Tenemos una entrevista con Jorge Olmos Fuentes (Irapuato, Gto. 1963). Él es autor de los poemarios: Amor de arena (1993), En la propia tierra (2001), Tierra del corazón (2002), Música negra el enunciado (2005), Luz a paso lento. Fotografías del paisaje de Guanajuato (2006, con fotografías de Antonio Galindo), Baladas un poco tristes (2006), Alumbramiento del asombro (2011) y Duelos de costumbre (2015). Olmos Fuentes nos acerca en sus palabras a su poética, a las fuentes de su inspiración, a sus lecturas, entre otros temas.
1. ¿Qué es para usted la poesía?
Hoy considero que la poesía es un discurso articulado con la intención de dar forma verbal a la belleza percibida o concebida por quien lo escribe.
2. ¿Desde cuándo escribe versos y cómo nació esta inquietud?
De manera menos ingenua cerca ya de los treinta años de mi edad. Desde la infancia venía la inquietud. ¿Cómo nace? Según mi experiencia, de una evidente inhabilidad para conectar con el mundo a través de acciones determinantes, más agresivas en su forma de plantarse ante las demandas de lo vivo. Entonces el retraimiento encuentra como por azar, pero diría mejor que de modo consecuente, en los libros y la lectura, en las imágenes y el correr de los ojos por las páginas, en las arquitecturas verbales y emotivas, la seguridad de la grata compañía, un resguardo seguro, la confianza que no habrá golpe o traición. Hasta entonces, cuando menos en lo que a mí concierne, el escribir era ingenuo, un mero afán expresivo. Llegado casi a la treintena de años, el oficio de editor me brindó la ocasión de ir marcando linderos y de mirar que había otros estantes en las bibliotecas y otros niveles de la experiencia literaria, más deliberados, en conexión con lo estético. En esta consideración tuvo un papel determinante el encuentro con el poeta Efraín Bartolomé, cuya visión contribuye a que retire pedruzcos de mi camino.
3. ¿Cuáles son los libros que más lo han marcado?
Veamos. Decido recordar los 100 sonetos de amor de Pablo Neruda porque entre sus páginas hay un soneto especialmente notable, que no he vuelto a encontrar en ellas y del cual solo conservo apenas una idea, y el aroma de la biblioteca pública donde leí una tarde cualquiera. Recuerdo Bajo la rueda, que recibí como regalo de un licenciado en entretenimiento y actividades al aire libre. ¡Vaya sorpresa de profesión! Era yo un adolescente, y el día en que me lo regaló, extravié el libro; por la tarde tuve que correr a las librerías a buscarlo para reponerlo pues al día siguiente volvería a verme con tal persona. Y sí, volví, y era el mismo libro pero era uno diferente. También el Recuento de poemas. 1950-1993 de Jaime Sabines. Lo adquirí, lo aprecié. Con gusto lo regalé a un poeta amigo mío. Y al cabo de unas semanas alguien me lo regaló a mí. No sé qué sucedió ni qué hice con él, pero el libro no acabó en los estantes de mis libreros.
4. ¿Cómo se definiría como poeta?
¿Qué pasa si mejor declaro que soy un hombre que aspira a vivir poéticamente? En tal sentido, montado en ese hecho, soy un poeta de ocasión, si me atengo al ritmo de materialización escrita de mis textos.
5. ¿Cómo dialogan en usted la poesía con otros discursos?
Yo creo que no dialogan, forman un torrente. La música (Brahms, todavía nunca serás bastante), la pintura (Edward Hooper y las tripas del vivir), el cine (Voces distantes aún vivas), la fotografía (Ansel Adams mostrando nuestra minúscula magnitud frente a los formidables paisajes), el ardor de la carne enamorada, entre muchos otros, son en todo caso posibilidad consumada de ganar espacio a la sensibilidad, de habituarla, como decía Bachelard, a romper los marcos sociales, fenoménicos y vitales de la duración en pos del tiempo que, en lugar de correr, brota.
6. ¿Qué poetas han influido en su poética?
La necesidad de responder con precisión conduce por fuerza a generar la imagen de lo que no es verdad a cabalidad. ¿Quiénes y cuáles poemas? Siempre figura algo o alguien más en el horizonte, que gracias a ese hecho parece renovarse. Hablemos mejor de los poetas que pueden enriquecer la visión de la poesía (anhelo asumido), que ojalá puedan amalgamarse tras bambalinas en mis palabras por venir, aunque no les haga justicia lo que llegue a decir. Pienso por ejemplo en “El libro de Ruth” de Gilberto Owen, en el “Dialogo entre Venus y Príapo” de Rafael Alberti, en “El duro deseo de durar” de Paul Eluard y en “Áspero mundo” de Ángel González. Acude a mi anhelo también la “Prosa del Transiberiano y de la pequeña Juana de Francia” de Blaise Cendrars, los “Poemas humanos” de César Vallejo, el “Poeta en Nueva York” de García Lorca y la Música lunar de Efraín Bartolomé. Fuera suficiente llegar a contemplar que he asimilado el influjo de esas obras.
7. ¿Por cuáles ensayistas siente predilección?
Me nutre la forma de mirar, y de referir luego lo mirado, de John Berger. Han sido gratas y hasta risueñas algunas horas leyendo a Anderson Imbert, cuando no es historiador literario. Jacques Le Goff tiene ese formidable libro sobre lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval. Jorge Wagensberg sigue siendo una sorpresa con sus Ideas para la imaginación impura. Robert Graves y su pulso ensayístico; Bachelard y su fenomenología de la poesía. En general procuro degustar los ensayos escritos por poetas.
8. ¿Qué se encuentra leyendo en estos momentos?
Por la razón que sea, acabo de encontrar la poesía de Joaquín Vásquez Aguilar. Es un borbotón de sensibilidad articulada, de cruces sensoriales que se funden y crean algo nuevo. Me atrae sobre todo el poso de tristeza, de melancolía, de certidumbre de la condición del hombre, que refleja en sus poemas. Un hombre que sabe mirarse de frente como poeta.
9. ¿Cómo afectó o modificó la pandemia su actividad artística?
De ninguna manera. Lo que tenía previsto escribir aun sigue en marcha. Y escribir sobre lo pasajero que es la pandemia… no se me dio, si bien reconozco la agudeza del hecho, la herida que ha infligido en nuestra confianza de que controlábamos nuestro destino, nuestro vivir día a día. El hecho artístico pervive. Seguro habrá quien dará a luz obras de valía. Confío en tenerlas ante la vista. Creo que nada saldrá de mi escritorio en ese sentido.
10. ¿Se encuentra escribiendo algo en estos momentos?
Sí. Supongo que todos estamos escribiendo algo en estos momentos. El trabajo tiene muchas puertas: apuntes, correcciones, ajustes. Una cosa u otra, no falta quehacer al que escribe. ¿Otros poemas? Sí. Nuevos en el sentido de que son recientes. De otrora en el sentido de que va para diez años que fueron concebidos. Ojalá sea ya su último itinerario y alcancen en las páginas impresas su destino.
11.- ¿De dónde obtiene inspiración artística?
Unas veces de la plasmación de otros artistas, no en exclusiva escritores; otras veces del asombro de vivir, del prodigio de amar (antes que de ser amado); unas más la idea larvada en la oscuridad de la mente, del corazón, del cuerpo, que de pronto busca manifestarse y adquiere la forma de un enunciado que no puede deshacerse y que a la vez exige ser materializado.
12. ¿Qué es lo más grato que le ha dado la poesía?
La experiencia vital. El adentrarme en lo que no conocía (de mí, del mundo, de la vida), al impulso de aquella frase que reza: la verdadera poesía hace que ocurran cosas. Y esas cosas suceden cuerpo adentro: la expansión de lo sensible, las formas de la belleza —que puede ser insurrecta, triste, silvestre…—, una percepción proveniente de algo más allá que solamente la mirada, sentir con más sentido, pensar con las palabras conforme se acomodan en el discurso y la composición. La íntima satisfacción de saber que hago aquello en lo que soy hábil y además me gusta.
13. ¿Qué le brinda la poesía que otras experiencias de la vida no ofrecen?
La oportunidad de vivir los frutos del retraimiento (voltear los ojos hacia dentro) de una manera más expansiva. La ocasión de participar, en el arrebato poético, de la vivencia de lo sensible, de hurgar en los pasillos interiores qué palabras, qué estructuras consiguen plasmar lo inverosímil, lo inalcanzable, lo efímero, lo que no se detiene. Me gusta pensar en lo que se decía años atrás, que el poema es como un hachazo en el cuerpo del tiempo (por ende, de la vida) para marcar una incisión, una muesca (y dejar a veces incluso perfumado el filo del hacha), con todo y que el tiempo sigue fluyendo.