En diciembre pasado el joven poeta de San Luis de la Paz Roberto Pons se suicidió fatídicamente, aventándose de la azotea de la casa de su compañero escritor Zauriel Alejandro Martínez Hernández, gritando “¡!La vida no vale verga!”, intoxicado con la alta dosis de ácido lisérgico que, según informaron amigos cercanos de Zauriel a quienes les detalló el suceso, le fue dada por el mismo Zauriel, dejando a su amigo sólo en el borde de la azotea para bajar a prepararle un té relajante esperando que esto calmara el episodio psicótico agudo por el que pasaba Roberto. Cabe señalar que no era la primera vez que Zauriel le daba ácido lisérgico a Roberto y la droga le había sentado muy mal: con anterioridad, un tercer amigo debió velar a Roberto toda la noche pues estaba pasando un gran “malviaje” por el efecto del ácido. Esta información fue parcialmente compartida por medios impresos policíacos de la ciudad y figuró como noticia en Tv8, canal de la ciudad de Guanajuato.
Luego de esto a Roberto fueron varios los homenajes que se le tributaron en redes sociales, incluyendo diversos poemas, entre los cuales presentamos dos de sus compañeros y amigos guanajuatenses Montserrath Campos Sánchez e Iván Mata. Los compartimos como una manera de seguir manteniendo viva la memoria de este joven.
ESCRITURA EN EL AIRE
Montserrath campos Sánchez
El día que Roberto Pons se arrojó de la azotea
yo estaba tomando un wiski y encendiendo un cigarro
hablaba de mi reciente caída:
tengo un moretón en el costado, un golpe en el labio
una mano derecha que se duele al escribir
Ese día avergonzada de mi peso
estrené mi sudadera talla grande
Roberto abría las alas
mientras yo contaba las colillas de cigarro
Alguien debió improvisar un trampolín
una cama de agua, un catre
Debimos de haberlo recibido
pero su cuerpo roto no ocupaba de milagros
El uno más uno nunca da dos
cuando se crece en solitario
La caída, Roberto
nos revela ese poema
que sólo se traduce con la muerte.
PONS, QUERÍA DECIRTE QUE NO ME COMÍ LAS GALLETAS DE JENGIBRE
Iván Mata
Cuando Roberto Pons se arrojó de la azotea
vi cómo caía lentamente
parecía una hoja de papel
tras de él dejaba un halito de sangre
que se quedaba en el viento
como un sendero,
una guía para el siguiente,
las instrucciones para tomar vuelo
y despegar de la tierra que nos tiene
amarrados a la roca
aunque ya no tengamos piernas.
Y yo vi desde mi ventana
cómo su cuerpo delgado y alto se rompía
contra el suelo;
el esqueleto se le salió por un momento
de la carne
y yo lo vi
tan blanco como la piel que tenía afuera
de la ropa
tan limpio como sus dientes
tan inocente como su boca y sus brazos
que se acunaron en mi cintura pues
no podía dormir
alejando a las arañas de la noche.
Cuando Pons cerró los ojos
gotas de sangre le salieron del paladar
y lloré en mi ventana
porque él había sido un guerrero del sol
lo veía libre por los paisajes
verdes de mis cerros
como un perro salvaje que lleva en su hocico
el cadáver de otro perro salvaje.
Cuando Roberto Pons
fue sepultado en San Luis de la Paz
yo arranqué la flor que floreció
en mi maceta de claveles
y la puse en el alfeizar de la ventana.
Afuera, hacía muchísimo frío.
Abrí la ventana
y arrojé las galletas de jengibre
al aire.