuentista, reportero, reseñista, jurado, conferencista y en otras diversas actividades relacionadas con la promoción de la lectura y la escritura. También ha sido docente a diversos niveles, siempre con compromiso y sentido humanista. Su experiencia como profesionista del lenguaje es amplia y diversa. Pero, ¿quién mejor que él mismo para hablarnos, con su expresivo modo, de temas nucleares de su formación y actividad profesional y lectora? En Facebook e Instagram (@alejozz86) lo encuentran como Alejandro Acevedo; en esta red publica fragmentos y versos de su autoría.
1.- ¿Cómo nace en ti la vocación por la lectura y estudio de la literatura?
Nunca me lo pregunté, la verdad. Leí Macario, de B. Traven a los 8 años. Y eso fue todo. Luego, pintar dinosaurios en un cuaderno pasadas las 12 de la noche, en el 96 o 97, quizá. Mis padres me dejaron hacerlo en la cocina, de esas casitas tipo INFONAVIT, y se fueron a dormir. Me sentí libre y seguí y seguí hasta que se me fueron cerrando los ojos. Son dos momentos que recuerdo plenamente y que considero vocacionales.
2.- ¿Puedes contarnos acerca de tus conclusiones y aportes desarrollados en tu tesis de licenciatura El juego moral de la imaginación irónica en Estas ruinas que ves de Jorge Ibargüengoitia?
Es una tesis de iniciación, de aproximación y exploración desde unas bases muy, muy limitadas. Alguien dijo que cómo era posible que me hubieran dado el título con una tesis como ésa, y yo le contesté: tienes razón. Sin embargo, es un trabajo noble, como dije, exploratorio, y sobre todo sin ningún tipo de influencia; fue parte de mis primeras reflexiones teóricas en serio, digamos. Reflexiones de juventud, si se quiere tardías. De ella rescato que me fui a encerrar a una casa embrujada en Euán, Yucatán, que me dieron prestada y que agradezco ampliamente hasta el día de hoy; sin internet ni teléfono ni nada. Con poco dinero. A la intemperie. Frente a las vías del tren. Lo veía pasar cada rato, como en una película rulfiana. Me encerré a leer y los primeros días tuve pesadillas espantosas. Sudé y tuve calenturas, pero me aguanté y no dije nada. Luego, leer. Leer a Ibargüengoitia. Reírme. Sonreírme. Preocuparme, lo normal. Ver la serie completa de Candy, Candy, que alguien me prestó en DVD pirata. Llorar viéndola… Mi madre le pidió a una de sus amigas que me llevara comida por las tardes. Lo hizo. Se lo agradezco enormemente. Mi madre fue directora de un jardín de niños en Euán.
3.- ¿Cómo fue tu experiencia como maestrante de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato y qué es lo que más extrañas de tu estancia en esta ciudad y su Universidad?
Guanajuato vive en mí, no extraño nada. Tengo amigos muy, muy queridos. Sobre todo los de Correo, el periódico, que aún me quieren: Rosa Balderas, Martín Fuentes, Gerardo García… Amigos como el músico Luis Hugo Ramírez Barajas. Entré a Valenciana con desesperación, con fruición, con avidez y con hambre. Entré a la segunda oportunidad, en 2011, pese a que llegué de Mérida para entrar en 2010, pero no. Estaba yo verde. Trabajé un año de reporte policiaco y aunque en algún momento pensé que continuaría, pudo más mi terquedad y lo volví a intentar con un proyecto más sólido, asegún. En esto tienen que ver el escritor Pablo Paniagua y el Mtro. Ismael Rodríguez por motivos directos e indirectos.
4.- ¿Cómo fue tu experiencia en tu estancia académica en la Universidad Nacional de Rosario, Argentina?
Fue fatal. Llegó un punto en que no pude más, y eso que me encanta la fiesta y la pachanga. No es cierto: fue algo completamente disruptivo, si vale utilizar el término, para mí. Me da tristeza pensarme en el autobús de Guanajuato a la Ciudad de México, una tarde cualquiera de mediados de 2011, rumbo a la Argentina, el país que retrató Cortázar en Rayuela. Leí la novela antes de mis 25 años. Recomiendo ampliamente leerla antes de esta edad. Fue triste, pero llegué y la suerte me empezó a sonreír. Quiero recalcar que llegué sin conocer a nadie y sin destino a dónde acudir, es decir, hotel, hostal, casa-habitación, nada. Llegué a Buenos Aires y una paraguaya sumamente hermosa me ayudó a comprar un boleto en la central de autobuses. Me cagaba de miedo. De ahí unas cuatro o cinco horas hasta Rosario donde nació Fito Páez en 1963. Y ahí me recibieron unos ángeles. Y me quedé en un hostal seis meses, donde incluso trabajé y me gané unos buenos pesos argentinos haciéndola de recepcionista. Y sobre la UNR simple y complejamente puedo decir que fue el primer lugar donde me politicé, yo que siempre rehusé cualquier asunto político. Ahí participe en la primera revista estudiantil de la Universidad Nacional de Rosario: la Jáuregui. Y conservo grandes amistades de entonces, como Soledad Milicic que luego visitó México y con quien tengo proyectos en puerta México-Argentina.
5.-¿Puedes hablarnos de tu investigación de tesis de maestría Antes que anochezca: tensiones entre la realidad y la ficción en la autobiografía literaria de Reinaldo Arenas y de dónde viene el interés por este autor?
La novela la hallé en la biblioteca personal del escritor Pablo Paniagua. La vi y me llamó la atención y cuando, mientras Pablo se preparaba para salir a comer conmigo en el chino como cada domingo, durante una temporada de 2010, leí las primeras páginas y me ruborizó, la verdad. Había una mezcla de indecencia, exageración y dualidad, es decir, de inocencia y perversión, que me asombraron. Pablo me descubrió en el acto y me dijo: llévatela. Está muy mal escrita. No le dije más y la leí en mi cuarto de La Gualdra, donde rentaba un cuarto a 800 pesos por mes, si no mal recuerdo. No la solté y empecé a pensar en los límites y posibilidades del género autobiográfico.
6.- ¿Y acerca de tu tesis de doctorado por El Colegio de San Luis: El jinete de Sonora: el diario personal como forma de escritura literaria en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño?
Esta tesis se la debo a mi hermano del alma, mi mejor amigo: Aldo Revfaulknest (digo esto sin herir susceptibilidades, afortunadamente tengo muchos mejores amigos). Él llegó una tarde a mi departamento de Moyas —donde pagaba más renta, pero vivía mejor— con su ejemplar de Los detectives salvajes. Y sin más me lo dio. Es decir, me exigió leerlo. No paré. El corazón me latía. Desde 2006 o 2007 supe de Bolaño porque una compañera de la Licenciatura en Letras Hispánicas, de la Universidad Modelo, en mi natal Mérida, hoy gran cantante, Daniela Roga, no hablaba sino de ella y de la vida de su autor. Estaba en mi psique. En mi inconsciencia. Luego la leí en 2011, ya estando en la Maestría en Literatura Hispanoamericana, a la que entré, como dije, la segunda vez, y me enganchó. Lo demás ha sido defenderla, pero sobre todo seguirla como se sigue un mandamiento ético. Es mi biblia, en realidad. Lo digo humildemente.
7.- Como tallerista, ¿cómo son tus estrategias para comunicar y guiar la experiencia literaria?
Mi experiencia como tallerista se debe directamente a la pandemia de 2020. Sin más. Mis estrategias son olvidarme de mí y hablar y hablar sobre lo poquito que sé, que es literatura, y escuchar atentamente lo que cada alma piensa sobre ella, sobre la literatura. No hay más. Lo demás ha sido aprender a usar las redes sociales, PowerPoint, CANVA, Facebook, etc. Mi esposa, que estudió la Licenciatura en Comunicaciones en la Universidad Autónoma de Pachuca, Hidalgo, me ayuda en esto. Y afortunadamente mis padres me hicieron estudiar en el CETEC de Mérida de 1999 a 2001 y algo se me pegó de la tecnología. Te lo dice una persona que no pasó del Super Nintendo o SNES.
8.- ¿Por qué te has especializado en temas de las relaciones entre diarismo, autobiografía y ficción?
No ha sido consciente. En los 90s, durante la primaria, leía en la parte de atrás de la revista TeleGuía una sección con preguntas tipo autobiográficas que le hacían a cada artista. Creo que de ahí viene mi interés por el chisme y, como se sabe, la literatura es la más alta dimensión del chisme humano.
9.- ¿Cómo influyó en tu formación como escritor el taller literario Altaller de la Universidad de Guanajuato en las diversas ediciones en que participaste?
Aquí en lo primero que pienso es en el maestro A. J. Aragón que me abrió un nicho en su taller de la Casa de la Cultura en Guanajuato, cuando no cobraban, y un raquítico estudiante se podía acercar sin compromiso a leer sus poemas frente a una autoridad moral de su envergadura. Lo demás ha sido sueño. Pero la verdad es que también el maestro Aragón me envió, representando a Guanajuato, al encuentro de escritores La Vía Letra los días 22 y 23 de octubre de 2011, en Aguascalientes, con todos los gastos pagados por parte de la Casa de la Cultura y del Ayuntamiento de la ciudad, y ahí conocí a poetas como Luis Eduardo García, Moisés Ortega o Laura Rojas del Toro, entre otros. Luego por Altaller hice amistades maravillosas como Amanda Cárdenas, que escribe hermosos poemas, y Bernardo Araujo, cuentista y novelista zacatecano y gran amigo.
10.- ¿Cuál es tu idea de la relación entre escritura y autoconocimiento?
Es total, aunque intento pensarme siempre en términos de no-lector. Me gusta más la ingenuidad de aquellos años en los que caminaba en el centro de Mérida, con los puños cerrados por temor a que me asaltaran y me robaran los 50 pesos que traía en los bolsillos para comprarme revistas baratas de todo tipo (en ese tiempo era mucho). Anhelo mi vida de ignorancia. Aunque sé que ahora soy más ignorante que entonces.
11.- ¿Cómo es tu relación con el periodismo cultural?
He tenido la fortuna de entrevistar a los artistas que me han puesto su corazón por delante. Y en mi caso, por suerte. Desde Ofelia Medina, mi paisana, que me trató con perlas, hasta Jorge Hernández Piel Divina y José Rosas-Ribeyro, en el ámbito literario; en el ámbito musical pude entrevistar a Gerardo Peña y a Jonston, que son ídolos musicales para mí; en París entrevisté a Lalo Cheeta, un musico cercano a Manu Chao. Y algo bien especial fue conocer a Jorge González, de la banda de rock chilena Los Prisioneros; fue durante un Cervantino. Cuando lo vi frente a mí prácticamente le hice la venia de rodillas. Es un símbolo del rock en nuestro idioma. Nadie sabía que estaba allí y que ofrecía un concierto gratuito con un proyecto electrónico que traía entonces; en mi tierra natal entrevisté a los emblemáticos cantautores yucatecos Felipe de la Cruz y Gina Osorno. Ella, de hecho, fue la primera que confió en mí como entrevistador. Todo ha sido muy natural y sin otro interés que conocer de cerca quiénes son, cómo piensan y qué han hecho en sus correspondientes ámbitos artísticos.
12.- ¿Cómo es tu relación personal con la poesía y cuáles son algunos de tus poetas preferidos?
Escribo poemas desde antes de estudiar literatura y valoro a ese pobre inocente. Ese pobre tonto en el que nadie confió y con el que tuve que cargar hasta convencerlo, incluso, de dejar de escribir poemas. De renunciar. Y lo hizo muchos años, después de volverse lector de la obra poética de Aldo Revfaulknest. No tenía caso. Sin embargo, o es terco o nos hemos reconciliado porque ahora escribo más poemas que en otros tiempos y he perdido un tanto la vergüenza de publicarlos o de leerlos en voz alta a propios y extraños. Alguna vez me dijeron que mi poesía era sórdida. Y es cierto. Le falta calor. Y abrigo. Y también es cierto que influyó que desde la primaria participé en concursos de declamación, algunos de los cuales gané. “Mi primer éxito”, por decirlo así, fue Roberto, los dedos son como puentes, de la poeta yucateca Elvia Rodríguez Cirerol, poema con el que obtuve el primer lugar en primer grado de secundaria. En la Federal #1 Santiago Burgos Brito. Un chaparrito de lentes y con el brazo enyesado. Nadie lo podía creer. Y también debo mencionar el hecho de que mi sagrado padre, que en paz descanse, Luis Felipe de Jesús Acevedo Soberanis, fue campeón nacional de declamación en 1994. Y él me llenó de versos la vida.
13.- ¿Cuál es tu idea del cuento y cuáles son los cuentistas que más admiras?
Mi idea del cuento es idéntica a la de Cortázar: el cuento gana por nocaut. Soy muy básico en cuanto a los cuentistas, la verdad, pero celebro cien por ciento el cuento El policía de las ratas, de Roberto Bolaño, que es una obra maestra, y todo Rulfo y todo Ibargüengoitia en La ley de Herodes y todo Hernán Lara Zavala y todo B. Traven en Canasta de cuentos mexicanos y La culpa es de los tlaxcaltecas, de Elena Garro. Y Japi berdei tu yu (un cuento con el que he llorado mucho), de Omar Mesones, un desconocido escritor venezolano. Y admiro dentro de la literatura contemporánea yucateca al maestro del cuento corto, José Castillo Baeza. Y a Luis Felipe Pérez Sánchez, en Guanajuato.
14.- Habiendo tratado el tema, ¿cómo apalabrarías la(s) forma(s) humorísticas de Jorge Ibargüengoitia?
Como un Grinch literario. Es nuestro Grinch mexicano más querido y el que más amó a México, al que nunca se cuidó de criticar. A veces, con vehemencia. Él me enseñó a amar mi país. Sin más.
15.- Para un escritor de temas predominantemente literarios, ¿cómo es el haberse enfrentado al trabajo de reportear notas policiacas?
Hice de reportero con gusto porque me dijeron que me proporcionarían un coche y yo no sabía manejar. Así que eso me gustó de entrada. Luego, hablar con los colegas y policías, regalarles un cigarro, chacotear con ellos, vagabundear, tener un radio siempre a mi lado, despertar, recibir llamadas urgentes, salir de prisa. Medio comer. Orar. Sufrir. Llorar. Un poco de todo es la vida del reportero policiaco. Además, leí en esos años, 2010-2011, Lo negro del Negro Durazo (La biografía criminal de Durazo, escrita por su Jefe de Ayudantes), de José González G.; Reportero de policía. El güero Téllez, de José Ramón Garmabella, que también escribió Dr. Alfonso Quiroz Cuarón. Sus mejores casos de criminología, libros que conseguí en tiendas de viejo de la Ciudad de México, donde viví un año. Y todo ello, y más, como conocer al fotógrafo Gerardo García o a los periodistas Rosa Balderas y Martín Fuentes, todos de Guanajuato, que fueron padres simbólicos para mí, y que me infundieron vida.
16.- ¿Cómo modificó o afectó la pandemia tu actividad intelectual?
Yo sabía sin saber que el fin del mundo se avecinaba. Lo leí entre líneas en los libros de Carlos Castaneda y en la página argentina del Grupo Elron de Horacio Velmont y Jorge Raúl Holguín. Y lo intuí en 1993 cuando tuve un sueño horrible, entonces tenía 7 años, en el que la casa de mi abuela América estaba por estallar y yo tenía que sacar a todos, uno por uno, pero no querían salir de casa, una casa céntrica, a 11 cuadras a espaldas de la catedral de Mérida, Yucatán (que tiene 459 años en pie), sobre la calle 61, y nadie quería salir porque estaban enfiestados; pero reuní fuerzas y cuando logré sacar a mi bisabuela, la última que se rehusaba, Petrona Guadalupe Echeverría Sanguino, ¡pum!, todo estalló. Se hizo pedazos. Ese fue el primer fin del mundo que viví. Lo demás es realidad y literatura. Y héteme aquí, como dice Krahe.
17.- ¿Cuáles crees que deben ser los compromisos de los docentes frente a las nuevas generaciones en relación a la alfabetización y la lectura?
Los docentes tienen y asumen los compromisos desde ya y desde siempre. Es la otra cara de la moneda la que no les da la dignidad y el respeto que merecen. El maestro lo es todo en un país como México. Pero tiene muchos enemigos que lo desprecian, así que por ahí deberíamos empezar: por situar a los enemigos del profesor y nombrarlos para luego mirarlos de frente.
18.- ¿Cómo te posicionas frente a la precariedad laboral que afecta a muchos profesionales del campo de las letras y las humanidades?
Con estoicismo, como desde que salí de la licenciatura en 2009. Nos hacen pagar caro existir e intentar contribuir, como sea, con pitos y flautas si quieres, a la cultura y al país. Estudiar Letras es desafiar al sistema, sin más, aunque no quieras porque, naturalmente, nadie te quiere. Y te hacen pensar que les das atole con el dedo con todo lo que has aprendido. Y no es así.
19.- ¿Puedes contarnos del posdoctorado con el que acabas de ser seleccionado?
El año pasado lo intenté y quedé a décima y media… No me arredré y junté fuerzas quién sabe de dónde. Y este año me tocó. El proyecto es una deuda con mi tierra. La semilla se la debo al Dr. Jorge Cortés Ancona, que fue mi profesor en la Universidad Modelo, y que fue realmente exigente con las letras. Un modelo a seguir. Con él entendí que la carrera iba en serio. Lo demás ha sido conjugar (y conjurar) lo poco que sé sobre géneros autobiográficos e hilar e hilar y coser y coser y confiar en personas como el Dr. Marco Antonio Chavarín González, de El Colegio de San Luis, quien es mi asesor en este proyecto.
20.- ¿Cuáles son los libros que más te han marcado intelectualmente?
Pienso que Viaje a Ixtlán, de Carlos Castaneda. Ciudades desiertas, de José Agustín. Donde cruzan los brujos, de Carol Tiggs. Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. El sueño de la bruja, de Florinda Donner. Apocalipsis, de Stephen King (que fue la última novela que leí siendo soltero, porque este año, en diciembre, cumplo 7 de casado, y llevo más de cinco de papá); igual It o Eso. El pan dormido, de José Soler Puig. Humillados y ofendidos, de Fiódor Dostoievski. Respiración artificial, de Ricardo Piglia. Tieta de Agreste, de Jorge Amado. Kalpa imperial, de Angélica Gorodischer. No se lo digas a nadie, de Jaime Bayly. Perdonen la tristeza, de Javier Menéndez Flores, que es una autobiografía de Joaquín Sabina, publicada antes de Yo también sé jugarme la boca; y La larga huida del infierno, que es la autobiografía de Marilyn Manson que me prestó mi querido Carlos Solís Orosco alguna tarde yucateca de 2001 o 2002. También Metropop, de Fran Ilich. Y Raro, de Benjamín Prado. Y Debe amanecer, de Juan Sánchez Andraka. Ah, y 2666, de Bolaño. En fin, son muchas.
Créditos de las imágenes:
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