Les compartimos una semblanza del joven escritor Alex Ramírez, en la que nos acerca a su vida, su incursión en las letras, sus editores, sus maestros y compañeros de generación, entre otros temas no menos interesantes en torno a su ideario y faceta escritural y profesional.
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“Soy natural de Irapuato y nací en el invierno del ya lejano 1995. No tengo nada de especial o simbólico como para que se marcara mi vocación literaria y tuve una infancia cómoda, sin aspavientos, como se puede tener con una familia tradicional de clase media baja en el Bajío mexicano. Fui un niño sobreprotegido, enfermizo, perverso y cavilante. Quise ser músico pero no tuve talento. Quise ser matemático pero tampoco tenía lo necesario. Si hubiera podido ser como alguien más, me hubiera gustado ser o Leonard Cohen o, pero la gente ordinaria como yo no posee el suficiente talento como para llegar a esas alturas y mi vida ha sido lo necesariamente cómoda como para no volverme extraordinario. Me licencié en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato en 2018 y, si he de ser sincero, no sé por qué empecé a interesarme por el lenguaje lírico, eso sí, ya muy tarde en mi vida: a los 18 años. Antes de eso, yo no había escrito ni un poema pero sí pergeñaba terribles canciones que, por fortuna, han desaparecido sin dejar huella sonora o gráfica. Ese mismo año 2018 se publicó mi primera plaquette de poemas titulada La más irracional de las virtudes en la editorial Los Otros Libros, de la generosa y amigable Ana Paulina Calvillo. Ella ha brindado su primera oportunidad de publicación a varios jóvenes autores guanajuatenses. Algunos de mis textos también se incluyeron en las antologías Círculos de agua, editada por La Rana en el mismo 2018, y Escritura desde el encierro, de Los Otros Libros en 2020. De Círculos de agua puedo decir varias cosas relevantes para mí, en especial por las personas que conocí y sus proyectos literarios. Cabe recordar que esta antología es producto de los textos tallereados en los Seminarios para las Letras Guanajuatenses de las generaciones 2015, 2016 y 2017, esta última en la que fui
aceptado. En la generación de 2017 aprendí algunas formas avezadas de la crítica y la autocrítica observando la manera de leer del poeta Eduardo Padilla, nuestro tallerista, a quien considero un genuino cínico e iconoclasta, un introvertido extremadamente avezado cuya disciplina felina lo mantiene entre los mortales como aparentando que no da un comino por la vocación poética aunque, en el fondo, su obra nos muestre que respeta la verdadera poesía y el humor refinado como pocos lo hacen. Es un bicho raro, heredero de Schulz, Deniz y Beckett. Un poeta de verdad. Esas generaciones del Seminario reunieron a jóvenes escritores para tallerear sus intentonas poéticas bajo la guía de excelentes tutores y me siento satisfecho de haber participado, tanto en el Seminario como en la Antología, junto a otros autores guanajuatenses, compañeros y amigos, que, más allá de su notable talento, están creando una poesía fresca y constante que les abrirá un camino particular: allí está el caso mi admirado Iván Mata, un poeta magnético e icárico, increíble, un personaje totalizador a quien aprecio mucho, o Aleqs Garrigóz, de quien no puedo sino resaltar y envidiar ese ritmo imparable de creación y esa vocación imaginativa que le permite seguir escribiendo cuando a la mayoría las ideas ya no nos alcanzarían a otros; también está Ulises Torres, quien escribe unos poemas que a mí me encantaría saber de dónde vienen para yo visitar con más frecuencia esos lares, un poeta talentosísimo y de quien espero pronto un libro mayor, entre varios otros grandes escritores de esa generación. Aunque no aparecen todos los poetas de mi generación en Círculos de agua, la antología de los Seminarios, no puedo dejar de mencionar a quienes conocí entonces y de quienes me impresiona su entrega y vocación por el oficio lírico: Marjha Paulino, la mejor poeta y quien ha crecido más que todos los colegas de esa generación, o mi amigo Andrés Gómez, cuyo proyecto editorial independiente con la revista Granuja se está convirtiendo en un registro privilegiado de la más reciente poesía mexicana e hispanoamericana. Hay varios poetas talentosos, a quienes considero el presente y el futuro de la lírica de la región y que, para mí, son una especie de espejo negro para distorsionar mis propias certezas: Alí Rendón, Eva Karen García, Alicia Salum, Reynaldo Flores, Zauriel Martínez, Liliana Magdaleno, Pedro Mena, Rosario Cázares, Galia Monzón, Julio Rivera y Lorena Galván, por mencionar unos pocos. Así considero que el futuro luce bastante propositivo para romper con cierto carácter crepuscular y solemne que ha pervivido en la poesía regional, además que me garantiza horas y horas de lecturas y descubrimientos. Me parece más relevante el entorno en el que he escrito que lo que he escrito en esa época. Estoy más orgulloso de lo que he aprendido que de lo que he escrito. Después, me he dedicado a otras actividades pero, principalmente, a la docencia. Gané algún premio estatal como joven investigador y en 2019 me publicaron mi tesis de licenciatura, Los extremos de la subjetividad en investigaciones literarias: el disfraz de la escritura (Universidad de Guanajuato DCSyH,Colección Tesis, núm. 1) la cual mereció un generoso reconocimiento summa cum laude de parte de mis apreciados sinodales. Es una queja didáctica y un poco un dedo en la llaga de la mente de un insolente procaz pero debo reconocer que su elaboración me dio la disciplina para escribir y unas breves y bellas satisfacciones personales que aquí no vienen al caso. Siempre agradeceré la paciencia de la Dra. Aurora Bribiesca que me conminó a darle mate a esa exposición de ideas que me regurgitaba en la cabeza. En ese lado, el del glamour, no hay mucho más. En el lado de la supervivencia, he dado clases en preparatorias privadas e institutos universitarios de la región, en modalidades como el sistema abierto (cuasi penitenciario) y el trabajo por horas, a destajo. He navegado entre la saturación y el subempleo. Doy unas horas de clase en la escuela de Letras de la Universidad de Guanajuato, en las áreas de lengua y redacción, y trabajo en un colegio jesuita. Me he dedicado a la docencia los últimos años y he procurado de ser paciente con mis proyectos después de que La más irracional de las virtudes constituyera mi primer acercamiento intencionado a lo poético, mi primera cristalización y descubrimiento del interés por la poesía. Como tal, esa plaquette es la radiografía de algunos de mis más ridículos errores y la semilla de algunas ideas buenas que germinarían mejor en las manos de otros poetas y, como tal, conservo esos textos, exorcizados, con cariño en el sedimento de mis recuerdos. Es mi cicatriz de nacimiento, la cual llegó antes de que me la ganara, probablemente. En el verano de 2019,completamente desencantado con mi empleo y con mi vida en general, al borde de la depresión y la neurosis, empecé a emborronar notas en mis eternos viajes de autobús entre Irapuato y otros municipios de la región. Esas notas han ido tomando la forma de un libro de poemas que he destruido y reconstruido totalmente al menos dos veces y a velocidad crucero, además de que me ha hecho perder dinero en muchos envíos por correo de tantos concursos de poesía y Juegos Florales que ha perdido. Yo espero que tal intentona de libro no me lleve más de 3 años para concluirla, pero uno no mide esas proyecciones temporales. Los poemas que comparto a continuación son parte de esos borradores. Probablemente estos textos ya no existirán como aquí se muestran si llego a terminar el libro, pero es morboso y me intriga comparar el propio proceso creativo desnudándolo voluntariamente frente a algún despistado lector.”
MALA SANGRE
J’ai horreur de tous les métiers
RIMBAUD
No es común que alcance a tientas, repegándome
a las tapias, la enramada de mi aroma disgregado
(un romero y los zarcillos,
o los frutos, como huevos de paloma)
bajo el filtro sepia que desluce los patios de mi infancia;
pero sí es usual el emplazarme,
azumbrado de vanidades agraviadas,
mientras repto en los cenáculos donde este dios
que soy cuando me siento
un Kalimán de horas aciagas,
regularmente, se agobia,
en virtud de escudriñarse la pelusa entre los huecos.
Luego sigo desbrozando de mis junglas matorrales
y vaporizo los blindajes de hidrofobia,
tan amargamente insatisfecho
con la estampa de mi fiera lamparosa
o el aroma de mi fumigada estrella
que me doblo al ángel de la guarda y no
cesa su afán pendenciero
al tomarme por trasunto
de guajolote chocarreramente aún recién descogotado:
a gorgoritos, voy desplegando mis entrañas
y pierdo mi carúncula despellejada en lonchas,
me desvalijo a melodramas desabridos
que traigo a colación en cuanto me amanezco,
a medios pelos,
irrumpiendo en los corrales de arenisca,
a penas, azogado por la prisa de invadir un cuerpo enfermo
para luego transfugarme de mi brújula e idolatrías
por el popurrí de diamantinas que flamean
en su dorso de culebra, lentejuelas
que me rajan el espíritu a chiflidos,
rindiéndome en un chapurreo de los credos, en perjurio,
por el vapor de la garganta hormigueante
de mi mimada hiena:
que mis veleidades todavía me consolidan
esta interrumpida inclinación a la hecatombe,
estos quejiditos al probarme la mortaja,
esta salsa de leche agria que es el cansancio.
CUL-DE-SAC
Reino es la soledad de todas las ternuras.
Sólo el terror despierta a los amantes
EDUARDO LIZALDE
¿Quién le sirve de su abrevadero al otro?
¿Quién parásito hematófago y el otro quién se asume huésped?
Si el gorrión se regocija con bocados de masita edulcorada, ¿no es sino descogollarse,
voluntariamente, por libar su cataclismo en golosina de espejuelos? Aún callándose los
ojos, tan sólo quiero llegar hasta aquel punto de imprimirle una telilla jaspeada de bronce
al mármol, de tanta y tanta repetida y agridulce bilis: qué gárgaras de sevicia, qué
licuadora de carcajadas.
En plena decoloración y ya con ionizadas las sonrisas, el descontrol emana de algún
centro y se pervierten, bajo el óxido de agua, nuestras tesituras herbáceas y su patanería
estrambótica con la que zarandeamos las marañas. Incrusto los anzuelos en tus lechosos
cachetes. Te sorbo los belfos. Me muerdes los colmillos. Resoplas al reír con la nariz y
se te escapa en el espasmo
un verriondo ronquido.
Se te atasca la ametralladora
y te atolondra el rezumbarme a destajo;
no te mides,
me acalambro de escozor:
qué dentelladas qué fuetazos qué cilicios restregándome los muslos las espaldas y los
brazos,
que hasta en el agónico desjarretarte no das tregua,
y el sofoco me despliega
su compresa hirviente sobre el pecho y los omóplatos,
destripándome de almíbar y sanguaza las vejigas.
Quedo alumbrado de la piel, en verdugones, desembraveciéndome por tus melosas
excusas, sobrantes, fariseas. Con la lengua suelta, saltan más de los reproches y se eriza
la provocación: hincas tu aguijón de perra intensa, azuzando a este mandril chirriante
que se engolfa, desde el caño del fibroso estreñimiento, desde el cloqueo del chantaje, y
me arrojas, ya preñado de tu saña, cuando por dentro de los visajes, atenazados,
busco más (y cada vez más) dentera desbastada entre tus tarascadas,
y el glissando por encima de las vértebras condensa
un dejo, como de lengua deslizándose,
tan voluptuosamente,
sobre la resplandeciente hoja de un puñal
ensalivado.