Nacida en Jaral del Progreso, Guanajuato, en 1971, Concepción Sámano, o “Cony” como la llaman sus amigos, escribe desde la adolescencia, edad en que llevaba un diario “apenas como buscando un confidente”. “Luego, de repente, empecé a escribir versos y todo siguió y siguió hasta que publiqué el primer poemario, Los días de luz amarilla (Ediciones El Manantial, 2001)”, nos cuenta.
Ella afirma que la poesía la salvó de una soledad sin sentido, “carcelaria”, y del abandono de sí misma, siendo su puerta al conocimiento, tanto en el ámbito convencional como fuera de él. Este conocimiento se nutre de esferas como la magia, conocimiento hermético y el arte en general. Ser poeta para ella significa “conocer y superar los propios límites, los que como individuo mi historia personal me forjó antes de que mi voluntad se perfilara más o menos libre”.
Cautivada desde la primera lectura por Whitman, Gibrán y Hesse, sus lecturas principales abarcan también a Kavafis, Rimbaud, Novalis, Elliot, Seferis, Vallejo, Neruda, Pizarnik, Durás, Yourcenar y Nietzsche. Leyéndolos, estudiando la tradición filosófica y hermética, escribiendo, reescribiendo y volviendo a leer se ha formado como poeta, a través de los años. Pero también asistiendo a talleres “y escuchando a los que se tomaban el tiempo de leerme y decirme lo que pensaban de mi trabajo sin darme por ofendida o desestimada; pero también observando el mundo: la naturaleza, las personas, las emociones y a mí misma, y reflexionando.”
Ella abunda que ser poeta es también “ser un espejo, acaso. La gente, la sociedad, la civilización se disfraza mucho, piensa, habla, murmura, se carga de títulos, de reconocimientos… se hace demasiado ruido en torno a lo que somos (sea “bueno” o “malo”). Los poetas nos vemos frecuentemente desnudos frente al espejo y, de tanto, acabamos por perder el falso pudor, el miedo, los prejuicios, la ingenuidad, la codicia, la necesidad de creer en algo, de convocar a los demás a que crean en algo que no sea sí mismo. Me parece que el poeta tiene la gran oportunidad de profundizar en sí mismo como pocos individuos pueden hacerlo en nuestra sociedad, de autoconocerse y, por ende, entender de forma más profunda y comprensiva a las personas, de ser honesto, sincero consigo mismo y el resto del mundo, verse tal cual es, sin ambages, abrazar todo eso y encontrar un punto en el que todo lo que somos conviva armoniosamente, sin destruirnos ni sobrevalorarnos, sin miedo a ver lo que realmente somos, sin maquillajes, para poder superar lo que nos impide ser con plenitud.”
Hasta el momento ha publicado los libros “Melussina o el perenne aroma de claveles” (Casa de la Cultura de Guanajuato, 2009) y “El cuerpo que me lleva” (La Rana, 2013), Ella afirma que entre sus libros no tiene alguno favorito, pues a cada uno lo quiere como a un hijo, y cada uno tiene un sentido particular. Sin embargo, La oscuridad del origen (Casa de la Cultura de Guanajuato, 2009), le significa un puente hacia sus zonas más profundas y contemplativas.
Aunque una parte importante de su trayectoria poética ha tenido como centro la ciudad de Guanajuato, ella considera que, tristemente, el panorama poético aquí es abandonado y sin comunidad.“Hay mucha gente que escribe, pero hay poco intercambio, convivencia; no se siente vida poética en la ciudad, es como un archipiélago contaminado por el individualismo extremo y delirante que caracteriza nuestra época. Por supuesto, eso no significa que no haya mucho talento y cosas significativas.” Destaca, por ejemplo, el trabajo editorial de La Rana. También señala a este respecto el trabajo “discreto pero constante” de A. J Aragón en su taller literario adscrito a la Universidad.
La poeta, que actualmente vive en Salem, Oregon (Estados Unidos), se interesa también en temas del campo del bienestar, educándose en temas de nutrición, medicina tradicional y sanación emocional, al mismo tiempo que participa en los eventos literarios de la comunidad latina en radio y foros culturales. También esta trabajando en un poemario muy intimo que, según nos cuenta, no se parece a lo que había estado escribiendo: “Es como si se hubiera abierto una compuerta que había estado conteniendo por largo tiempo y liberara un caudal por el que no había navegado; lo disfruto”. También ha tenido unos escarceos con el género del cuento. Pero, sobre todo, vive una maternidad plena y feliz que, seguramente, ha revolucionado su manera de ver y apreciar el mundo.