Dentro de todo sociolecto, los apelativos constituyen rasgos singulares en los que se pone en práctica un código social determinado cimentado en una estructura ideológica y donde se trasparentan grados diversos de empatía, cercanía, afecto o familiaridad. Cada región geográfica se caracteriza por poseer un inventario abierto de apelativos que son más o menos representativos de su población en tanto son plenamente identificados en su significado y ampliamente difundidos en su uso por la mayoría de sus habitantes. Los apelativos generalmente poseen marcas de sentido, rasgos semánticos que determinan su función y les proveen de connotaciones particulares determinadas por su uso pragmático.
En la ciudad de Guanajuato, al ser una ciudad en donde convergen habitantes de diversas procedencias geográficas, existe un número relativamente amplio de apelativos masculinos empleados de acuerdo a una intención estilística o práctica en el habla popular. Así, tenemos desde aquellos usados para dirigirse de manera casual a alguien desconocido: amigo, compa; a aquellos que implican cierto respeto con respeto al apelado: jefe, don, señor, joven; aquellos usados para marcar una distancia interpersonal vato, ese, man; aquellos que connotan cierta inferioridad del apelado: morro, mijo, chavo; y aquellos que se usan en un nivel de trato interpersonal más o menos cercano, e incluso íntimo, y que son los que serán tratados en este trabajo.
Los apelativos masculinos y femeninos suponen entre sí diferencias culturales dadas por los roles de cada uno de los géneros en la sociedad, así como por las mecanismos de convivencia y poder que se manifiestan en el interior ella. La convivencia cotidiana y los lazos de camaradería, entendida ésta como amistad y empatía, suponen el uso de un lenguaje propio y específico en el que los apelativos tienen tanto una función conativa como expresiva, ya que informan de un nivel de afectividad e incluso de cariño hacía la persona apelada.
En la ciudad de Guanajuato, de acuerdo a mi experiencia previa como estudiante de lingüística y residente en la ciudad, los apelativos masculinos de camaradería más usuales son: hijo, mai, antenado, güey, cuñado, carnal, bro, cada uno de ellos con algunas variantes fonéticas o estilísticas en sus usos concretos (hija[1], antena’o, we, cuña’o, etc.). La carga semántica del significado léxico de cada una de estas palabras determina ya de alguna manera su significado; pero en la práctica este significado se ve rebasado por otro de carácter social y afectivo, siendo así usados con preferencia sobre otros en determinados contextos sociales y de acuerdo al grado de estimación del apelado. Este será el tema de investigación de este trabajo.
Dado que la lengua se encuentra en constante cambio, que y el nivel semántico de ella es uno de los más afectados, se planteó la necesidad de hacer un trabajo de estudio de los significados sociales y afectivos de los apelativos supradichos con el fin de registrar los valores de su estado actual.
Cada uno de estos cuatro apelativos se asocia tanto a un estrato sociocultural determinado, como a un grado de cercanía y confianza con respecto al interpelado, en una gama que es de antemano pactada socialmente y que constituye parte de los códigos de valores adquiridos por el trato interpersonal.
Es dable señalar ahora que no siempre el uso de estos cuatro apelativos masculinos supone una camaradería real. En algunos usos particulares pueden resultar ofensivos, peyorativos o chocantes, si no existe una efectiva familiaridad, confianza, cariño o cercanía ente el usuario y el apelado.
II
Hemos partido de la estructura teórica de Roman Jackobson sobre las funciones del lenguaje. Él establece, entre varias, una función conativa (apelativa) y una función expresiva (emotiva) en el lenguaje. La primera se centra en el receptor, al estar el mensaje lingüístico adecuado por el emisor para causar una impresión o reacción en el oyente. La segunda se centra en el emisor y es a través de la cual el emisor pone de manifiesto emociones, necesidades, estados de ánimo, etc. Jakobson establece, sin embargo, que aunque en los actos lingüísticos concretos prevalece una función sobre las demás, todas aparecen en su conjunto en la realidad empírica. De acuerdo a esta estructura teórica, partiremos de la idea de que, aunque la función conativa (apelativa) es la que se encuentra privilegiada en el uso de estos apelativos, la función expresiva también se manifiesta en tanto que ellos sugieren y dan información de los sentimientos del emisor con respecto a su apelado, pues en su realización concreta el emisor actualiza un estado afectivo con respecto a su interlocutor, ya sea esta expresividad un fin en sí mismo o tenga una teleología cualquiera.
Hemos usado también la clasificación de los significados lingüísticos enlistada por Leech para referirnos a la connotación y al significado estilístico y afectivo, definido éstos en los siguientes términos. Así, entendemos como connotación “el valor comunicativo que tiene una expresión atendiendo sólo a lo que ella se refiere, es decir, dejando de lado su contenido puramente conceptual” y está formado de características identificadas subjetiva u objetivamente en dicho referente. Este significado “puede englobar las propiedades supuestas del referente, o sea, las que se deban al punto de vista que adopte un solo individuo, un grupo de ellos o una sociedad entera.”. Evidentemente estas connotaciones son susceptibles de variar de una época a otra y de una sociedad a otra (de allí la importancia de realizar este estudio sincrónico, limitado a esta zona geográfica precisa), lo que hacen que sean relativamente inestables comparadas con el significado conceptual. Si bien los límites de las connotaciones no son precisos, se puede hablar aproximativamente de ellos en tanto las connotaciones, aunque pueden variar en lo individual, también forman códigos sociales comunes identificables y analizables.
En cuanto al significado estilístico, éste es lo que un elemento de la lengua expresa acerca de las circunstancias sociales de su empleo. Éste nos manifiesta algo acerca del origen geográfico o sinal del hablante, y asimismo nos informa sobre la relación social existente entre el hablante y el oyente en una escala de usos que van desde el formal y literario hasta el coloquial, familiar y vulgar. Por otro lado, el significado afectivo, íntimamente ligado al significado estilístico, refleja también las opiniones y creencias personales de un hablante en cuanto incluye una actitud para con el oyente o una postura sobre lo que se está hablando. Esta actitud o postura tiene un componente emocional y se trasmite a través del contenido conceptual o connotativo de las palabras empleadas. Así, existen elementos en el lenguaje cuya principal función es manifestar o comunicar sentimientos.
Finalmente utilizaremos el concepto de proxemia (también llamada proxémica), definida por Edward T. Hall como “la ciencia que estudia las relaciones del hombre con el espacio que le rodea, en el que se comunica con hechos y señales.”[2]
III
Con el fin de lograr nuestro objetivo, partimos del diseño de un cuestionario, el cual hemos aplicado a una cincuentena de personas de sexo masculina nacidas en esta ciudad o bien, que tenían una radicación en esta ciudad de por lo menos cinco años. Procuramos que nuestro muestreo abarcara todas las profesiones y estratos sociales posibles. El cuestionario pedía que el informante asociara cada uno de los diferentes apelativos con sus variantes a un determinado estrato social, siendo éstos: clase baja, clase media y clase alta, las cuales estaban definidas dentro del mismo cuestionario de acuerdo a los criterios socioeconómicos más comunes. También se pidió a los informantes que ubicaran cada uno de estos apelativos en una categoría proxémica, siendo éstas: neutra, cercana, muy cercana/íntima. Por último, los informantes explicaron lo más brevemente posible el significado social, afectivo y estilístico que le daban a cada apelativo de acuerdo al uso que hacían de él o al empleo que conocían de éstos a través de su interacción social. Siempre que encontramos en estas respuestas libres un rasgo o elemento relevante y de interés para la investigación, ahondé con el informante respecto a éste, anotando los datos en un cuaderno de observaciones.
Continuará…
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[1] Se registra esta variante del apelativo hijo en la ciudad de Guanajuato así como en comunidades aledañas en varones que apelan a otros varones, en un trato de camaradería, pero con intención burlesca. Intentaremos precisar las connotaciones sociales de este uso más adelante.
[2] Hall, Edward T: La dimensión oculta. Siglo XXI. México, 1992.